La Alameda, el jardín romántico

Vuelven los recuerdos de la nobleza medieval al esplendor del siglo XIX: la historia del jardín que convirtió a Villafranca en el corazón romántico del Bierzo

Ramón Cela
09/11/2025
 Actualizado a 09/11/2025
La Alameda fue el jardín romántico histórico de Villafranca. | RAMÓN CELA
La Alameda fue el jardín romántico histórico de Villafranca. | RAMÓN CELA

En el siglo XII, Villafranca era una de las mejores ciudades de la provincia de León. De hecho, este fue el momento en que fue declarada formalmente como la Provincia de Villafranca, que comprendía Laciana y Valdeorras, aunque poco duró esta titularidad debido a las conspiraciones, envidias y malentendidos de otros lugares que se creían con el mismo derecho, pese a carecer del poder y las características que atesoraba esta ciudad en aquella época.

El castillo estaba habitado por los condes de Peña Ramiro. La llamada calle del Agua todavía conserva sus treinta escudos nobiliarios en las fachadas, además de los de otras calles, que entre todas llegan al medio centenar.

Así se llegó a la creación de un Jardín Romántico para gloria y esplendor de los villafranquinos, que siempre se distinguieron del resto de los bercianos. Aunque algunos habitantes de otras poblaciones, relacionados con la nobleza, se entrelazaban comunalmente en diversos eventos, casi siempre se festejaban en la Villa, debido a que la llamada nobleza era mucho más abundante que en toda la comarca berciana.

De esta manera, se pensó en hacer un Jardín Romántico que fuera muy distinto a los habituales, por el que las elegantes damas y caballeros, con sus mejores atuendos, lucían en sus salidas de la misa de doce en la Colegiata. Aquellos que eran, o se consideraban nobles, fueran o no de la villa, se daban cita los domingos o en festividades; unos, a lomos de sus relucientes caballos, y otros, en carruajes que en múltiples ocasiones eran conducidos por los servidores de las casas nobles.

Entonces, aquellos que manejaban el pueblo o tenían mayor influencia decidieron hacer este jardín en unos terrenos que anteriormente se utilizaban para las ferias de mes o los mercados semanales.

La Alameda era el lugar ideal: estaba céntrica y a pocos metros de la salida de la misa de la Colegiata, lo que satisfacía a los abades de la iglesia que también daban su paseo matinal, acompañados del pueblo, que en este caso parecía ser prioritario para la nobleza.

Fue así como, en el año de gracia de 1882, se construyó el Jardín Romántico, que para mayor gloria adquirió del Monasterio de Carracedo la estatua que adornaba su patio central, pagada mediante una colecta que se realizó en las proximidades de la Colegiata.
Esta fue traída en un carro de ejes de madera, propiedad de Rosendo López de Dragonde. Se necesitaron tres viajes, que le llevaron tres días, y tuvo la mala suerte de que la efigie se le rompiera un poco de la nariz, lo que motivó que le pagaran solo la mitad del total acordado.

Pronto, el paseo se fue quedando corto, lo que motivó que se hiciera una prolongación, que tenía el inconveniente de dos humildes edificaciones y un enorme desnivel. Por ello hubo que recurrir a la compra de las dos casitas y construir un alto muro con piedra de mampostería especial, que era preciso rellenar con tierra y materiales de desecho, como piedras del río, que afortunadamente estaba muy cerca, mientras que las tierras superiores se extrajeron de un remanso que el río había dejado tras las continuas riadas.

Por indicación expresa de los más poderosos, se plantaron dos filas de negrillos, que con mucho riego, buena tierra y enorme entusiasmo crecieron y dieron sombra al paseo. Más adelante, ya a principios del siglo pasado, se colocaron bancos de piedra sin respaldo y con letreros que indicaban quién había sido el benefactor.

Esta ampliación fue agradecida por todos, y las damas se sintieron verdaderamente muy felices, porque al ser más amplio el paseo les permitía disponer de espacios, y los corrillos diferenciaban a los diversos personajes.

De esta suerte, el Ayuntamiento comenzó a plantar cuadros de mirtos y pequeños arbustos, así como cañaverales, que pronto cubrieron los paseos interiores, permitiendo a las parejas tener muchos momentos de intimidad, lejos de las miradas curiosas y maliciosas que siempre hubo, y más en aquella época.

Se realizaron obras para que, casi en el centro, hubiera un pozo de aguas frías, habida cuenta de que se sabía de la existencia de un manantial que con anterioridad había servido para mitigar la sed de los feriantes y gentes del lugar.

También fue preciso hacer una cabaña para los aperos del jardín, y desde ese momento el Ayuntamiento nombró un encargado -que era un concejal- y un empleado con sueldo. Algo que sigue vigente hasta nuestros días.

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