Amores reñidos, los más queridos

López Rodríguez luchó siempre por dedicarse al ciclismo / Pasó de entrenar a escondidas en la mili, a disputar unos Juegos Olímpicos

Alejandro Cardenal
14/06/2016
 Actualizado a 17/09/2019
José Manuel López Rodríguez, durante su etapa como profesional.
José Manuel López Rodríguez, durante su etapa como profesional.
La de López Rodríguez, desaparecido desde el domingo en Villablino, es una historia de amor; de amor al deporte, a la carretera y a la bicicleta. Es una historia de amores reñidos, que según dice el dicho, son los más queridos.

No lo tuvo nada fácil para hacer algo tan simple (y tan complejo, a la vez) como darle al pedal. En un tiempo sin ‘Playstations’, sin Iniestas, ni Gasoles, José creció sobre ruedas. El paso de los años y de las obligaciones no rompió una relación que ni siquiera se quebró por las armas. A López le tocó hacer el servicio militar obligatorio en Astorga, con unos superiores a los que tener un aspirante a Bahamontes en el cuartel les hacía poca gracia.

Pero no hubo cabos con mal café, ni guardias lo suficientemente interminables como para frenarle. En sus permisos, limpiaba de telarañas la bicicleta y marchaba a Villablino (a unos 100 kilómetros) por carreteras que de carreteras solo tenían el nombre y caminos por los que ni el invierno se atrevía a entrar.

Probablemente aquella etapa ayudo a forjar al corredor que fue. «No he conocido ningún ciclista tan habilidoso como él, era una gozada verle bajar, incluso cuando el tiempo no acompañaba era rápido, era imposible seguirle». Así lo describe Emilio Villanueva, otro de los talentos que hizo de León tierra prometida del ciclismo, aunque su primera gesta tuvo lugar muy lejos de su tierra natal.

En Caboalles nació José, en Tokio, López Rodríguez. Tras una primera aventura con un resultado más que discreto en los Juegos Olímpicos de Roma, el leonés formó parte del equipo que puso la primera piedra para que 30 años después, Indurain y Olano consiguieran los primeros metales del ciclismo en carretera español. Y lo hizo siendo todavía un amateur. Con 24 años y en la otra punta del planeta, López Rodríguez consiguió un 5º puesto en la prueba de fondo en carretera, la mejor clasificación de un español en ruta (sin contar a Jaime Huélamo, descalificado por dopaje en Munich 1972 después de acabar tercero), hasta que Samuel Sánchez se colgó el oro en Pekín 2008 (Indurain y Olano hicieron el doblete en contrarreloj).

Y es que López Rodríguez fue un maestro de las pruebas cortas, un llegador que siempre sabía estar en el sitio justo en el momento adecuado. Aquella gesta sin premio en Japón le abrió la puerta del ciclismo profesional, ingresando en las filas del equipo Ferrys.

Sin embargo, fue en el Fagor donde comenzó a hacerse un nombre. Aunque no brilló en las clasificaciones de las grandes, en 1969 ganó una etapa de la Vuelta a España y se impuso en el Criterium de Vitoria del mismo año.
Un año después corrió en La Casera- Peña Bahamontes, con el ganador del Tour del 59 como jefe de filas. Con el ‘águila de Toledo’ al frente, López se llevó la Carrera de los seis días de Madrid y sendas victorias de etapa en la Vuelta a la Rioja y la Vuelta a Levante.

Sus últimas pedaladas como profesional las dio en el Werner, equipo que le volvió a dar la oportunidad de correr el Tour de Francia (1971) y con el que ganó el Trofeo Elola de Madrid-Jarama, una victoria que puso la guinda a una trayectoria legendaria.
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