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Cuerpo oficial de comediantes del Estado

11/04/2021
 Actualizado a 11/04/2021
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Hay un capítulo de ‘Los Simpson’ en que se van a Canadá a alguna absurdez y asisten al rodaje de ‘Canadian Graffiti’ (un juego de palabras con la segunda película de George Lucas). Allí, un ‘artista urbano’ escribe en un muro: «Obedece las reglas». Aparte de la coña sobre lo formalines y ordenados que son los vecinos norteños de EEUU, la escena nos ha dado un jugoso ‘meme’ que viene que ni pintado. Nunca mejor dicho.

No se dará aquí la brasa (más todavía) sobre los límites del humor, la risa como elemento desactivador o las implicaciones ‘freudianas’ del chiste. Nada más ‘bajonero’ ni menos divertido que las disquisiciones sobre el humor. Pero sí que llama la atención este reciente fenómeno español en que el colectivo de los comediantes (palabra que parece mucho más apropiada aquí que «humoristas») de nuestro país han cerrado filas con los que mandan. Como si fuesen un cuerpo más de funcionarios con plaza.

Son tiempos chungos y no estamos en este barrio por meternos con el hambre de los demás. Cada uno hace lo que considera mejor para su sustento presente y futuro. Pero en esta época chalada –hay que insistir– sería recomendable prestar atención a la gente, y no a tu círculo de colegas de cañas y de redes sociales. Porque la segunda cosa menos divertida es ver a un tipo riéndoles las gracias a los gobernantes. Y porque esto de la risa es pendular: antes estaban las cintas de Arévalo choteándose de los gangosos, después llegaron los de El Terrat y otros catalanes forrados haciendo chistes sobre el acento de los andaluces, y luego la cosa se moverá sabe Dios dónde. Se argumenta, y con razón, que el humor de antes era muchas veces denigrante y discriminatorio. Eso no quita para que suceda lo que me contaba Nancho Novo el otro día sobre aquella vez que les dijeron a los Monty Python que eran antisemitas. Respondieron que por supuesto, que sí, y que también eran antimusulmanes y antiestadounidenses y antitodo, en definitiva. Porque, a fin de cuentas, ser humorista va de repartir indiscriminadamente. Y de recibir, claro, pues es peligroso para el que lo hace. El humor que nos gusta (al menos por estas latitudes) es desafiante y cabrón. Y como dijo alguien una vez en un foro, «uno no puede jugar a ser Lenny Bruce y no pasar un par de veces por la ‘casilla de cárcel’».

Puede costar verlo, pero si entornas los ojos acabas viendo al graffitero canadiense de ‘Los Simpson’. El humor ‘oficial’ ahora sí que es oficial, sin comillas y de acuerdo a lo que dice la RAE en la primera acepción de la palabra: «Que emana de la autoridad del Estado». Y ya puedes obedecer las reglas o, ji-ji, caerá sobre ti una catarata de risas y humillación.
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