Agente 007 contra el Dr. No: trabajando en el Caribe

Por Ángel Suárez Corrons

Ángel Suárez Corrons
29/07/2021
 Actualizado a 09/09/2021
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A mí también me ha pasado: es verano y uno se encuentra en mitad de un maravilloso destino turístico, bajo un sol que ralentiza el tiempo y junto a aguas tan azules vistas desde lejos como transparentes cuando está sobre ellas. Pero con traje y corbata. No estás allí de vacaciones, tu jefe te ha encargado una misión entre alegres veraneantes. A James Bond le sucedió en 1962, cuando M le envió a investigar la desaparición de su enlace en Kingston, Jamaica. La cosa puede tener sus compensaciones. Quizá puedas permitirte el lujo de quitarte la corbata y trabajar en vaqueros y polo de Fred Perry, y si tienes suerte puedes llegar a encontrarte con una Ursula Andress de 25 años saliendo del mar con un biquini blanco y un cuchillo en la cintura ¿No se trata de hablar de iconos cinematográficos del verano? Pues ahí va uno difícil de mejorar.
Lo que le pasó a Bond en Jamaica, en la primera película de 007, se cuenta en el film, y aquí no vamos a destriparlo ¿Pero qué fue lo que le pasó al mundo cuando en 1962 se estrenó ‘Agente 007 contra el Dr. No?’ Bueno, pues lo que ahora llaman los ‘neocursis’ una tormenta perfecta, un conjunto de circunstancias excepcionales que confluyen en el tiempo y en el espacio y provocan una asombrosa conflagración.

Veamos:
Para empezar tenemos a un ex oficial de inteligencia británico, un hombre de mundo, de ascendencia aristocrática, vividor vocacional, pero formado en las universidades de Eton, Múnich y Ginebra, y en la Academia Militar de Sandhurst. Acabada la Segunda Guerra Mundial, se convierte en periodista, compra una casa en Jamaica y empieza a escribir novelas de espías. En ellas vierte toda su experiencia vital, la real y la que la realidad destila en las mentes con forma de alambique. Ian Fleming.

En segundo lugar tenemos a unos productores con olfato de sabueso y el don de ver el futuro. Cuando Broccoli & Saltzman se unen para llevar a la pantalla las novelas de Ian Fleming sobre el agente 007 la cosa podía haberse quedado en una o dos películas de serie B, pero la tormenta perfecta aún no se había formado.

Con el apoyo de United Artists, se barajan para el papel de James Bond actores como Cary Grant o David Niven, entre otros. Finalmente, un joven desaliñado, con tan excelente forma física como escasa experiencia, les convence. Se trata Sean Connery.

La dirección recae en Terence Young. Efectivo, inteligente, comprende perfectamente al elegante y brutal personaje, y domina la dirección de actores al estilo inglés. Lleva a Connery a un sastre y a un peluquero, y le pasea por la noche de la alta sociedad londinense. Restaurantes, clubs, casinos. Connery no tiene nada de aristócrata, pero es un actor mayúsculo y las pilla al vuelo. A Terence Young debemos el histórico momento de la presentación del personaje de Bond, una de las más logradas de la historia del cine.

Con las novelas de Ian Fleming como base, una producción de bajo presupuesto pero con las ideas claras, con Connery como protagonista, y con un hábil director, lo que queda es puro relleno: decorados, música, títulos de crédito, cuestiones menores. ¿O no?

Monty Norman y John Barry (no entraré en polémicas sobre quién es el verdadero autor) componen un tema de jazz moderno y agresivo, con un riff de guitarra eléctrica que sesenta años después sigue transportándonos al universo de sofisticación y acción al mismo tiempo que representa Bond.

Maurice Binder se encarga de los títulos de crédito. Tiene la idea de iniciarlos filmando, desde el punto de vista del cañón estriado de una pistola, a un hombre de traje que camina ante el arma de forma inadvertida. Repentinamente se vuelve hacia ella y dispara al espectador, cae una cortina roja de contorno ondulante y comienza la era pop. Círculos de colores, siluetas femeninas bailando y superponiéndose. Hasta ahora hemos escuchado sonidos que nos hablan de ciencia ficción, y después el tema de James Bond, pero pronto el sonido calipso nos adelantará que viajamos a Jamaica, todo ello sin solución de continuidad. La película aún no ha empezado, pero ya ha lanzado sus promesas, sabemos que habrá mucho que digerir.

Los exteriores contarán con la participación de Ian Fleming, que conoce Jamaica mejor que nadie, pero de los decorados filmados en Londres se ocupará Ken Adam. Entre el expresionismo y la vanguardia, Adam vuelca también el gusto irrepetible de la decoración ‘mid century’, especialmente en la maravillosa residencia del Dr. No, en la que se combina con mobiliario antiguo y con alguna excentricidad. Como recuerda Gonzalo González Laiz – una enciclopedia bondiana viviente – en el libro ‘Ian Fleming y James Bond: Conexión España’ (Uno Editorial 2020), el Dr. No tiene un cuadro en su despacho que Bond se queda mirando con asombro. Se trata del retrato del duque de Wellington, de Goya. Adam decidió colocarlo en el despacho del Dr. No porque, como todo el público inglés sabía entonces, había sido robado de la National Gallery meses antes del estreno de la película.

La coctelera está llena, y el combinado es una bomba. La presentación del personaje de James Bond hace historia. El mundo se rinde a la bondmanía, ha nacido un mito, un icono universal. El Kremlin monta en cólera y declara que Bond es la personificación del mal capitalista. La crítica está desorientada. Nadie lo explicó mejor que Garci cuando confesó sus pensamientos veinticinco años después: «Esta película de ciencia ficción es muchísimo mejor que esas otras tan aburridas que tú defiendes como si te fuera la vida. Si yo fuera un sociólogo valiente no tendría más remedio que decir: anoche colisioné con el futuro. Pero no era sociólogo ni, peor aún, valiente (…) y seguí peleando del lado de Godard y Antonioni. No fui el único. La ‘intelligetnzia’ en pleno le sacó la bola negra a 007. A pesar de que los Dorfles, Eco, Andrew Sarris, Tom Wolfe, Mekas, Moris, Amando de Miguel y demás chicos de la banda, me consta, se quedaron perplejos ante el folio en blanco».
‘Dr. No’ puso los cimientos, y la fórmula se repetiría en infinidad de ocasiones. Con el tiempo cambiarán los actores, los directores, los secundarios, los decoradores, pequeñas variaciones para adecuar a los tiempos el mismo martini de vodka, mezclado, no batido. Los Omegas de James Bond han contado cada segundo de la historia contemporánea: la Guerra Fría, la caída del Muro, el ascenso del terrorismo islamista inicialmente apoyado por la CIA, las mafias de la droga asentadas en Sudamérica, los abusos de los medios de comunicación, el poder de la tecnología informática. Y seguirá haciéndolo, porque siempre estaremos amenazados, ya sea por SPECTRA o por un prejuicio estúpido.

Con el estreno del último Bond pospuesto varias veces por culpa de la pandemia, no se me ocurre nada mejor que revisitar el primero, seguramente el más veraniego. Si es usted de los que tiene problemas con las personificaciones del mal capitalista siempre podrá disfrutar de Ursula Andress en su mítico biquini blanco.

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