"Yo mismo me asombro de lo que he hecho"

Abel Pérez, leonés de Veguellina, emigrante en Uruguay, 90 años, recorre el mundo en una caravana que él mismo se ha hecho y a la que llama "mi casa". Hizo fortuna y le arruinó el corralito pero nada cambió su vida de pájaro libre, está en León estos días

Fulgencio Fernández
24/07/2022
 Actualizado a 24/07/2022
Abel, de Veguellina, con 90 años sigue recorriendo el mundo con su caravana, para él su casa, que está arreglando después de una avería. | JESÚS F. SALVADORES
Abel, de Veguellina, con 90 años sigue recorriendo el mundo con su caravana, para él su casa, que está arreglando después de una avería. | JESÚS F. SALVADORES
Este oficio de contar te ofrece muchas veces el privilegio de estar ante gente extraordinaria que te regala su historia. Pero también te siembra de impotencia otras veces, ¿cómo contar qué es verdaderamente extraordinario o, cuando menos, un tipo absolutamente fuera de lo común, único, como el caso de Abel Pérez, leonés de 90 años al que estás viendo encaramado al techo de la caravana con la que lleva muchos años recorriendo el mundo (ésta u otras anteriores, todas invento suyo) para arreglar una avería que se le presentó cuando recorriendo El Bierzo su techo golpeó con un alero en una calle muy estrecha.

Él nunca habla de caravana, siempre dice "mi casa". De hecho llegó a Espinareda de Vega, su sobrino Miguel Yuma le dijo "ya te tengo la habitación preparada" y él respondió sin inmutarse: "Yo duermo en mi casa".

Sólo son algunas pinceladas para acercarse a Abel. Va otra, definitiva. Con 88 años se hizo "otra casa", esta vez estable, en Mollet del Vallés, en el predio (él siempre le llama así a la finca) en el que viven cuatro de sus cinco hijos. Pero la hizo al fondo, sobre el barranco que cierra hacia el monte, construyendo escaleras, subiendo vigas y piezas de gran peso… "Aquí no echó una mano nadie. No he querido, hay que arreglarse cada cual y donde no llegue la fuerza tiene que hacerlo la maña", dice mientras pone en la televisión uno de los miles de vídeos que ha ido grabando a lo largo de su vida — "al principio eran fotos», explica— y en el que tiene recogido todo el proceso de construcción de esta ‘otra casa’ que, cuenta, "tiene de todo, cocina, salón, habitación, unas espectaculares vistas desde lo alto… menos baño, baño no".

Me hice una casa sobre un barranco yo solo, con 88 años, como el pájaro hornero que pesa solo unos gramos y se construye un horno de 7 kilos. Cuando vine de Uruguay traje unoParece extraño, pero todo se explica en la pasión por la naturaleza de Abel: "No te imaginas el placer que supone salir al corredor y orinar desde allí sobre el barranco, al aire libre… Y si necesito ‘lo mayor’ pues ya bajo a mí casa, al baño", porque su casa sigue siendo su caravana.

- ¿Desde cuándo en caravana?
- Desde los años 80, que me hice una con forma de huevo para recorrer casi todos los países de América Latina. Era de fibra de vidrio, hasta que tuve esa nos movíamos (con su mujer) con carpa (tienda de campaña).

Abel mezcla su castellano del Órbigo con muchas palabras de Uruguay, país en el que vivió muchos años. Pero ésa es otra historia a la que llegaremos, si sé cómo.

Ya había imaginado que Abel era un tipo extraordinario pues su sobrino Yuma —Abel es hermano de su madre— me había dicho al hablar de él: "Mi tío Abel es exactamente la persona que a mí me habría gustado ser, ha vivido la vida que a mí me hubiera gustado… Es mí ídolo".

Es mucho decir que alguien tan libre y especial como Yuma, que casi siempre ha hecho lo que le pide el cuerpo y la cabeza, diga que "me habría gustado vivir como Abel". En ese momento se produce una curiosa conversación entre tío y sobrino.

- Cuando yo era pequeño, que tú ya habías emigrado a Uruguay, y preparaba alguna de las mías mi padre me reñía diciendo “eres como tu tío Abel”.
- Entonces pensarías de mi lo peor.
- Ni mucho menos, yo sabía que había ahí un misterio que me atraía mucho.

Abel le confiesa que también a él le reñían de niño, "porque me pasaba el día leyendo novelas. Trabajaba en un taller de bicis y nada más que tenía un minuto a leer, incluso me escondía debajo de las sábanas o lo que fuera y leía con una linterna".

Y añade en voz baja: "Pero también trabajaba, siempre trabajé".



Alentrar en la charla la palabra trabajo, Abel viaja con la memoria al mismo lugar que viajó como emigrante. Aquel chaval del Órbigo, que se quedó huérfano pronto, que arreglaba bicicletas con la misma pasión que leía, decidió cruzar el charco buscando el sueño de tantos en aquella época: "En 1958 llegué a Montevideo, una ciudad fascinante, ten en cuenta que a Uruguay se le llamó mucho tiempo la Suiza Americana". Pero Abel se labró el futuro con mucho esfuerzo. "Mira, trabajé de soldador calefactor de 7 de la mañana a tres de la tarde; comía algo y a las tres y media ya estaba en otro trabajo de tarde, en una empresa de bicicletas de un famoso ciclista, Primo Zucotti. Y los fines de semana hacía aparatos en casa que repartía con una moto Isuzu que me compré para ello. Con el tiempo logré ser yo quien le fabricaba los cuadros de sus bicicletas a Zucotti con lo que pasé de empleado a proveedor, a ser él mi cliente".

Cuenta Abel la curiosa historia de cómo empezó su ‘empresa’, al margen de su trabajo de calefactor, instalando suelos radiantes, una absoluta novedad o en el taller de bicicletas. "Como trabajaba mucho con el hierro y soldando pues le hice a los hijos un columpio. Lo vio un cliente y se lo quiso llevar, e hice otro para los niños, pero lo quiso un vecino, se lo vendí e hice otro para los niños… y otro y otro, total que montamos un taller y me independicé por el año 1968, creo. Mis hijos hamacándose eran los publicistas".

Le ayudaba su mujer, pues empezaron a tapizar las piezas que allí hacían, sillas y otras piezas con el armazón metálico. "Comenzó a trabajar con una máquina de coser Refrey que habíamos llevado de España; antes había cosido para unos judíos que fabricaban ropa interior".

Y aquella empresa/fábrica, que se llamaba El Firulete (nombre de un tango de moda en la época, de Julio Sosa) llegó a tener 23 empleados, "que nadie me regaló nada", insiste Abel, aunque con el tiempo sí le quitaron pues el tristemente famoso corralito de Uruguay le dejó prácticamente sin nada, incluso sin la casa prefabricada que había llevado desde Estados Unidos, pero con las mismas ganas de seguir viviendo. Y lo hizo. Regresó a España cuando un hijo futbolista vino a jugar a su país natal, se instaló en Cataluña y siguió recorriendo mundo con su caravana, con sus caravanas, su casa, siempre construida por él, incluso cuando la empresa iba ‘viento en popa’. "La primera, hecha de la fibra de vidrio que usaba en la empresa, la llevaba amarrada a un Opel Balilla; también me compré un Volkswagen en la chatarra y lo acondicioné… En 1980 recorrí Europa con ‘mi casa’, en 1984 vine a España y mi sobrinosiempre recuerda que me habló de Grandas de Salime y para allá que marché: ¿Qué más da ir para un sitio que para otro? Yo voy donde me interesa porque ya la vida se encarga de llevarte por donde ella quiere".

Todas las caravanas me las he hecho soloY entre las pocas cosas que trajo a España está un Gernika, una preciosa reproducción en relieve, hecha en Aluminio al 50% del tamaño natural. "Tuve que partirlo en dos para poder embarcarlo, pero no quería abandonarlo", explica mientras te lo muestra en uno de sus famosos y numerosos vídeos, tanto que tiene que llevar una chuleta con lo que tiene en cada pincho. "Los pinchos son uno de los mayores inventos de los últimos tiempos", reflexiona mientras muestra los cartuchos grabados en Beta hace muchos años. "Ya, si los grabaras sin moverte, sería perfecto", le toma el pelo su sobrina Teje. "Se mueven, pero ahí están, se puede ver, que es de lo que se trata", sentencia Abel.

Recuerda Abel que en 2011 regresó a Uruguay por última vez, a liquidar lo poco que quedaba de El Firulete y a despedirse ("aunque nunca se sabe") de aquel país que tanto le dio. Regresó, tiene un gran predio en Mollet del Vallés con cuatro de sus cinco hijos y allí, en lo más alto del barranco se hizo su otra casa, que siempre se complementa con aquella que él llama “mi casa”, en la que vive, recorre el mundo y con la que ha regresado a su tierra, a ver a su sobrino en Espinareda de Vega.

Había desaparecido de la conversación, no dijo nada y ya está subido en una escalera arreglando su casa. "Es que si dice algo le queremos ayudar y a él le gusta volar solo, arreglarse sin ayuda. Siempre pone de ejemplo al pájaro hornero, que mide 20 centímetros y con el pico hace un horno de pan de 7 kilos. Cuando vino de Uruguay trajo en el avión una caja con un nido de hornero dentro".

- Adiós Abel.
- Hasta otra, cualquier día aparezco otra vez... Con mi casa.

Se queda mirando desde lo alto de la escalera y se despide con una frase que lo resume casi todo: "Yo mismo me asombro de lo que he hecho".
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