La tragedia repetida, Laciana ya lloró a 10 muertos en 1979

El 17 de octubre de 1979 se produjo en el Pozo María, en Caboalles de Abajo, un terrible accidente minero, el más grave de los registrados en Laciana y que dejó sepultados a diez mineros por una explosión de grisú

06/04/2025
 Actualizado a 06/04/2025
Al entierro de 5, celebrado en Caboalles, asistieron 15.000 personas. | EL MIXTO
Al entierro de 5, celebrado en Caboalles, asistieron 15.000 personas. | EL MIXTO

Villablino, Laciana, ha vuelto a ser trágica noticia, cuando ya nadie lo esperaba pues el fin de la minería parecía una realidad, cruel para la comarca pero también era el final de la peor de las contrapartidas de la existencia de este duro oficio:la muerte en la mina.

Sin embargo, en la mañana del lunes volvió a estallar el grisú;volvió a explotar el dolor;volvieron los recuerdos más duros y los más veteranos del valle recordaron, cómo no, el accidente más grave del siglo largo de historia de la minería de Laciana:Fue el 17 de octubre de 1979, a las cuatro y cuarto de la tarde, una explosión en el Pozo María de Caboalles de Abajo, propiedad de la MSP. Diez muertos, de edades comprendidas entre los 19 años que tenían dos de ellos y los 46, el mayor de todos. 21, 26, 31, 32, 38, 39, 42 años. Lacianiegos, leoneses, asturianos, gallegos y un madrileño.

Han pasado casi 50 años y se repite la historia con los cinco muertos de Cerredo, en Asturias ‘con mirada’ a Laciana, la tierra de cuatro de los cinco fallecidos, y Torre del Bierzo, el quinto. Se repite la palabra más temida —grisú—, se repiten las sospechas pues en el informe técnico de aquel accidente se decía que «En el pozo María solo existía un grisuómetro y en malas condiciones, no estaba reglado». Los títulares de prensa de estos días vuelve a aparecer el grisú, las sospechas, la incomprensión. 

Yel dolor. La prensa de entonces hablaba de más de quince mil asistentes a los entierros», escribía El País; también se contaba que el Consejo de Ministros expresaba sus condolencias. Aquella vez las autoridades no acudieron, el ambiente era diferente, existía la minería, los sindicatos tenían mucha fuerza...

Cambian los nombres. El lunes fueron  Iván, Rubén, Jorge, Amadeo y David;aquel miércoles de octubre habián sido Alfredo, José, Arselí, Emilio, Manuel, Adolfo, Otilio, Basilo, Antonio y un segundo Manuel. Cuatro de ellos fueron enterrados en Caboalles, donde se habían afincado.  

Chema Gómez Pontón recordaba en el número 3 de la desaparecida revista lacianiega El Mixto (2004) aquella jornada trágica cuando se cumplían 25 años de la misma. «El miércoles 17 de octubre de 1979, diez hombres entraron a trabajar a las 16.15 horas, en el segundo relevo del Pozo María, propiedad de M.S.P (Minero Siderúrgica de Ponferrada). Cuando se encontraban dando la «tira» de la madera, en un taller de la capa 13 que tenía accesos por la tercera y quinta plantas, una explosión de grisú segó sus vidas, en el accidente minero más grave y con consecuencias más nefastas habido nunca en la comarca de Laciana. Según todos los indicios esta explosión fue provocada por el cable de contacto de la locomotora eléctrica, que no era antigrisú y soltó una chispa que originó la explosión. En dicho taller se había producido un corte en la ventilación al encontrarse trancado, lo que originó la acumulación del tan temido gas, siendo la chispa de la locomotora la fuente de ignición causante del estallido». Recordaba, como siempre ocurre en estos casos, cómo la noticia iba recorriendo las calles del pueblo y después los pueblos del valle, los nombres de los fallecidos se iban desvelando, el dolor de las familias y muchas horas de espera  y la consecuente angustia por las especiales condiciones del accidente. «Se organizaron las tareas de rescate, en las que participaron unos 2.000 mineros, distribuidos en turnos de cuatro horas y coordinados por la Brigada de Salvamento y los mandos de la empresa.

Si el grisú había causado el grave accidente era la duda inicial, pronto se despejó.
Si el grisú había causado el grave accidente era la duda inicial, pronto se despejó.

En los primeros momentos, dichas tareas no fueron fáciles, debido a que en los aledaños del lugar del siniestro existía una atmósfera irrespirable: mezcla de gases tóxicos y humo, junto a una gran cantidad de polvo de carbón que dificultaban la respiración y la visión para acceder al lugar del accidente. A las dificultades ya citadas, ayudaba el vetusto, anticuado, obsoleto y en ocasiones averiado material de la Brigada de Salvamento: mascarillas antigás, bombonas de oxígeno y respiradores automáticos. Cada hombre que pujaba por aquel equipo soportaba un peso superior a los veinte kilos, cuando el material existente y moderno de la época era unas cuatro veces más ligero de peso.

En el exterior, al día siguiente, en las inmediaciones del Pozo María, arribó un Comité Técnico del SOMA-UGT proveniente de la mina ‘La Camocha’ de Asturias, que era experto en este tipo de accidentes, ofreciéndose voluntario para entrar en el pozo, colaborar en las tareas de rescate y ayudar a esclarecer las causas del accidente».

Se estableció una especie de nada deseable ni justificable competencia entre asturianos y leoneses, con fallecidos de las dos provincias, entre sindicalistas, mientras las familias esperaban los rescates en medio de un dolor y una tensión insoportables hasta que, seguía contando Gómez Pontón: «Al filo de las dos de la madruga, cuando las condiciones de ventilación ya eran las normales, gracias a un rampón que se dio para facilitar el rescate y dar mejor ventilación al taller en que había ocurrido el accidente, los equipos de rescate consiguieron extraer los cuerpos de Basilio Uría Cangas, maquinista; Manuel Gómez Díaz, enganchador y de Adolfo Real Suárez, barrenista, que fueron rescatados sin vida prácticamente al unísono. Los trabajos de rescate prosiguieron de manera ininterrumpida y hubo que esperar hasta las 14 horas del día 18 de octubre (casi 24 horas después) para rescatar el cuerpo sin vida de Arselí Fernández Díez, vigilante. A las 19 horas del mismo día fue rescatado, también sin vida, Otilio Álvarez Fernández, posteador. Aún quedaban cinco mineros por rescatar, y hasta el momento del rescate habían sido evacuadas 142 vagonetas con carbón, mineral que en su mayor parte provenía del rampón». 

Y así fueron rescatando cadáveres hasta que a última hora de la tarde pudieron rescatar al último de los diez, el madrileño , casado, con dos hijos, picador.

Comenzaban las investigaciones de las causas, con muchas presiones y un nada empático ministro, Carlos Bustelo, quien respondiendo al leonés Álvarez de Paz y al asturiano Avelino Pérez dijo:«En nuestros días ya no hay tantos accidentes en las minas como antes. La mayoría de los accidentes que se producen son debidos a imprudencias de los obreros».

Y a dormir, tan tranquilo.  

Así se sumaba Laciana a accidentes tan graves como los 14 de Casetas o los 17 del Pozo Nicolasa en Asturias, donde también murió un lacianiego. 

Lo más leído