El azar quiso que los restos de los represaliados que iban a ser enterrados en el cementerio de Casares de Arbas, tras 87 años de silenciado olvido, tuvieran su nicho justo encima del último enterrado en el pueblo, hace tan solo unos días, Cueto, de nombre Lorenzo Rodríguez, seguramente el hombre que más luchó (junto a Fernando) para que el momento de sacar a los familiares de las cunetas y llevarlos al cementerio de su pueblo fuera una realidad.
Había fallecido el 26 de marzo, sin ver el acto de justicia que se produjo el pasado 1 de mayo pero con el consuelo para los suyos de que sabía que ya era una realidad inminente. De hecho, en el dossier de esta exhumación está la foto de Cueto siguiendo los trabajos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) en el paraje de Matamala (Aralla y Sena de Luna).
También en los agradecimientos del citado dossier aparece entre los primeros: «A Fernando Rodríguez, por los trabajos de investigación realizados y su tesón. A Lorenzo Rodríguez, por decidir no olvidar. A Tomás González, por su impagable labor de investigación. A Nieves, Mónica y Raúl, porque fueron sois...».
Entre los asistentes, discretamente en silencio, uno de los hijos de Cueto. Nieves, también citada y que guarda el horror en sus ojos de niña, repite las gracias, a todos, «gracias por venir. Lloro, no se puede decir que sea de alegría pero sí de descanso, hace tantos años que espero esto. Toda una vida». En otros corrillos se se producen conversaciones familiares de todos los demás.
El silencio y las conversaciones en voz baja marcaron la hora que los asistentes pasaron en el cementerio de Casares, para dar un extraño adiós a quienes llevaban 87 años muertos «y abandonados en la indignidad», en expresión de la nieta de otro de los asesinados; y muy cerca de una niña de pocos años (en brazos de su abuelo) que mira hacía todas parates extrañada: «Para que no viva en el silencio al que nos condenaron a otros».

Tres pequeños féretros guardaban los restos de Manuel Febrero Rodríguez (de solo 14 años), Lisardo Febrero Rodríguez, (18 años), Tomás Rodríguez Martínez, (25 años), Sergio Alonso, (22 años), Laurentino Cañón, (25 años), y Lorenzo Rodríguez, (38 años). De menor a mayor. De 14 a 38 años.
En los corrillos, siempre en voz baja, se cuentan terribles historias de dolor, persecución y olvido. «Aquí en Casares fue terrible», dice Tomás y asiente Matilde. «Casi la mitad del pueblo sufrió la represión, cerca de 100 y no llegarían a 200 vecinos. Tenemos muertos en las cunetas de media provincia». De hecho, la ARMH pronto iniciará otra excavación en los cercanos montes de Poladura y San Martín. «Andamos pendientes de los permisos pues nos da la impresión que están en la linde de los dos pueblos», explica Marco González.
Nieves le pone una imagen muy gráfica a aquella situación: «En la escuela se contaban con los dedos de la mano los niños que tenían padre».
Palizas, persecuciones, traslados a San Marcos y otros penales, hombres con una niña en brazos al que se la arrebatan para que suba a un camión de muerte y represión, huidas...
Momentos que tuvieron que ser terribles, como el del joven que se salvaba de la muerte y la encontró por regresar para pedir que no mataran a su hermano. «A mi hermano no», pedía. Ola niña que sacaban a un descampado para que llorara fuerte a ver si su padre, huido al monte, la escuchaba y bajaba a entregarse.
Solo era una niña ¿Y las mujeres? Marco González, en su breve discurso para explicar el acto, los trabajos de exhumación, leyó los nombres de los seis que allí se iba a dar sepultura (por la mañana hubo otro acto similar en Villamanín) y a renglón seguido añade: «Pero no podemos olvidar a las mujeres. Madres, abuelas, esposas, novias, hermanas… que sufrieron todo tipo de vejaciones, cortes de pelo al cero, palizas, desprecios, insultos, trsites visitas a sus familiares en los penales, muchas necesidades…».
"Es algo que necesitábamos y esperábamos hace muchos años"
Nieves no puede contener las lágrimas del recuerdo, aunque no dice nada. El dossier de la ARMH recoge unas palabras suyas para un reportaje de nuestra compañera Ana Gaitero que lo dicen casi todo, que da una idea de aquellos hechos, de aquellos años…, aquella represión: «El camión con las mujeres apresadas en Casares se dirigía a la collada de Cármenes. Las iban a matar, pero el chófer se negó. Las metieron en la iglesia de Ventosilla y luego las llevaron a San Marcos» o «yo era ajena a aquella tragedia. En brazos de mi madre y colgada de su pecho entré en el campo de concentración de San Marcos a visitar al familiar preso».Las conversaciones en el resto de corrillos son similares. Tranquilas. Nadie levanta la voz. Belarmino, el recordado gran esquiador, campeón de España, fundador y profesor de una escuela en la comarca, es un ejemplo de ello. Estuvo en Villamanín, está en Casares: «Nos hacía mucha falta este momento». Alguien a su lado añade: «Un lugar donde poner unas flores».
Toma la palabra Marco González, de la ARMH, pone algo de distensión reconociendo que pocas veces ha trabajado en un paraje tan bello y que ya sabe que se dice Arbas y no Arbás. Recuerda que allí están los restos de unos leoneses que defendieron el legítimo gobierno de la República, que creyeron en una sociedad más justa y libertaria y lo pagaron con su vida. Explicó el proceso de exhumación y preguntó:
«¿Alguién, algún familiar, cualquiera de vosotros, quiere decir algo?». Una de las asistentes tomó la palabra: «Nada. Solo daros las gracias a los que habéis venido y, sobre todo, a vosotros (la ARMH) por habernos devuelto a nuestros familiares».
En el silencio se escucha a Nieves musitar la palabra que no se ha quitado de la boca: «Gracias». No se cansa de repetirla. Te coge de la mano y te la repite.
Germán repara en que todos los niños del cementerio son iguales y lo celebra: «Al fin, descansan como lo que son, unos vecinos más». De triste final.
Un berciano, que se ha acercado «por ver», se pregunta por la matraca de reabrir heridas: «A esta gente, ¿les acusan de reabrir el qué?».