La mujer que hizo del tren su vida, hasta que la mató el tren

Victoria, La Tía 14, hizo de un chamizo su casa y del tren su vida, cada día subía, vendía en él... hasta que un día la arrolló

01/06/2025
 Actualizado a 02/06/2025
Victoria rodeada de muchas de las cosas que ‘atropaba’ en su caseto y ver si servían para vender. | ANDRÉS S. VILORIO
Victoria rodeada de muchas de las cosas que ‘atropaba’ en su caseto y ver si servían para vender. | ANDRÉS S. VILORIO

Existe una especie de justicia poética y a la hora de repasar a los personajes más inolvidables de cada comarca nunca fallan —junto a los tradicionales del médico, el curandero, el más ‘chistosos’, la madre de familia numerosa, el triunfador...— los pobres, dicho así en general. Siempre hay alguien que recuerda a aquellos pobres que recorrían nuestros pueblos, que contaban historias, que pasaban cada año o cada varios meses, que ya sabían en qué pajar o en qué casa podían quedarse a dormir, que eran conscientes de que no les iba a faltar un bocadillo, una conversación y un recuerdo.

«Por aquí venía uno...» inician la frase que casi siempre tenía el mismo remate: «Le quería mucho la gente».

Cada comarca, cada pueblo, tiene los suyos, aunque los hay que recorrían mucha provincia, hasta el punto de ser recordados con diferentes nombres, como Juan El Hojalatero, que también era El Moreno, Pitraco o El Ángel, pues después de un trago de vino repetía: «Como un ángel».

Había muchas menos mujeres ‘pobres’, es decir, no recorrían la provincia como ellos. Pero una de ellas, realmente singular y enigmática, dejó profunda huella en la comarca de Gordón y ‘aledaños’, pues ella, Victoria se llamaba, no recorría los pueblos a pie, sino que se subía al tren y allí echaba el día hasta que regresaba por las noches a un chamizo, caseto decía ella, que había acondicionado junto a la estación de Santa Lucía, donde acumulaba todo tipo de productos,  muchos de ellos para venderlos en el tren, que se había convertido en su medio de vida: Chuches, cigarros sueltos o en paquete, hay quien dice que preservativos, lotería con  un pequeño recargo o por la propina... Lo importante era la voluntad de comprar, no lo que ella vendiera.

Pero a Victoria nadie la llamaba por su nombre; es más, casi nadie lo sabía pues para todos era ‘La Tía 14’.

- ¿Y porqué ese apodo?
- Quienes la conocieron en Santa Lucía, Ciñera y aquella comarca no lo saben, esbozan teorías... el único que ofrecía una versión lógica para un viejo reportaje era Benigno, un revisor de Renfe que muchas veces la dejó subir sin pagar. «Muchas veces no, no pagaba nunca».

- ¿Y lo de Tía 14? 
- Se lo pusimos los empleados. Por bromear le preguntábamos ¿a qué estación va la señora? y ella decía ‘a la 14’. Y cuando la veíamos en el andén decíamos ‘está la tía de la 14’, que derivó en La Tía 14.
Era Victoria una mujer realmente enigmática, contaba cosas extraordinarias de su vida anterior, quién sabe si creíbles... Sobre su aparición en el chabolo de Santa Lucía explicaba que tenía otro igual cerca de las vías del tren en Asturias y se lo tiraron; pero añadía una truculenta historia de su huida del Principado, «huyendo, a mi marido lo enterraron vivo?».

- ¿Lo enterraron o lo enterraste?
- No, yo no, fueron sus propios hermanos, que era muy malo. Yo me alegré pues me daba muy mala vida, me quitaba lo que yo ganaba vendiendo y marchaba a ‘puntas’. Por eso no quiero volver por allí.
La Tía 14, Victoria, era una pura arruga, una cara golpeada por la vida, los años y la intemperie. Sin embargo, ella insistía en que había sido muy bella: «La más bonita de Burgos», explicaba dando a entender que podía ser de la ciudad castellana. Y también tenía para Burgos un pasaje de su vida, no escabroso como el de su marido pero sí sorprendente, sobre todo si la observabas con el paso del tiempo. «Había en Burgos una escuela donde iban los artistas a aprender a pintar. Y necesitaban mozas guapas para que les hicieran de modelos, y yo fui una de ellas, la que más querían».

- ¿Por ser la más guapa?
- Y porque posaba desnuda; a mí me daba igual, mientras pagaran, lo que van a comer los gusanos... 

Y se reía mientras recogía todas aquellas bolsas en las que llevaba ‘la mercancía’. Un día estaba cerca de las vías, esperando algún tren, con todas las bolsas alrededor, cuando vino uno que no tenía parada allí y con el rebufo, la velocidad, la torpeza de Victoria y el lío de bolsas la arrolló y acabó bajo sus ruedas.

Fue a morir la entrañable y recordada Tía 14 atropellada por el tren; morir a manos del tren que había sido su vida. Su enigmática vida.  
 

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