La maestra que llegó a La Cuesta con una maleta de madera y en carro

María del Carmen Guerra llegó a Cabrera (a La Cuesta) en 1945 "desterrada" desde Madrid, viuda pues asesinaron a su marido. Se asentó en el pueblo hasta su jubilación y se ganó el respeto de todos

José Manuel Roces
20/07/2025
 Actualizado a 20/07/2025
Su condición de ‘represaliada’ hacía que sufriera frecuentes visitas de la inspección para controlar sus costumbres. | LNC
Su condición de ‘represaliada’ hacía que sufriera frecuentes visitas de la inspección para controlar sus costumbres. | LNC

La maestra de La Cuesta, podría ser el titular más ajustado al personaje que hoy llega a  esta cita con las Gentes de Cabrera. Se podría añadir su nombre, María del Carmen Guerra Carnicero, pero no haría falta pues para quienes la conocieron y la recuerdan no es necesario, ‘la maestra de La Cuesta’ es ella, tal es su impronta, su trabajo abnegado y ejemplar; su pasión y fidelidad por aquella tierra, que ejerció negándose a irse de allí, a interrumpir su tarea a escolarizar a los alumnos de su escuela de un pequeño pueblo cabreirés, La Cuesta.

‘La maestra’ —la señora maestra dirán las que fueron sus alumnas— es ella. Y bien merecido lo tiene. Una de aquellas maestras que llegaban de otra comarca —el Páramo, en su caso—, con un maletón, viajando en el coche de linea rumbo a lo desconocido que, además, no le habrían hablado nada bien de aquel destino. Llegaba además con una mochila triste y cruel de tantos de aquellos maestros de la posguerra. Ejemplares. A los que debemos un agradecido recuerdo. 

Y es que su historia vinculada a Cabrera arranca en el año 1945, cuando el eco de la Guerra Civil aún retumbaba en los rincones más apartados de España, María del Carmen Guerra Carnicero, nacida en Valdefuentes del Páramo, fue enviada, casi como un castigo, a la pequeña localidad Cabreiresa de La Cuesta, procedente del lugar que puede parecer en las antípodas de su nuevo destino, viene de la capital de España, donde ejercía como maestra y había quedado viuda. Su delito para este ‘destierro’: pensar con libertad, un marido fusilado durante la guerra. Su compromiso con una educación laica, inclusiva y moderna la convirtió en una figura incómoda para el régimen franquista en su destino de Madrid y como muchos maestros y maestras incómodos para el régimen franquista había que apartarlos. Cuánto más lejos... Lo que también habla del escaso respeto por León, por Cabrera, por La Cuesta, pues si sus ideas eran ‘peligrosas’ para Madrid; pero ésa es otra historia.

La Cuesta, la pequeña aldea  encaramada en las montañas de la Cabrera leonesa, era otro mundo. Allí el tiempo se movía a otro ritmo, los inviernos eran largos, sus caminos de barro y una población humilde que sobrevivía con esfuerzo del campo y condenados muchos de ellos a la emigración. Parecía el destino perfecto para silenciar a aquellos  que osaban creer que la educación podía cambiar el mundo.

Con una maleta de madera

Llegó a Truchas con una maleta de madera con unos pocos libros y con la tristeza de dejar en un convento de los PP. Dominicos a sus dos hijos, pero estaba convencida de que, si bien querían condenarla al olvido, estaba segura de que su entusiasmo podía sembrar la esperanza. 

Allí la estaban esperando una niña llamada Cristina Alonso Carbajo, acompañada de su madre y el carro con la pareja de vacas, para su traslado a La Cuesta. Esta familia y doña María del Carmen forjaron una  gran amistad que se mantuvo a lo largo de toda su vida de docente en La Cuesta, incluso fue madrina de uno de los hijos de Cristina, conocido en toda cabrera como Pepín.

La escuela, ubicada en lo alto del pueblo, era un edificio en el que la parte baja estaba la escuela, la parte destinada a la enseñanza, era apenas una habitación fría con pupitres de madera carcomida y ventanas que dejaban pasar el viento, pero para ella era un templo. En la parte superior de la escuela estaba su vivienda, la tradicional casa del maestro, tan modesta como la propia escuela.

Fue la nueva maestra recibida por el pueblo con una gran alegría y pronto se volcaron en facilitarle todo lo necesario para hacerle más fácil su vida allí. La abastecieron de cargas de leña para soportar el invierno, ya próximo, tradición que se venía cumpliendo a lo largo de los tiempos con todos sus antecesores.

Hubo una anécdota, que me cuenta Cristina y alguna de las otras cuatro alumnas suyas con las que he hablado y cuyos nombres quiero dejar aquí y que son : Gloria T. Miguélez Lobo; Francisca Moleo Calvete; Concepción Martínez Carbajo y Ángeles Lorden Calvete, que guardan en su memoria numerosos recuerdos y, sobre todo, admiración por su antigua maestra.

El hecho fue que el señor Presidente del pueblo a demanda de la maestra y dado que la vivienda se dividía en dos grandes estancias, una la cocina baja, llamada “Llareira” y la otra la habitación de descanso, decidió obrar en la vivienda dividiendo la estancia de cocina en dos y sustituyendo la cocina baja, por una cocina de leña, llamada aún hoy en día la cocina económica, todo un lujo para aquella época.

Primeros problemas

Aquello no sentó muy bien en alguna parte de los vecinos y levantó ciertas envidias y como consecuencia de ello, comenzaron a salir comentarios e incluso a negarse por parte de algunos vecinos a participar en los aportes de las cargas de leña. 

Doña María del Carmen mostró frente a ello su condición de gran persona y nunca tuvo en cuenta nada a nadie de lo acaecido, ella seguía con su labor escolar, que era muy buena y ayudando a todo el pueblo en lo que estaba en sus mano.
Cuentan que hacía labores de enfermera y era quien ponía la inyecciones y curaba todo tipo de heridas, incluso cosiendo las mismas.

Con el tiempo, la gente del pueblo comenzó a comprender que aquella maestra no venía a imponer, sino a compartir. Muchos aún recuerdan cómo enseñaba a las niñas con el mismo rigor que a los niños, cómo se negaba a castigar con violencia, cómo transformó un rincón olvidado en un refugio de dignidad.

Recuerda Cristina como en una época de su vida padeció de vértigos, una enfermedad que le producía muchos dolores de cabeza y ella la cuidaba y dormía con ella, hasta que vino una sobrina, si bien nunca dejó de asistir a impartir las clases a sus alumnos y alumnas de La Cuesta.

También cuentan las informantes   que era obligatorio durante todos los día de clase cantar el cara al sol y el rezo del rosario, cosas de las que ella no era muy partidaria, pero que estaba obligada a hacerlo ya que estaba estrechamente vigilada por el servicio de inspección, que se le practicaba con frecuencia , interrogando  a niños y padres si aquello se cumplía.

La implicación de esta maestra era tan generosa que al terminar las clases, dedicaba su tiempo a enseñarles las labores de costura. 

Sus dos hijos, Rafael y Miguel, tomaron ambos los hábitos de la congregación de los PP. Dominicos, y  uno de ellos, Miguel,  cantó su primera misa en La Cuesta, tras lo cual se fue a misiones y no recuerdan bien dónde. Lo que si recuerdan, es que cuando venía algún año a verla, les proyectaba diapositivas con los indígenas casi desnudos y aquello les producía entre rubor y vergüenza mirarlo. Uno de ellos, Rafael, tras dejar los hábitos, no lo tienen muy claro si fue presidente de RTVE, o un alto cargo de la misma. 

En las vacaciones regresaba a su localidad natal, Valdefuentes del Páramo. Y se mantuvo fiel a su compromiso con La Cuesta y sus alumnos hasta su jubilación, dejando un gran recuerdo, como maestra  y como persona. 
Son muchas las personas que aún la recuerdan y que fueron sus alumnos y alumnas, algunas de ellas guardan aún cuadernos con las programaciones de las materias, escritas de su puño y letra, destacando una perfecta caligrafía.  
Cuando acudí al pueblo a entrevistar a sus gentes sobre personajes que pudieran destacar en La Cuesta, nadie dudó y casi todos mencionaron a la maestra María del Carmen Gerra Carnicero, ‘la maestra de La Cuesta’. 

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