El alcalde se llamaba Juan Morano Masa. Madrileño, abogado, que había llegado con aquellas cosas de los sindicatos verticales y vio que ésta era buena tierra y, además, también la de su mujer, la berciana María Encina Seco, siempre que demos por bueno que el Bierzo es León.
Y aunque los de aquí ya nos íbamos acostumbrando a sus cosas y a sus formas, ya le habíamos visto a caballo por la ciudad con maneras de sheriff, ya habíamos recibido en casa aquellas plantas que tanto gustaron a las madres para adornar los balcones... para las teles —que todavía no había explotado El Entierro de Genarín— fue un verdadero hallazgo. Juan Morano tardó mucho tiempo en apearse de los sumarios de los telediarios, para bien o para mal, cada cual, y cuando se empezaba a difuminar algo su estela, con el salto a la política nacional que lo envuelve todo en bruma salvo a unos pocos, llegó la mano amiga de Luis del Olmo, lo incorporó a sus tertulias y el ‘diputado de provincias’ no dejó al radiofonista del botillo en mal lugar. Sus frases rotundas, sus desplantes, calaron hondo y muchos se preguntaban quién le permitía decir cosas como «mi partido que defienda lo que le de la gana, yo defiendo lo que tengo que defender».
Pero ya hemos dado un salto en el tiempo. Volvemos a aquel alcalde que tomó las teles por asalto y tengo la impresión de que encontró el camino. En aquel León de un Zapatero sexy y pirámides de energía Juan Morano intuyó que esta tierra ya estaba harta de viejas bienaventuranzas e iban a comprar la postura contraria a la ley: «Malaventurados los mansos porque ellos no irán a ninguna parte».
Y Juan Morano les regaló a los leoneses flores pero también sus famosos policías de Harrelson y Cabañeros, Juan Morano envió tiestos con tarjetas que eran sus frases de «aquí está, estos son los ... de León» que tanto nos gustan: «El matadero no se cerrará mientras yo sea alcalde», «el presidente de la Junta (a la sazón Aznar) no pisará el Ayuntamiento de León» y para corroborarlo en una recepción a los Reyes no ondeaba la bandera de Castilla y León y se interpretó el Himno a León... o «yo voy a la fiesta del Capilote de Riaño porque es donde tengo que ir, los pesebreros que se queden en casa»... Y como en el País Vasco eran aquellos días duros de plomo ‘plantó’ en el Regimiento de Caballería Almansa, número 5, una bandera que en los días despejados se debía ver desde Pajares. Curiosamente el Ejército también estuvo presente en el último eslabón de esta cadena de ‘malaventurados los mansos’, en 2012, cuando se fue del Partido Popular, por el que era diputado, por no votar los planes del carbón del Gobierno, de su Gobierno, y cuando le hablaron de disciplina de partido dijo aquello de «la disciplina es para el Ejército».
En todas estas historias había cara y cruz. Unos decían, en 2012, «vuelve Morano» y los contrarios —siempre tuvo los dos bandos muy claros— aseguraban que «le han puesto en bandeja una salida por la puerta grande, ya era su última legislatura, se va al Grupo Mixto y... a triunfar Morano».
Era su sino. Su sello. Su firma y su impronta. Se movía bien vendiendo el fin de la mansedumbre y no se puede olvidar la famosa manifestación de los 100.000 o los 50.000 o los que quieran, pero una pasada... Y en una de ellas aparece (véase documento gráfico)alguien que debería estar en las antípodas, Ataúlfo el Comunista, que donde lucía habitualmente la pancarta de ‘Curas y monjas... a trabajar’ escribió ‘Morano sí. Buitres no’.
- Ataúlfo, ¿pero tú no eras de los movimientos comunistas?
- Lo soy.
- ¿Y esto de Morano?
- El caso de Morano es muy otro (ésta era su frase fetiche pues cuando lucía el cartel de Curas... a trabajar y le preguntabas si él trabajaba decía, «mi caso es muy otro»).

Lo descubrió Roberto Merino, primer concejal del PCE en León, con Juan Morano de alcalde, y no daba crédito. Pero la mayor sorpresa fue comprobar quién había sido el autor, el inclasificable Yuma, que se jugó el físico para acceder allí y escribir el mensaje. Ahora mismo no sabe bien las causas.
Fue un personaje singular. Para bien y mal. De frases rotundas y con una costumbre que le granjeó simpatías, recorrer la ciudad a pie, con el jersey sobre los hombros, con paso firme. Para unos chulo. Para otros cercano.
Para los capitalinos... 12 concejales.
Ni siquiera se quiso morir como todo el mundo y menudo lío se formó con la crónica de su muerte anunciada.