Cierra el Villamor de Riello, otra forma de entender la hostelería en un pueblo

Once años después de su apertura, Mar se despide de esa 'casa con escalera', un reflejo de la vida en Omaña

05/12/2023
 Actualizado a 05/12/2023
El bar Villamor de Riello cierra después de once años. | FACEBOOK
El bar Villamor de Riello cierra después de once años. | FACEBOOK

Es fácil imaginar el dolor que por cada palabra sintió al escribirla Mar la del Villamor de Riello. Casi cada mañana contaba una historia, algo que ocurría en el Villamor: un desayuno, un postre, un peregrino, una nevada, un adiós, un recuerdo de Lolo, una exposición, un baile, una presentación de un libro, una visita, un noble, un actor y cantante, una partida de brisca, una de tute de paisanos, otra de dominó de maestros del arte de la ficha, los niños del cole disfrutando del mejor comedor escolar sin línea fría, un alemán despistado, unas fotos en la pared, una centenaria comiendo con su familia, un libro de Luismi Rabanal… la vida en Omaña. Salvo los de las ausencias, la de Lolo aún duele, los mensajes llegaban  llenos de las palabras optimistas de quien cree en el futuro de Omaña (de quienes creen, Toche siempre va en el lote) como nadie. Por eso esta vez se intuía el dolor y si escribiera sobre papel lo habría mojado con lágrimas cuando comunicaba: “¡Nos vamos! Sí, tenemos que cerrar Villamor de Riello…”.

Es fácil imaginar el dolor porque es difícil creer que Mar (Toche va incluido) se rinda, no lo hace nunca… pero los muros de la codicia tienen muchas veces las paredes mucho más fuertes que la fuerza de voluntad más inquebrantable. Fin a once años de un lugar diferente, de un bar de pueblo que podría estar en cualquier parte del mundo porque un bar nunca son las paredes.

El Villamor de Riello es una casa de comidas y taberna en el mejor sentido de las palabras, en el más tradicional de ambas. Es una casa que tiene en su entrada ese bar con mesas para las partidas, ¡qué gozada llegar a la hora de las partidas y ver que la vida estaba allí! Seis mujeres a la brisca; cuatro paisanos de tres pueblos echan un tute y el que mira riñe antes de que le digan que “los de afuera dan tabaco”; de fondo suenan las fichas del dominó y la bronca viene de la mesa del mus: “No se puede querer de postre”. De un pequeño cuarto, al lado, cerrado, acaban de marchar los niños del colegio que nada saben de los polémicos menús fríos de otros coles. Y en los taburetes de la barra, mientras leen el periódico, nunca falta quien arregle el mundo.

Una casa con escaleras. Con comedor coqueto arriba, con buena comida, sobre todo, y vistas sobre el horizonte lejano de los numerosos valles de Omaña y el cercano de esa iglesia en la que tantos años estuvo la pancarta de ‘Omaña Insumergible’ y al lado de cuyas paredes de enciende el fuego del Sábado Castañero o se colocan las mesas del mercadillo.

Una casa con dos ‘huertos’ para los días de clima benigno. La terraza interior de verano que escuchó conciertos, conoció libros, bailó chano y sevillanas, acogió a quien llegara… y la terraza ante la que desfila el mundo, camino de otro pueblo, de la tienda, de otro bar…

Cuando se cerró Caja Duero, justo allí al lado, Lolo dedicó su tira diaria en La Nueva Crónica a este hecho que él llamaba Caja Duelo y decía en uno de sus bocadillos: “Los pueblos no se vacían, los matan”. Pues eso, nunca le llevé la contraria a Lolo, que hoy también estará muy triste pues en ese bar de pueblo desembarcó tantas veces buscando asidero. Y se lo han arrancado.    

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