Imagínese tratar constantemente con pacientes oncológicos de enfermedad avanzada y tener la misión de ofrecerles un final digno ayudándoles en los momentos más complicados de su vida. Imagínese, ahora, tener que evitar que se derrumben, conseguir que pasen tranquilos sus últimos días y que «se vayan en paz». Pues ese es, precisamente, el trabajo de Inés Chacartegui y Montse Ramos, trabajadoras de la unidad de cuidados paliativos oncológicos en el Hospital Monte San Isidro de León.
No son médicos ni enfermeras: Inés es psicóloga y Montse trabajadora social. Pertenecen a la Asociación para el Desarrollo de los Cuidados Paliativos y Tratamiento del Dolor (ACPD) y cada mañana tratan de establecer un vínculo emocional con los pacientes, para lo que están perfectamente formadas con especial incisión en el final de vida de las personas. Su labor no tiene nada que ver con el ámbito sanitario como tal, solo se limitan a ese aspecto «psicosocial», que definen ellas.
La unidad a la que pertenecen destaca por ser exclusivamente oncológica. Es decir, solo trabajan con personas en fases avanzadas con enfermedades de esa tipología. Su trabajo no es técnico, no tiene unas reglas definidas como tal. Simplemente tratan de desarrollar una relación con los enfermos para «facilitarles» su final de vida. Eso sí, tienen muchas teclas que tocar por su carácter eminentemente social y para ello es fundamental que sepan cómo abordar a alguien dependiendo de sus creencias o estilo de vida.
«Las personas religiosas llegan al hospital con tranquilidad, con una sensación de continuidad y es más fácil. Es un refuerzo muy importante porque no hay un sentimiento de desesperanza y sobre todo los católicos lo ven como un reencuentro con sus familiares», dice Inés. Aún así, en esos momentos «la mente da sus quebraderos de cabeza». Y precisamente por eso están ellas ahí. «Trabajamos con un enfoque positivo sobre cómo han vivido, qué han conseguido, el legado que dejan…», añade Montse, de manera que el paciente obtiene una perspectiva más tranquilizadora.
Si hay una palabra que repitan a lo largo de la entrevista tanto Montse como Inés esa es «respeto». Respeto por el paciente, por su familia y sus formas de actuar ante estas situaciones. Saben bien cuál es su rol: no es, ni de lejos, uno principal. Ellas actúan como un eslabón al que las partes que entran en juego -paciente, familia y sanitarios- pueden acudir cuando lo necesiten: «Somos una muletilla». Si la persona no tiene creencias religiosas, la forma en la que actúan es la misma, solo que no tiene ese enfoque: «Siempre nos adatamos a todo, no varía nuestra forma de trabajar y lo primero que hacemos es presentarnos y darles la bienvenida. Tenemos una mirada muy abierta y con esas personas tiramos por el sentido de la vida».
Guía para el final de vida
Con todo, su asociación se enmarca dentro del proyecto de Atención Integral a personas con enfermedades avanzadas promovido por la Fundación «La Caixa», que dispone de una extensa guía en la que se ponen sobre la mesa distintas religiones y las formas que deberían adoptar tanto Inés como Montse teniendo en cuenta al paciente en cuestión. «La guía está perfecta, explica preceptos y bases de cada religión. Es muy útil y la recomendamos a todos los profesionales de paliativos», detallan mientras señalan la importancia que tiene «leer y conocer para respetarles mejor».
Es fundamental que su trato con el paciente sea el correcto. Fallar en un simple comentario puede tirar por la borda todo lo demás, de ahí que las dos trabajadoras echen mano de la guía siempre que lo necesitan: «Vivimos en una ciudad globalizada, en León hay de todo y cada etnia tiene sus costumbres cuando fallece un familiar. Si entra dentro de la legalidad se respeta siempre». «La nacionalidad y la religión muchas veces suponen una barrera cultural. Ellos saben de ti y tú de ellos, pero si no conoces su mirada no vas a poder ayudarles bien», apostillan con gran sapiencia. Lo que no cambia nunca es la formación de una relación con la otra persona: «Hoy te conozco, mañana veo cómo estás, pasado te digo que te noto triste y así, día a día, se hace esa unión». Dicen también que ellas «acompañan». Cierto es. A veces, el simple hecho de acompañar y escuchar resulta muy efectivo: «Así cuando las cosas no vayan bien la persona sabe que estás ahí, igual que la familia».
Su labor con los enfermos se basa en condensar toda su vida en el tiempo en el que están en la unidad de paliativos. Intentan que el paciente reflexione sobre su vida –siempre desde una perspectiva compasiva– y con ello conseguir despejar cualquier tipo de duda o pensamiento negativo que les atormente. «Tenemos que hacer un repaso de igual 80 años en una semana, es una intervención rápida y tienes que tener las cosas muy claras», comenta Inés.
No obstante, a pesar de que la mayoría de su jornada la pasan en el Hospital Monte San Isidro, también están cerca de aquellos que prefieren estar en casa, pues el servicio incluye visitas y seguimiento a domicilio. El estar en sus respectivos hogares facilita que los enfermos se sientan más cómodos y se abran a Inés y a Montse, que en ese sentido sí que ven «ventajas»: «Se sienten más seguros, al final uno en su casa siempre está bien y es más sencillo coger confianza».
A la pregunta de que con qué se quedan de su trabajo no dudan en responder. «Relativizas todo», dicen. «Aprendes a gestionar situaciones y te das cuenta que no todo es tan grande como parece», añade Montse. «Cosas que puedes hacer ahora, como dar un abrazo o decirle a alguien que le quieres hay que hacerlas ya. Y mañana, si eso, también».
Ese es el aprendizaje que sacan de un trabajo psicológico, social, necesario y «duro, pero muy enriquecedor».