El hombre que mató a la muerte

21/06/2016
 Actualizado a 15/09/2019
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Era un torero más, andaluz, valiente, ‘El ciclón de Jerez’, simpático, Juan José Padilla. Un tipo que peleaba por no ser uno más.

Un día un toro le atravesó la cara en la plaza de Zaragoza. Nadie sabe por dónde le entró el cuerno y por dónde le salió aquel día de la cogida pues todos querían ver las imágenes, todo el mundo hablaba de ellas, escalofriantes, pero nadie las veía completas pues nada más empezar a seguir la secuencia la gran mayoría apartaba la mirada o tapaba los ojos o...

Nadie dudaba que no volvería a los ruedos, que aquel rostro desfigurado escondía secuelas terribles que él mismo confesaba, como un zumbido interior que haría enloquecer a cualquiera. El parche que tapaba el lugar del ojo que perdió en el lance parecía un imán al que todos miraban cuando aparecían imágenes de su proceso.

Pero Juan José Padilla se empeñó en que sería capaz de escribir el romance del hombre que mató a la muerte. Y fue componiendo estrofas.

Nadie se lo creía cuando reapareció en Olivenza, cuando se mostró otra vez temerario ante otros toros hermanos del que le atravesó, cuando fue capaz de convertir las banderillas en violín... Y nació una religión, la del pirata, la del hombre que le mira a la cara y desafiante a la muerte, la del temerario... hijo de aquellos viejos toreros que le decían a su madre, cuando le prometían una casa:«Oabro la puerta grande o la del tanatorio».
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