ZUI (Zoonosis Urbanita Inversa)

El autor nos ofrece este relato, o mejor dicho estos relatos (tres en uno), como un ingenioso ejercicio de estilo (estilos), cuya inspiración podemos encontrarla, además de en su propio talento, en los ejercicios de estilo de Queneau

Gary Ferrero
06/09/2020
 Actualizado a 06/09/2020
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Susana había salido de casa aquella tarde dispuesta a arrasar. Era viernes y había quedado con unas amigas para tomar unas cañitas por el barrio madrileño de Malasaña. Y tenía la intención de rematar la noche en una discoteca del centro de Madrid donde acostumbraban a parar los jugadores de la primera plantilla del Real Madrid. Se había ataviado con sus mejores galas, un conjunto supersexy de Dolce&Gabanna que esta preciosa muñequita veinteañera, en pleno esplendor vital, le quedaba como anillo al dedo.

Nada más salir de casa, concitó la expectación de unos cuantos viandantes, que retorcieron el cuello a su paso cual si se tratara de un coro de niñas del exorcista. Subió a un autobús que iba repleto de hombres de diversas edades, etnias y pelajes. Enseguida un varón de unos cincuenta años de edad, de baja estatura, tez morena y rasgos muy marcados, como de indígena sudamericano, le hizo hueco.

La espectacular muchacha se abrió paso entre una maraña de machos ojipláticos y en celo y se fue a situar justo en el lugar que hábilmente le había preparado el protagonista de esta historia. Los carraspeos, cuchicheos y comentarios, no todos respetuosos y atinados, comenzaron a brotar de entre aquel conglomerado variopinto de testosterona como si del río Iguazú, desplomándose de golpe por sus cataratas, se tratase.

A ella no se le veía en absoluto incómoda. Se notaba que era una mujer acostumbrada a lidiar con ganaderías bravas como las que pacían en aquella dehesa que era más bien aprisco. Pero, de pronto, su gesto mutó radicalmente y, enfurecida, se hizo un pequeño hueco entre la marabunta para tomar fuerza con el brazo y le estampó un sopapo en toda la cara, precisamente al morlaco que le había facilitado un sitio entre el nada respetable que le había dejado marcado a sangre y fuego el hierro de la ganadería. Al silencio sepulcral subsiguiente le sobrevino una serie de vítores y aplausos atronadores y unas carcajadas a mandíbula batiente con que el público congregado premiara la labor de la diestra. El que más disfrutó de la faena fue un macarrilla poligonero, que venía siguiendo el desarrollo de los acontecimientos con atención inusitada, como si perteneciera a la secreta. El autobús paró en Callao, su destino, y Susana bajó resuelta, no para irse en dirección a Malasaña, sino a la Plaza de Chueca, donde había una comisaría móvil de la policía. Si no hubiera sido por la falta de espacio y las malas pulgas de la fémina la faena hubiera acabado con una salida a hombros por la puerta grande del colectivo.

Desde el punto de vista del macarrilla poligonero

Osea, no veas chavo. La pava esa subió al atobús rompiendo la pana. Pedazo de pibón, colega. O como diría el Mingui: Un pedazo pivotrón que te cagas. Era una gachí postura en toda regla. Era la sucesión de Pivonazzi elevada a la enésima potencia. Llevaba una pedazo minifalda que se le veía el pensamiento y un escote que lo que no enseñaba por abajo se divisaba desde arriba. Un auténtico bomboncito de licor a punto de estallar.

Se colocó justo al lado del guachupino chanchito que era un aborto de tío, un enano paticorto y feo, vamos. Iba maqueao con unos pantalonacos y una visera como si fuera un latin King de tercera. En cuanto la pivita se puso a su lado, empezó a echar humo como una locomotora y al poco rato le aplicó los aberronchos contra el culito –alias bufetito– rechoncho de la churri, que ni corta ni perezosa le endiñó una ostia en tol careto que lo puso tibio y el tronco achantó la mui como si fuera un angelito. Lo puso suave, sabes.

Al principio pensé que el chanchito quería afanarle el bolso pero después lo gilé metiéndole mano a la almendra y arrimando cebolleta. Menuda anchoa debía gastar el colega. Si no le suelta la ostia, el cabrón le aprieta las tabas allí delante.

Como me moló la tronca, tío.

No veas la peña cómo se despiporraba al final.

Estilo cateto (desde el punto de vista del indígena americano)


Mire, señor agente, yo no le toqué ni un pelo a esa primorosa criatura y no porque yo no tenga mucha puntería. Se lo aseguro. Sé que alguien quiso tocárselo y no pudo. Tampoco le metí mano ni le di pellizcos ni nada de eso, pero sí sé quién lo hizo. Pues a ver, majete, expláyate mejor, que estamos perdiendo el tiempo. Aquí pone que fuiste tú. Y eso lo declara la presunta víctima y también lo declaran todos los testigos interrogados. Ya puedes buscar una buena coartada o de lo contrario estás perdido, muchacho. Así que, si no has sido tú, ya estás largando por esa boquita. Pues le repito, señor agente, que yo no he sido. Primero: no soy sudamericano, sudaca o guachupino, como dice usted que pone ahí, en la denuncia. Si es verdad que algún listillo dice que parezco un indio yanomami. Pero ni soy ecuatoriano, ni hondureño, ni guatemalteco para que me confundan con un chanchito. Me llamo Urbano, soy de Velilla de la Reina, provincia de León, trabajo de manobra en Obras y Contratas Pellitero y había venido a Madrid en busca de una mascota exótica que me pidió mi hija por la comunión. Al ir a comprar la mascota me enteré de que estaba prohibido el tráfico de estos animales y me atavié como un rapero con esos pantalones anchones y cagaos que se llevan. Metí el pangolín –que es el animal que vine a buscar– en el bolso y me subí al autobús para llegar a Atocha y coger el tren para Velilla. El autobús iba de bote en bote. En esto que entra una moza muy pero que muy elegante y muy pero que muy recortadina por abajo y por arriba. Madre mía, daba gusto mirarla. Qué carina más bien pintadina y qué ubres. No eran muy grandes pero eran redondinas y tiesas como melocotones. Y qué canalillo. Como para meter en él el agua de Luna y regar todo el Páramo bajo hasta Zamora. Qué hembra más bien plantada y qué chispa y qué genio: Me sopló un sornavirón que me dejó grogui un cuarto de hora. Cuando me dí cuenta estaba todo el autobús partiéndose la cerviz y aplaudiendo a la rapaza. Y yo colorao que no sabía dónde meterme. Pero yo no hice nada, señor guardia, créame. Déjese de rollos y dígame quién fue de una puñetera vez. Hable ya o se va directo a la trena. Verá, yo no fui. Fue el cabrón del pangolín. Como le digo, yo lo llevaba oculto en el bolso y no sé que cojones pasó que fue subir la guapa al autobús y ponerse el bicho como loco. Yo tira que tira para atrás y él venga que venga, que quería meterse por debajo de la falda de ella llevando el pantalón mío y la braga de ella por delante. Traté de sujetarlo como pude pero a aquella bestia no había modo de pararla. El caso es que él no podía ver nada. Luego me dijo un paisano que es que esos animales tienen el sentido del olfato como el de un perro cazón y, en cuanto detectan a la presa, no hay cristiano que los pare. El que sí pudo ver fui yo. «Y qué viste», lo interrogó el agente. Disculpe el atrevimiento, señor guardia, pude ver con toda claridad que la chica estaba depiladina del todo, nunca había visto algo tan bien rasurado, por eso digo que ni yo ni nadie pudo tocarle un pelo.

«Vaya con el graciosillo de Velilla. ¡Qué te parece! Además de acosador y traficante de especies prohibidas es un fabulador compulsivo de la leche. ¿Nos toma por subnormales, no? Mira que me había encontrado disculpas peregrinas pero como esta ninguna. Y si es como dice, podrá mostrarme el animal, ¿dónde lo tiene?».

El caso es que fue bajarse la guapa del autobús y el cabrón del bicho tiró detrás de ella como un poseso. Y a estas horas el bicho estará en su casa. O bien andará por La Casa de Campo o la Calle Montera en busca de alimento.

«Pues sepa que se le va a caer el pelo», le espetó el agente.

Semanas después del incidente relatado, numerosos titulares de prensa rezaban de la siguiente o similar manera sin aparente conexión con el mismo:
‘Un extraño virus obliga a suspender la liga de fútbol profesional’

Varias plantillas de equipos de la capital de España principales colectivos afectados, entre ellas la del Real Madrid.

Relato del Taller de composición que imparte Manuel Cuenya en la Universidad de León
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