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Vergüenza, infamia e hipocresía mundial

19/11/2022
 Actualizado a 19/11/2022
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En no pocas ocasiones los periodistas nos atascamos a la hora de buscar un titular, algo que también me sucede con esta columna semanal. Pero para la de hoy me sobran. Mundial de la vergüenza, Mundial de la infamia, Mundial de la hipocresía… y así podría continuar con apelativos negativos al más puro estilo ‘Un, dos, tres… responda otra vez’. Mañana comienza el aquelarre en Qatar con el que se pretende, a través de un balón de fútbol, blanquear un país que se cimienta sobre unos valores tan oscuros como el petróleo que está bajo sus pies y que les permite comprar lo que se les antoja. Desde hace ya varios años han apostado por utilizar al deporte y a deportistas para tapar sus miserias en cuanto a su vulneración sistemática de los derechos humanos.

Lo que mal empieza, mal acaba. El despropósito del Mundial de Qatar ratifica esta máxima. Desde que en 2010 la FIFA eligió este país para celebrar el Mundial las sospechas de corrupción, detenciones e investigaciones judiciales han dejado más que tocada a la entidad organizadora de la cita mundialista. Ya más recientemente se comenzaron a conocer las condiciones lamentables de los trabajadores de otros países que llevaron para construir las infraestructuras del Mundial. Según una investigación impulsada por ‘The Guardian’, más de 6.000 trabajadores han muerto durante las obras. Vamos, que allí lo de Prevención de Riesgos Laborales no deben querer saber lo que es. Pero qué más da si los muertos son de segunda.

Si a esto unimos que su cultura menosprecia a las mujeres y a la libertad sexual, nos encontramos sin duda alguna, ante el mejor país del mundo para celebrar un Mundial. Es paradójico que todavía no haya empezado la cita y haya ya contenido suficiente para hacer unos cuantos documentales, en los que el mundo del fútbol en su conjunto no iba a quedar muy bien parado. Lo de Qatar es un error histórico, pero al menos destapa las vergüenzas de nuestras sociedades, en las que queda patente que el dinero es el árbitro en el partido de la vida. Él pone las normas y aquel que se atreve a contradecirle es expulsado con tarjeta roja.

Todavía no ha comenzado a rodar el balón, pero ya hay ganadores y perdedores. Han ganado el dinero, la hipocresía y la corrupción y han perdido la dignidad, la coherencia y los derechos humanos. Y en este caso, créanme que el resultado no da igual. El único consuelo que nos queda es que han comprado el negocio del fútbol y a sus mercenarios, pero el deporte del fútbol, el que se juega en las calles y en los colegios, no está en venta y sigue siendo de las personas que disfrutan con un balón entre los pies.
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