Ventanas de Lisboa

Por Julio Llamazares

Julio Llamazares
03/07/2022
 Actualizado a 03/07/2022
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De todas las anécdotas, de todos los momentos que vivimos juntos, de todas las historias que podría contar de Sendo, el pintor que acaba de morir en San Justo de la Vega, cara a Astorga y al Teleno, quiero rescatar un título que para mí abre la imaginación a una época inolvidable para el pintor fallecido y en menor medida para mí mismo: Janelas de Lisboa (Ventanas de Lisboa). Fue el título de una exposición de cuadros que Sendo hizo hace ya unos cuantos años (y para cuyo catálogo le escribí yo un texto) dedicados a evocar sus años en la ciudad portuguesa como profesor de Dibujo en el Instituto Español y cuyas protagonistas eran esas ventanas lisboetas tan coloridas como sugerentes. Tanto que de tan pictóricas parecen cuadros ellas mismas.

Coincidí dos veces con Sendo en Lisboa. Las dos me invitó él, una junto con José María Martín Sarmiento para presentar la película El filandón, cuyo cartel promocional había realizado el propio Sendo, y otra para participar en unas jornadas que organizó en la Universidad Nova de Lisboa sobre literatura leonesa y a la que acudí junto a otros cuatro escritores: Antonio Pereira, Luis Mateo Díez, José María Merino y Agustín Delgado, además del cantante Amancio Prada. En ambas ocasiones pude compartir con Sendo su pasión por una ciudad y un país, Portugal, que tanto le marcó, pues fue muy feliz en él, y del que de alguna manera nunca se marchó del todo como lo demostraba el brillo de sus ojos cuando recordaba sus años en Portugal y el hecho nada anecdótico de que al primero de sus dos hijos le llamara Nuno, en portugués, no en el castellanizado Nuño (para el anecdotario de los amigos quedaría la broma de preguntarle por qué a su segundo hijo no le puso Dos por seguir el orden, en lugar de Diego). Lisboa y Sendo, Sendo y Portugal, fueron un todo inseparable hasta el final por más que el pintor regresara hace ya mucho a su lugar de origen, a esa casa de La Judiega, en los altos de San Justo, donde la vista se pierde en todas las direcciones y el viento del Páramo sopla con fuerza, para envejecer pintando y viendo pasar a los peregrinos en dirección a Santiago, peregrinos a los que tanto pintó (a ellos y sus botas, toda un símbolo ya en la iconografía de Sendo) y a los que incluso dedicó una fuente frente a su casa, una escultura junto a la que refrescarse y descansar que ya forma parte de la liturgia ritual del Camino.

La obra de Sendo abarca muchos registros y muchos temas, va desde los animales y coches en movimiento de sus principios como dibujante a las estáticas composiciones de libros viejos o a los maravillosos paisajes dibujados a plumilla de la Maragatería de su corazón, y será siempre recordada por sus caminantes y peregrinos vistos de espaldas, pero para mí las janelas de Lisboa serán sus cuadros más evocadores, puesto que compartí con él su pasión lisboeta, aquellas noches escuchando fados en el café de Natalia Correia, en el Chiado, con Malo, el inolvidable consejero aragonés de Educación de la Embajada de España en Portugal que era una copia de Zumalacárregui y que cuidaba de Sendo como de un hijo, o paseando juntos por la orilla del mar en Cascais. Sendo en Lisboa, más que en Astorga o que en cualquier otro lugar en los que hemos compartido tantos ratos juntos, incluido el cocido en casa de Maruja, en Castrillo, de todos los 28 de diciembre que ahora pierde a su mentor, es la imagen que me quedará de él y, tras ella, las ventanas de Lisboa, esas pinturas reales e imaginarias que quedaron impresas en su retina y que continúan viviendo en sus cuadros, su verdadero testimonio y el principal retrato de sí mismo, ese que nunca pintó pero que permanecerá para siempre en ellos además de en su mujer y en sus hijos, a los que tanto quiso. Descansa en paz, amigo. El reloj del British Bar de Lisboa, aquel que me enseñaste tú y que marca las horas al revés, hoy se ha parado en tu honor.
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