Úrsula se cansó de estar sin Pereira y se fue con él

Fallece la viuda del escritor villafranquino

Fulgencio Fernández
18/05/2019
 Actualizado a 15/09/2019
Úrsula Rodríguez en una imagen de archivo. | MAURICIO PEÑA
Úrsula Rodríguez en una imagen de archivo. | MAURICIO PEÑA
Cuando al final de una cena una joven se levantaba para irse y decía «me deja que le de un beso don Antonio, ha sido tan agradable», y el aludido, Antonio Pereira, respondía mirando desde detrás de sus gafas de siempre: «pero, ¿un piquito?», la broma del escritor villafranquino sólo tenía sentido porque allí al lado estaba Úrsula, que tranquilizaba a la joven: «Cosas de Antonio».

Cuando para cerrar un filandón en una de esas noches de ventisca de noviembre Pereira decía con seriedad franciscana aquello de «estas noches no están más que para dormir con la hija de la mesonera y robarle unos chorizos mañana al levantarnos», la broma sólo tenía sentido porque en la primera fila estaba Úrsula que le decía: «Sí, para ti va a estar la mesonera».

Sólo se podía entender la realidad de aquel viaje a la playa de los Pereira y el cura González de Lama, el sabio, sumando a las sugerencias de erotismo diocesano que relataba el autor de ‘Picassos en el desván’ la historia que Úrsula escribía en su cara con sus gestos, tan jugosos de leer como cualquier cuento de aquel fabulador que decía ser poeta para seducir a las veraneantas, porque le podía la timidez; pero no fue ése su comportamiento cuando en la cola del Cine Crucero descubrió a aquella ‘andaluza de Jaén’ que había venido a pasar las fiestas de San Juan. Iban a ver Casablanca, hablaron solo unas palabras pero a la salida del cine el villafranquino estaba esperando a la jienense.

- ¿Progresó rápido aquello?
- Aquella noche me llevó a una verbena, ¡qué mal bailaba!, nos hicimos novios y con veinte años me casé con él. Reñíamos de vez en cuando, pero es tan difícil reñir con él.
- ¿Qué te contó aquel primer día?
- Cosas de Antonio.

Y Antonio Pereira ya no sacó el carnet de conducir, lo tenía Úrsula. Y Pereira ya no llevaba los papeles de los negocios, lo hacía mejor Úrsula, y cuando le invitaban a cualquier acto literario todos sabían que eran dos. Y Úrsula se apuntó a las sombras de las luces de Pereira por voluntad propia, pero sin renunciar jamás a sus luces de mujer brillante de su época, puericultora, que convenció a Pereira que sería bueno irse a París y vivir y aprender francés, y fue traductora de francés e inglés. Y nunca dejó que nada le robara los momentos de leer y fue la primera lectora y crítica de Antonio Pereira, por eso cuando él se fue ella estaba convencida de que había «muchas facetas desconocidas de Antonio...» por eso nació la Fundación Antonio Pereira, para ella una especie de  causa justa o consuelo de ausencias. Pero, claro, llegó un momento en el que Úrsula se cansó de estar sin Antonio y se fue con él. Fue hace unas horas.

Ya vuelven a estar los dos a las puertas del Cine Crucero, ya le está contando Antonio historias, tal vez acudan a alguna verbena. Ya estará Úrsula tomando notas de este nuevo viaje, como todos los que hicieron juntos, cada poco a París, a repetir el primero.

Se hizo difícil, ya hace una década, ver pasar a Úrsula por las inmediaciones de Papalaguinda y que no fuera Antonio a su lado, con la cacha, que no le pidiera un papel para apuntar un cuento cuyo inicio acababa de descubrir en una frase perdida de algún caminante. Será difícil acudir a un acto en el que se pronuncie la palabra Pereira y que no te espere Úrsula al final, tan cercana siempre, con alguna palabra amable.

Se han ido. La naturaleza es sabia. Todos saben que a Úrsula le costó mucho trabajo vivir sin Pereira, pero a Antonio le habría sido imposible hacerlo sin Úrsula Rodríguez Hesles.
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