Imagen Juan María García Campal

Una obviedad, dos elogios

01/08/2018
 Actualizado a 12/09/2019
Guardar
Pues, no se me ha ido el espíritu crítico de vacaciones! Obviedad: agosto. Voy con los elogios. ¿A quiénes? A nadie, los suelo hacer, como las reconvenciones, lo más privadamente que puedo. ¿A qué, entonces? A la lentitud y al cuerpo. Pero tranquilo, seré rápido. Seré rápido sólo para abandonar la prisa, ese falso sinónimo de eficacia que tan frecuentemente camufla a su contraria y contarle, sin ella, prisa alguna, las ventajas que ofrece la elogiada lentitud. No escribo de oídas, créame. Comencé a abandonarme en ella en un tiempo en que sentí, en exceso, que los días me arrastraban tal que ya hoja seca fuera. Y esto de hoja seca hasta me parece excesivamente poético, que más bien nada de nada sentía además de cansancio y urgencia. Algo así como que el tiempo –eso que los necios dicen que es oro y el sabio Sampedro enseñó que es vida– se consumiese por sí solo, sin consciencia alguna por mi parte, sin vivirlo, con dolor o con gozo, vamos, a encefalograma plano, muerto en vida o, menos trágico, más máquina que humano cuerpo.

Comencé paso a paso, despacio, piano piano, que diría mi madre. Es decir, intentando sentir todos los estiramientos, todas las contracciones musculares y articulaciones óseas que intervinieran en cada uno de ellos, los pasos, no los pianos. ¡Qué alegría la de las plantas de los pies al saberse reconocidas, sabidas! ¡Qué perfecta ingeniería los tobillos! ¿Y la de las rodillas? ¿Y la de las caderas? Sí, también tenía caderas. Y yo que pensaba que eran algo que aparecía con la edad y sólo para romperse. ¡Qué invento este del esqueleto! ¿Y nuestro sistema muscular? Eso sí que es un eficaz y eficiente servicio de inteligencia para que funcione toda la estructura de nuestro particular estado. ¿Y el cerebro? ¡Qué tesoro! ¿Y los sentidos? ¡Qué generosidad la suya, la de cada uno de ellos! ¡Ah cuerpo olvidado, explotado, descuidado! Cuánto das y que poco te cuidamos, te mimamos.

Hágame caso, es agosto y posiblemente esté de vacaciones o, cuando menos, dispondrá de algo más de propio tiempo y, aun ya los días menguantes, tendrá luz natural para ello. Eche el freno, viva más despacio. Procure ir avanzando pausadamente hacia la lentitud. Si sabemos el destino, para qué apurarnos. Vamos a llegar de todas formas. Y con nosotros se irá el mayor tesoro, nuestro cuerpo y nuestros sentidos. Todo lo demás, ¡todo!, quedará aquí. Vaya lento, sienta cuánto nos regalan los sentidos: huela, saboree, mire, escuche, acaricie. ¡Viva vívidamente! ¡Hágase un vividor!
Lo más leído