Una buena razón para seguir hablando de amor

José Ignacio García comenta el libro de Juan Manuel Gil 'La flor del rayo'

José Ignacio García
27/05/2023
 Actualizado a 27/05/2023
El autor Juan Manuel Gil.
El autor Juan Manuel Gil.
'La flor del rayo'
Juan Manuel Gil
Editorial Seix Barral
Novela
416 páginas
20 euros

La historia que les voy a contar, o al menos la manera en que este libro llegó a mis manos es rigurosamente cierta. O, como mínimo, tan creíble como puede resultar un escritor que vive de inventarse historias. Si bien debo precisar que algunos de los detalles que la rodean se dispersan en la nebulosa de la imprecisión.

No obstante, en esencia, la cosa fue más o menos así.

Hace un par de años reseñé en esta sección ‘Trigo limpio’, la anterior novela de Juan Manuel Gil, galardonada con el Premio Biblioteca Breve, de Seix Barral. De ahí nació entre el novelista y el crítico una de esas amistades epistolares que, como las semillas que se entierran en una maceta, unas veces florecen y otras no. La nuestra debió permanecer todo este tiempo en barbecho hasta que hace dos o tres meses –aquí es donde mis recuerdos se confunden en la nebulosa de la imprecisión– no sé quién de los dos contactó con el otro para que un ejemplar de ‘La flor del rayo’ acabase entre mis manos.

Lo que sí recuerdo es que la culpa de nuestra comunicación fue de la editorial. Quizás porque no les gustara demasiado la última reseña que les había dedicado, hace meses que Seix Barral ha dejado de enviarme boletines informativos y de ofrecerme novedades editoriales. Así se lo escribí a Juanma cuando uno de los dos contactó con el otro, y él enseguida encontró la solución. Se encargaría de enviarme directamente (y amablemente dedicado, por cierto) un ejemplar de la novela.

La guasa del tema surgió cuando le di la dirección postal a la que debía remitir el paquete, un pequeño pueblo de pocos más de quinientos habitantes camuflado entre pinares en la inmensidad de la meseta castellana. Fue entonces cuando, para mi sorpresa, Gil me confesó que conocía el pueblo porque el año pasado, en un viaje de Almería a Cantabria se había alojado en la única posada que posee. Unos mil kilómetros entre la punta más meridional del Mediterráneo y las playas santanderinas y Juan Manuel Gil se había parado a hacer noche a unos metros de mí sin que ninguno de los dos tuviera conciencia de nuestra cercanía y pudiéramos conocernos en persona, darnos un abrazo, escuchar los acentos salinos o terrosos de nuestras voces.

Así de caprichosa y de cruel es casi siempre la vida. Pero, una vez contado el cómo, lo importante es que el libro llegó. Y esa es la historia, una historia normal, ni grande ni pequeña, ni hermosa ni fea. Porque la inmensa mayoría de historias son así. Incluso las que Juan Manuel Gil nos cuenta en ‘La flor del rayo’, porque lo importante no son las historias –esa semilla creativa– sino las novelas que surgen de ellas. Y en eso, en crear grandes novelas de situaciones casi anecdóticas, Juanma es un auténtico maestro.

Como lo es esa forma de escribir novelas que emplea al propio autor como protagonista en primera persona de unas peripecias a caballo, como él mismo reconoce, entre la imaginación y la realidad; porque imaginación y realidad llevan a un mismo lugar, la ficción; esa ficción puñetera, delirante y enredadora que, por muy cercanos que sean los personajes: pareja, vecinos, psicólogos, médicos, padres, mascota y demás familia, nunca sabemos cuándo el autor miente y cuándo dice la verdad, cuándo se desborda de desesperación y cuando nos está tomando el pelo; porque nostalgia, adversidad, amor y humor se multiplican y entreveran a lo largo de estas cuatrocientas páginas de escenas luminosas, de diálogos eléctricos e ingeniosos que no dejan de insinuar, de provocar, de mostrar pistas que no se sabe muy bien adónde conducen. O quizás sí. Como ocurre con su cuaderno de notas o con esa misteriosa carpeta llena de muestras que -como el gran panel final de Saber y Ganar– quizás haya que descifrar por partes para desentrañar el desenlace de la novela.

Amor, humor y, a veces, poesía. Así escribe Juanma Gil. Así entremezcla el lenguaje aparentemente más coloquial con figuras humanas cuya pose parece la de una letra mayúscula, con madres que hablan y desinfectan al hacerlo, con recepcionistas de hotel a las que se escucha con atención apostólica y sonrisas acorazadas o con pájaros que quizás vuelvan a volar a fuerza de lanzarlos al aire una y otra vez. Y todo eso después de reconocer que su vida –supuestamente, añado yo– tiene más que ver con una función de títeres que con una tragedia griega.

Sin embargo, esos (supuestos) títeres, tienen la grandilocuencia de los héroes helénicos. La enigmática vecina cuya historia quiere rescatar a toda costa, Seve, el vecino más cercano que parece el botiquín para las heridas o el comodín de la llamada de un concurso televisivo, sus padres, su hermano sablista, el perro Boludo –qué nombre más apropiado– que no hace más que rascarle la cartera con sus visitas al veterinario. Y, por encima de todos, T., siempre T, que puede ser la inicial de Tamara o de Tristana o de Teodosia, pero también de tristeza o de tensión o de tragedia o de terminación.

Tras confesar que su literatura es pura interferencia, se pregunta el autor qué sería de los escritores si renunciáramos a lo que nunca ha sucedido. Y precisamente de eso, de algo que quizás no haya ocurrido más que en la imaginación del novelista, surge una criatura narrativa que supera, si cabe, a ‘Trigo limpio’ y que lo consagra como una de las voces más peculiares y personalísimas del panorama narrativo actual. Como su paisano, una especie de exitoso Bisbal de la palabra escrita.

Hay mucho comino y mucho azafrán en la prosa de Gil, mucha amalgama de verdad y fantasía, mucho juego de certezas que juegan al despiste, muchos pasajes de una intensidad emocional conmovedora. Y, por encima de todo, muchas formas de hablar del amor y de denominarlo en este manual ejemplar y práctico para novelistas que empiezan o para otros veteranos, que nos pasamos horas, días o semanas a merced del bloqueo creativo, sin disponer de una psicóloga -una doctora Wilkes, o quizás el elemento estructural de una novela- que nos ayude a salir del jardín de la desesperación que produce la sequía escritora, o a convertir ese jardín –como hace Gil– en diáfana metáfora literaria.

Ni sé ni me interesa cuándo Juanma Gil miente y cuándo dice la verdad. Ni siquiera sé si él lo sabe del todo. Ni sé si ha empezado a escribir por el principio o por el final, o si el que ha elegido es el mejor de todos los desenlaces posibles. Pero como haberlo tenido tan cerca y a la vez tan lejos une mucho, o al menos lo hace la fascinación que la novela ha provocado en mí, sólo espero que entre todas las historias que revela, la de su relación con T. no sea real, que sólo sea el elemento dramático y enrevesado que, como una buena escena de sexo, toda novela requiere para convertirse en un monumento a ese sentimiento que unas veces llamamos amor y otras con cualquier otro nombre.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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