Una apuesta por la sensibilidad

Por Samuel Rubio

19/11/2022
 Actualizado a 19/11/2022
El Ateneo Cultural El Albéitar acoge la exposición conmemorativa del Coro Universitario de León. | SAÚL ARÉN
El Ateneo Cultural El Albéitar acoge la exposición conmemorativa del Coro Universitario de León. | SAÚL ARÉN
A la hora de hacer una reflexión sobre el acontecimiento que estamos celebrando, se nos acaban las palabras y, por supuesto, toda clase de adjetivos, debido a emociones y recuerdos; y es que no se puede definir una actividad que marca una vida. Menos mal que se trata de un acontecimiento musical, y, por lo tanto, contamos con el privilegio de acudir a la música para descifrar los entresijos de la palabra, que no da más de sí. Y es que la música, como cualquier otra manifestación artística, tiene como finalidad principal aflorar los sentimientos, da igual que sean de alegría o de dolor. El hecho es que, cuando a la palabra se le agota el discurso y no tiene más que decir, acude en ayuda de la música, y entonces sí es capaz de expresar lo que ella solo no alcanzaba.

Me gustan las celebraciones, porque con ellas regresa el pasado cargado de emociones y sentimientos. Pero no hay que esperar a que se cumplan 25 ó 50 años de cualquier circunstancia memorable, porque lo que sí pasa y no se detiene es la propia vida. En el caso que nos ocupa se trata de traer al presente una época de nuestra vida, llamada Coro Universitario de León. Fue una apuesta por la sensibilidad, por la cultura, que nos marcaría gratamente. Vaya por delante, pues, una declaración de intenciones: queremos conmemorar un reencuentro entre quienes formamos parte de aquella inolvidable aventura y lo queremos hacer cantando, después de 20, 30 ó 40 años, pero sin denominarlo concierto, pues es mucho más que un concierto. Utilizaremos, eso sí, algunas piezas musicales que en su día fueron interpretadas por el Coro Universitario de León, y que hoy se convierten en material de trabajo que intentarán reconstruir el edificio sensible que en su día edificamos. Tampoco tienen que seguir un orden cronológico, ni ningún tema establecido, ni, por supuesto una búsqueda de la perfección. Esas partituras se convertirán en piedras vivas entresacadas del edificio, para una vez utilizadas y recordadas, regresar a su sede. Bastaría con escucharlas y sentirlas para descubrir la fuerza y misticismo que encierran. Por unas u otras razones, significaron mucho en el devenir de nuestra historia.

Fueron 22 años, durante los cuales, jóvenes universitarios forjaron sus vidas académicas debido al éxtasis colectivo que producía el canto coral. Era como una droga que proporcionaba ilusiones, esperanzas, compromiso, disciplina e inquietudes, todo muy propio de la juventud. No fue necesario convencerles con argumentos académicos o discusiones bizantinas sobre el valor humano y cultural que aporta el arte de la música. Cantando polifonía, se dieron cuenta de la importancia que tenía la formación sensible del individuo, y así, el ensayo diario, además de una clase añadida, se convirtió en un encuentro de las distintas facultades, constituyéndose en una pequeña universidad dentro de la gran universidad.Pronto llegó la hora de transmitir al público nuestras sensaciones en forma de concierto. Países como Portugal, Francia, Italia, Austria, Alemania, Chequia, Eslovaquia, así como diferentes puntos de la geografía española, fueron testigos de nuestro entusiasmo voraz a la hora de transmitir al mundo lo que sentíamos. Tratábamos de instruir y distraer al mundo con nuestras voces, representando con mucho orgullo a nuestro pueblo, a nuestras instituciones, a nosotros mismos, como si de la mejor embajada se tratara.La Universidad de León tuvo en su coro un extraordinario embajador en todos los conciertos y viajes dentro y fuera de España, transmitiendo cultura y sensibilidad a través de la música; fue una demostración palpable de la importancia que puede tener la música en la Universidad a la hora de transmitir con hechos sensibles lo que se aprende en las aulas.Cuando los aplausos del público arreciaban después de cada concierto, nos acordábamos del trabajo de los ensayos, apreciando así mucho mejor las mieles del triunfo. Era una mezcla de sufrimiento y gozo.Premios al esfuerzo y trabajo de cada día no faltaron. La medalla de bronce en el XVIII Festival de Tolosa de 1986, la grabación de un disco dedicado a H. Schütz y C. Patiño, o el CD dedicado a J. Montón y Mallén con motivo de Las Edades del Hombre, así como la elección del coro para representar a España en ‘Europa Cantat’ de Estrasburgo. Bien es verdad que la polifonía del s. XVI fue la base y fundamento de todo nuestro proyecto, siendo T. L. de Victoria nuestro guía y ejemplo a seguir. No obstante, la colaboración con grandes orquestas, solistas internacionales y famosos directores de orquesta, hicieron posible la interpretación de las grandes obras de la literatura musical.Fue un verdadero privilegio haber podido viajar por toda Europa. Las emociones, el hecho de conocer otros mundos, el contacto con orquestas célebres, las experiencias vividas, los conciertos, no tenían precio; habían contribuido, y de qué manera, a fortalecer nuestra personalidad y lo que es mejor, a ser más sensibles.Al interpretar el ‘Stabat Mater’ de A. Dvorack en Viena, nos parecía ver cómo las lágrimas de la Madre Dolorosa se deslizaban también por nuestras mejillas ante la oportunidad que se nos brindaba de cantar en la patria de la música; era todo un privilegio. Nos sentíamos importantes pero al mismo tiempo humildes ante el hecho de haber sido protagonistas de una realidad emocionante y sublime.

Todo lo que emprendemos en la vida tiene un origen, un desarrollo y un fin. La propia vida forma parte de esta filosofía: nacemos, nos desarrollamos y morimos. En nuestro caso no hemos muerto, porque la experiencia vivida nos hace estrechar lazos que perdurarán en el tiempo.

Este encuentro sirve para recordar nuestras caras, aunque estarán ya un poco desfiguradas después de 20, 30 y 40 años, pero también servirá para darnos un fuerte abrazo agradecido, pues por causa de la música nos hemos conocido.

Vaya mi agradecimiento más sincero a la Universidad de León que quiso y supo acogernos. Mi felicitación a los diversos rectores y equipos rectorales que han sido, y que apoyaron esta actividad. Un especial agradecimiento a los actuales dirigentes por haber acogido con cariño esta iniciativa con toda clase de facilidades. Gracias también a D. Nicanor y a D. Florentino, párrocos de Jesús Divino Obrero y Santa Marina la Real por facilitarnos dichos templos a la hora de los ensayos. Y gracias al propio coro por haber contribuido a hacerme más feliz en una época dorada de mi vida.

Samuel Rubio fue director del Coro Universitario de León desde 1980.
Lo más leído