Un oficio con mimbres

Villoruela (Salamanca) presume de ser cuna del mimbre nacional, con artesanos que históricamente elaboraron productos a mano venidos a menos por el mercado asiático

Ical
27/08/2016
 Actualizado a 19/09/2019
José Luis, artesano del mimbre de Villoruela, monta un sillón en su taller de la localidad salmantina. | ICAL
José Luis, artesano del mimbre de Villoruela, monta un sillón en su taller de la localidad salmantina. | ICAL
Un espejo colgado sobre la pared, varias estanterías repletas de herramientas y el olor a taller viejo, a ese en el que, cuando eres niño, siempre recuerdas haber visitado alguna vez. Son particularidades que acompañan en el día a día a Severo y Diego Sánchez, dos hermanos de 68 y 70 años de edad que aún regentan un antiguo habitáculo en el que, mano a mano, ‘cosen’ cada rama de mimbre hasta lograr un sillón, de los que siempre se llamaban de paja. Ese producto le debe todo a Villoruela (Salamanca). Un pueblo que puede presumir de ser cuna del mimbre nacional, con auténticos artesanos históricos. Pero un sector venido a menos por el empuje del mercado asiático.

“Seguimos funcionando como hobby, por placer. No sabemos hacer otra cosa”, espeta Severo, mientras fuerza una vara que formará parte del reposabrazos y su hermano recoge una tireta. Su taller ahora está desértico en comparación con los años 80, cuando en él trabajaba el resto de sus hermanos y daban empleo hasta una quincena de personas de la localidad. Ahora, a su ritmo, fabrican sillones a demanda para la empresa Laz Mar, una de las de mayor tradición en el pueblo.

El gerente de esta firma, Alberto Lázaro, señala que la gente de Villoruela “debe sentirse muy orgulloso de sus padres y abuelos, porque gracias a su esfuerzo con el mimbre, ahora muchos tienen otros empleos”. Y es el que el responsable de esta firma, en una charla sentado en los famosos ‘sillones del abuelo’ hechos por ellos mismos, no olvida que el sector en la localidad ha atravesado tres fases bien marcadas.

La primera, recuerda en presencia de su padre Paco –uno de los impulsores del sector- y del alcalde, Florentino Hernández, fue la “etapa dorada” en los años 80, cuando los alemanes compraban mesas, sillones o cestas fabricadas en Villoruela por sus artesanos, un trabaja facilitado por empresas como Laz Mar, que entregaban la materia prima a los propios trabajadores para que los fabricaran desde casa. Mimbre que se adquiría en Cuenca, con amplia tradición de cultivo, pero no de artesanos mimbreros.

Un pueblo al servicio de la mimbre

Desde Alemania los pedidos podían alcanzar las 30.000 unidades de sillones, “con lo que todo el pueblo trabajaba de esto, hasta los niños al salir del colegio, que hacían las piñas –patas-”. Ello motivó pequeñas guerras entre almacenistas a la hora de encargar el producto a los artesanos, “pues jugaban con los precios para poder vender más cantidad”. “Cuantas más unidades se hacían, más se ganaba. Mientras un trabajador de la construcción ingresaba en casa 60.000 pesetas, en Villoruela, los del mimbre no bajaban de 120.000. Siempre se decía que el más tonto tenía un piso en Salamanca”, comenta.

Una época, señalan al unísono los presentes, en la que había más de diez empresas destinadas al sector en la población. “Cuando aquí los perros estaban en la calle, nosotros hacíamos canastas para perros alemanes”, ríen todos.

En la década de los 90, recuerda Lázaro -quien regenta la empresa junto a sus hermanos y primos-, los germanos se dieron cuenta de que en Asia también se hacía este producto, de menos calidad, pero a menor precio. Ello provocó la importación de muebles de Indonesia. La tercera etapa es sólo adjudicable a Laz Mar, pues con la entrada de la crisis económica y la caída de las ventas de producto final, se vieron obligados a vender únicamente la materia prima. Para ello, no dudaron en cultivar la mimbre en Villoruela, donde cuentan con 11 hectáreas de la variedad americana, de las más de 20 que se contabilizan en el pueblo. A ello ha contribuido el arranque de gran superficie en la provincia manchega.

“Es como la viña. Tienen una vida de 30 a 40 años en las que cada mes de enero se talan”, explica, para luego pasar un proceso en húmedo para conseguir pureza y seleccionar por medidas y futuros usos, como muebles, vallados o ataúdes ecológicos, un mercado al alza en algunos países europeos. Las exportaciones principales llegan a Francia, Alemania o países norteafricanos.

Para entender la mimbre

Al salir del peculiar taller de Diego y Severo, un antiguo edificio municipal llama la atención. Es un Centro de Interpretación de la Mimbre levantado por el Ayuntamiento, con financiación del Gobierno, para “poder entender el sector”. El alcalde, quien con 20 años era ya encargado de almacén y toda su vida ha estado vinculado al sector, recuerda que los habitantes de muchos pueblos de la comarca trabajan la mimbre también, pero otros emigraban a la vendimia o a la recogida de la manzana, “algo que no era necesario en Villoruela”. “Aquí nadie tenía paro”, rememora, delante de tres cestos, una damajuana y un taca-taca para bebés, todo de mimbre, en el interior del edificio público.

En este local también se encuentran algunas de las máquinas necesarias para seleccionar la mimbre, algunas de las cuales aún operan, como la que Laz Mar ha importado desde Polonia, así como antiguas fotografías a las puertas de los domicilios, donde familias enteras unían la mimbre en busca de un producto final.

Nuevas generaciones, mismo trabajo

Severo y Diego forman parte de una de las históricas familias vinculadas a la mimbre. Como también la de José Luis, trabajador de 50 años que tampoco es la primera generación, pero que está obligado a compartir esta labor con otro empleo en Salamanca. “Viví la época dorada y la caída. Pero lo hago por vocación. Hay que mamarlo desde pequeño”, sentencia. En su taller, ligeramente más moderno y con más claridad, “se trabajaba muy bien y hubiese funcionado”. “Ahora puede haber dos meses que no fabrico nada y no entrada nada en el taller”, comenta, justo cuando fabrica una de las piezas de un simbólico tresillo de “categoría, de jardín”.

Reitera que en Villoruela “ha habido muchos artesanos y muy buenos” y remata que “si el padre se ha dedicado a ello, el hijo al menos también sabe, aunque no quiera”. José Luis, que no tarda más de cuatro horas en confeccionar un sillón desde que con 12 años hiciera el primero, recuerda que los veranos de los niños de la localidad “se pasaban en los talleres de padres o abuelos”. “Y si tu familia no tenía, tu padre te colocaba en uno de un amigo…”, salta Alberto Lázaro, quien matiza que “como había mucho trabajo y se ganaba dinero, no importaba que los niños dejasen de estudiar”.

Sentado en el propio sillón que está fabricando, José Luis admite que no le ha ido “tan mal” y que todo lo que es lo ha conseguido “gracias al mimbre”, resopla.
Archivado en
Lo más leído