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Un memorial en San Marcos

14/12/2020
 Actualizado a 14/12/2020
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Días atrás un grupo de ciudadanos, personas muy conocidas entre ellos, firmaba un manifiesto reclamando la habilitación de un memorial en el Parador dedicado a quienes sufrieron encierro, tortura y muerte en el campo de concentración de San Marcos de León durante la guerra y siguientes años, evitando que tan atroces sucesos “sigan invisibilizados”. Personalmente soy del mismo parecer, por supuesto. No solo creo imprescindible honrar a quienes en la historia reciente defendieron la democracia y padecieron terrible opresión, sino que lo creo aún más necesario en estos momentos de tergiversación y manipulación de esos hechos históricos. Sin embargo, como director del Museo provincial, considero necesario recordar que sí existe un espacio dedicado a esa memoria en el antiguo convento. No está en el Parador ni en la parroquia (a la que también podría reclamársele), sino en su inquilino más veterano desde la desamortización del monasterio: el Museo. Cuando la sede principal de esta institución centenaria fue trasladada al edificio “Pallarés”, sus tres estancias renacentistas en San Marcos se convirtieron en un Centro de interpretación del monumento. En ellas, la sala dedicada a lo que había sido San Marcos desde que se desamortizó (“sala del claustro” según la denominación habitual), incluyó la instalación de una vieja aspiración, también de quienes trabajamos en el propio museo, en forma de recuerdo al uso del lugar como espeluznante campo de concentración del franquismo. Para ello se confeccionó un monolito con acentuado simbolismo material y formal: una enorme piedra de talco de las minas de Puebla de Lillo, de más de quinientos kilos de peso, hendida pero no atravesada por una cuchilla negra de acero corten. Pretendía encarnar la democracia del país, que no llegaba a romperse pese a esta brutal tajadura. La obra, con la consiguiente inscripción “en memoria de cuantos sufrieron prisión, tortura y muerte en San Marcos” se ubicó, además, en el eje de la sala, de tal manera que se ve nada más acceder a ella, y preside un espacio rodeado de sepulcros vacíos y lápidas funerarias, que dotan al conjunto de una evidente intención memorial, grave, luctuosa. En enero hará catorce años que se abrió al público; aproximadamente treinta mil personas visitan esa sala cada año.

Hay quien ha reprochado al museo no haber publicitado lo suficiente ese monumento, como si debiera recordarlo periódicamente (en su día ya se divulgó este hecho) o su existencia se viera menguada por la falta de una promoción que, por desgracia, el museo no puede realizar como quisiera para la gran mayoría de las historias y patrimonio que custodia. Quizás es que aún visitamos poco los museos. No importa. El hecho cierto es que ese memorial existe, y que si se situase otro en el Parador –institución que nada tiene que ver con el museo- refrendará y tal vez mejore un gesto ya efectuado y vigente. Lo cual, por descontado, nunca está de más.
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