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Un embajador de museo

16/06/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Museos. Tal vez no sea una casualidad que el Museo del Prado celebre su segundo centenario a la vez que el Museo de León cumple 175 años desde su fundación y un siglo y medio desde que fuera abierto al público en 1869. O tal vez sí lo sea. Los museos viven de ese tipo de coincidencias, muchas veces más felices de lo que parecen en primera instancia, pues brotan de frondosos ramajes congregados en troncos que no podemos abarcar aunque disfrutemos su sombra.

P.P. Rubens. Pese a los conflictos religiosos europeos, y como sucede con otros artistas barrocos, Rubens se valió del repertorio mitológico y del cristiano, de la iconografía de ambos y de su reflejo en la historia del arte, para lograr fructíferas e indistintas asociaciones amalgamadas en su formidable crisol compositivo y técnico. Un repertorio aventado a los cuatro puntos cardinales gracias a su prolífico taller, la difusión de sus grabados y su predicamento en las cortes europeas. En el lienzo de gran formato ‘Ceres y dos ninfas’ (1615-1617), Rubens, con la colaboración de Frans Snyders para los frutos del cuerno de la Abundancia y los animales, retoma los encargos españoles. Si hay un artista extranjero –aparte Tiziano– representado en el Museo del Prado es el pintor flamenco: no puede estudiarse su obra sin acudir al museo madrileño. Es así a causa de las veces que el pintor visitó nuestro país, pero en especial por la voracidad del rey coleccionista Felipe IV hacia sus obras, que le llevó a encargarle ambiciosas decoraciones, como la Torre de la Parada.

Embajador. Muchos de los artistas barrocos hubieron de batallar porque su profesión fuera considerada entre las artes liberales. Ese tránsito de artesano a artista se consumó a diferentes velocidades según el entorno social; Velázquez, por ejemplo, aunque pudo defenderlo desde una posición de privilegio en la corte, solo al final de sus días añadió la cruz de la Orden de Santiago a su autorretrato de Las Meninas como refrendo de la nobleza de su oficio. Rubens no tuvo que hacerlo. Desde su juventud no solo fue considerado uno de los artistas más dotados y renovadores de su época, sino que además se destacó como culto cortesano y hábil y políglota diplomático, de manera que su concurso fue requerido incluso para embajadas del más alto rango en las que su arte constituía la mejor carta de presentación (una de estas ocasiones fue comisionado diplomático para lograr la paz entre Inglaterra y España en 1630). En su época únicamente Bernini puede comparársele en influencia, maestría y fecundidad.

Conclusión. Se preguntarán a ton de qué estas líneas sueltas. Este año el Museo del Prado celebra su bicentenario enviando una de sus obras maestras a un museo de cada comunidad autónoma: ‘De gira por España’ se llama esta excelente iniciativa. Pues bien, el mejor embajador que podía designar nuestro primer museo visita León esta semana, durante un mes. No se lo pierdan.
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