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Un clavo y una espiga

02/05/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Andamos estos días en Comisiones Obreras en la conmemoración del 40 aniversario de la legalización de los sindicatos en España. Algún día comentaremos la circunstancia de que esta legalización se produjera con posterioridad a la del PCE, siempre considerado como la verdadera «bicha negra» del dictador, de la misma manera que en otros momentos democratizadores de la historia siempre sopló el viento más favorablemente para el reconocimiento de la libertad de expresión, que para el derecho de reunión o de asociación de los trabajadores y trabajadoras.

El próximo día 6, en Villablino, recordaremos a Benjamín Rubio, pero el pasado 28 de abril, junto con el PCE, lo hicimos con Antonio Larín, un luchador incansable y factótum decisivo en la conformación de las Comisiones Obreras de León capital.

Tan conocido era Larín para la Brigada Político Social por su militancia y dedicación a la lucha obrera, que en ocasiones sus compañeros lo utilizaban como cebo y lo lanzaban a pasear por Santo Domingo u Ordoño para atraer la atención de la policía, mientras el resto aprovechaba para repartir propaganda «peligrosamente subversiva» en cualquier otro barrio de la ciudad.

El día que murió su madre pretendieron burlar a los agentes del régimen colocando en su lápida un símbolo codificado que representara la hoz y el martillo que es emblema del comunismo. Por eso hicieron grabar sobre la piedra un clavo y una espiga. No coló, pero en el recuerdo nos quedará el hermoso acto de poesía política que Larín, posiblemente sin saberlo, llegó a imaginar. Los objetos transformadores de la realidad, esas herramientas que representaban a principios del siglo XX a los obreros y al campesinado, fueron sustituidos por los objetos que han de ser transformados. No sé si Larín entendió que su madre había pertenecido a esa clase social, que sin conciencia ni formación, debe ser objeto de transformación mediante la acción política, esa que también representan las herramientas. No sé si lo pensó. Pero como acto de poesía que fue, hizo lo que debía. Como siempre.
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