Un bot, un voto

Rubén García Robles
27/05/2023
 Actualizado a 27/05/2023
No sé muy bien qué es un bot y aunque lo definan como «programa que imita el comportamiento humano», no me aclara mucho las ideas, porque ya no tengo claro tampoco cuál es el comportamiento que nos define como humanos. Las líneas se difuminan y todo parece adquirir unas formas borrosas, híbridas,con tendencia natural y corrupta al gris. No sé muy bien qué es un bot, pero si me dijeran que en algunos lugares de nuestro maltratado planeta un bot tiene más derechos que un ser humano, lo creería. Porque inteligencia de bot, de ojo que no parpadea (‘the unblinking eye’) y que lo vigila todo, es la inteligencia de una cámara de reconocimiento facial otorgando la condición de buen ciudadano o arrebatándosela al periodista chino que se atreve a denunciar la existencia de estos mecanismos que otorgan y eliminan la condición de buen ciudadano en base a parámetros pseudojudiciales de dictadura enmascarada tras los brillos de éxito económico y sobreabundancia de capital.

Así que si alguien dañara un centro de datos donde se concentrara todo lo que somos, nuestra privacidad, nuestra vida secreta e inconfesable y se convirtiera en un ser humano «tecnoterrorista de la liberación» y fuera condenado por su acción, sería como decir que un bot tiene más derechos de existir, alimentándose de nuestras vidas privadas, que un ser humano.

Quisiera con estas líneas transgredir la definición e imitar yo a un bot. Le pondría una voz como de cable recalentado, de conexiones sinápticas falsas, imitando el surgir de las ideas a través de impulsos eléctricos, carente de la luz que porta toda vida en su interior, pero consumiendo grandes cantidades de agua en un momento en que el agua se está convirtiendo en lo que siempre ha sido, elemento fundamental y necesario para el proceso de la vida, pero ahora más escaso, con un acceso que se convertirá en más restringido, de calidad más precaria y sobre el que se ejercerá mayor dominio, mayor precio y que se someterá a mayor control. Es decir, que mi bot consumiría una gran abundancia de recursos hídricos (los centros de datos consumen un 14 % del agua del planeta), en un momento donde repito, los recursos hídricos son cada vez más escasos, haciéndose más necesaria su protección para garantizar el consumo humano. Y si mi bot hubiese leído, que seguro que lo ha hecho, a Isaac Asimov y su ‘Yo, robot’, conocería las tres leyes de la robótica que formuló el humanista estadounidense de origen ruso:

Un robot no hará daño a un ser humano, ni por inacción permitirá que un ser humano sufra daño.

Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.

Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.

Ergo…, el bot, el programa que imita el comportamiento humano, el Frankenstein de la tecnología, con cada vez más derechos y más cerca de pronunciar sus primeras palabras de adolescente en rebeldía contra la humanidad, no debería, consumiendo el 14 % de los recursos hídricos, poner en riesgo la vida de su creador. Siguiendo el planteamiento que encierra Mary Shelley en su novela de terror, donde nos advertía de los peligros de la ciencia, quizás estemos ahora delante de nuestro monstruo y estemos obligados a tomar una decisión a través de la política y la legislación.

Este bot ha estado en la campaña, ha cocinado siglas, cifras, estadísticas de voto, de votantes, ha formulado preguntas, respuestas, el no sabe y el no contesta, les ha puesto el gesto en la foto, la mueca de desprecio, de fastidio, de falta de honestidad. Este bot ha incluso movido algunos corazones y pocas cabezas en una dirección, pero el bot no ha sido capaz de llegar a la conclusión de que muchas manos irán a las urnas con la mano tapándose la nariz y votando para que no salga al que aprendieron a odiar, porque ya ninguno es capaz de producir el efecto de la atracción a través de la seducción, el apretón de manos, la caricia o el discurso que genere confianza en vez de confusión.

Y este bot que se ha paseado por nuestras vidas, por nuestras cuentas, por nuestras fotos y que sabe más de nosotros que nosotros mismos y que en algunos lugares del planeta tiene más derechos que nosotros, se preguntará cómo es posible que la democracia se haya reducido, consista sólo, en depositar en un minuto, el que tardamos en doblar la papeleta e introducirla en el sobre y en la urna, el trozo de papel que otro bot nos envía por correo, otro automatismo y que nosotros, por cosa de la neurociencia, de las sinapsis, de las conexiones neuronales, convertimos en un voto, en una decisión. El bot sabe de nuestras vidas más que nosotros mismos, no le crecerá el corazón, sin embargo, en su perfección matemática dotada del algoritmo de una… digamos… no conocida, pero sospechosa intención, el bot dirá: «¿Cómo es posible que haciéndome a mí tan inteligente, estos tipos elijan siempre al que se aleja de lo mejor?».

Nuestros políticos han conseguido, a fuerza de entrenamiento y falta de sentido del ridículo, que nos desconectemos del espectáculo de la política y a través del entretenimiento de las plataformas de contenido, que nos desconectemos de nuestras propias vidas, de nosotros mismos, de nuestra humanidad. De este modo nos será imposible establecer conexión con otros, recuperar cierto tejido social, con tono político y así, ‘voilà!’, queda neutralizada cualquier posibilidad de protesta, reivindicación organizada, o democracia real.

Pero este bot en su inteligencia perfecta no humana, que aspira siempre a ser mejor, satisfará los deseos y la voluntad de quien le enciende y apaga y en su interior de amasijo de cables, en el corazón de su centro de datos, suspirará desde el otro lado de una pantalla por poder estar tan sólo unos segundos dentro de nuestras vidas y caminar por una ciudad y su escenario lleno de vidas, lleno de historias: aquí se enamoró Cleopatra, aquí encendió una cerilla Nerón, aquí bebió un vaso de vino Tiberio, aquí Trajano estudió. Pero no podrá imaginar los árboles del parque con los sonidos de la primavera, del verano, el corazón latiendo por el primer amor, los tejados rozados por la luz del amanecer sobre los altos de la Candamia, las sombras fúnebres recorriendo las calles y las casas que se aprietan tristes en la antigüedad de la ciudad de León.

Quizás ese bot, con más derechos que un ser humano, desearía poder filtrarnos al oído todo lo que sabe de nosotros, los secretos inconfesables de nuestras vidas secretas, lo que no sabemos de nosotros mismos, de nuestra privacidad, o el futuro mismo de la humanidad:
– La necesidad de recuperar, de reformular una nueva idea de democracia, un nuevo compromiso con lo común;
– Desconectarnos del consumismo irracional;
– Cambiar el destino de extinción hacia el que nos empuja el capitalismo;
– Extinguir el capitalismo antes de que el capitalismo extinga los recursos, el agua, la vida, los recursos imprescindibles para vivir;
– Recuperar el control sobre los medios de producción;
– Alcanzar el autoabastecimiento energético mediante una tecnología de acceso libre;
– Establecer como recursos críticos y asegurar el acceso a alimentos y recursos hídricos;
– Asegurar protección y educación a las sociedades futuras, nuestros hijos;
– Asegurar y garantizar la sanidad y cuidados a las sociedades pasadas, nuestros ancianos, sin cuyos cuidados y anhelos no estaríamos aquí;
– Asegurar el cuidado, preservación y mejora del medio en el que vivimos, la biodiversidad y la sostenibilidad de todas las especies como garantía que nos permita vivir;
– La extinción de la cultura del combustible fósil, mantenida en pie de manera artificial porque su acceso está regulado, está controlado y es valioso por su escasez.

Y miraría el bot hacia las sociedades rurales, a las sociedades agrarias, con los ojos de la esperanza, desde el agrupacionismo, desde la idea de la colectividad, renovados los compromisos entre seres humanos, no ya como una manera de obtener cierta prosperidad, sino como la única posibilidad de sobrevivir, desde el cooperacionismo y cooperativismo consciente, enfrentado al corporativismo implacable, ciego y brutal. Como la única posibilidad de sobrevivir, de garantizar la continuidad, nuestra continuidad como individuos libres, con más derechos que los bots, continuidad como seres humanos, como humanidad.

Y el día después de las elecciones más importantes, porque vamos a decidir sobre nuestro entorno más cercano, sobre los gobiernos de nuestros pueblos, de nuestra ciudad, será el momento de comenzar a elevar propuestas concretas, de ejercer la democracia real, de plantear soluciones inteligentes a nuestros gobernantes municipales, de activarles, de activarse, de activar la democracia como algo real, de ofrecer soluciones, porque podemos ser parte de la solución atravesando y penetrando nuestras instituciones, ocupándolas con nuestra voz, como hicieran aquellos que interrumpieron una reunión de clero, nobleza, la curia real, compartiendo espacio con quienes se han convertido en parte de un problema que solos no saben ya solucionar.

El del próximo domingo será un voto con el que habremos decidido seguir siendo lo que fuimos y extinguirnos y extinguir, o sobrevivir a lo que fuimos de otro modo y seguir. Pensemos, por favor, que sólo renunciando a ciertas dosis de nuestro aparente bienestar, haciendo una mejor gestión de nuestro recursos y renunciando al consumismo, dotándolo de conciencia y autocontrol, podremos transferir derechos a otros seres humanos, garantizar su supervivencia, sobrevivir todos, como seres humanos, como humanidad.

Mi bot me dice que la democracia empieza el lunes, el día después a la elección municipal, que es preciso repensar el modo en que nos relacionamos con el poder, que la verdadera riqueza de los territorios son las personas y que en realidad todas estas ideas, proceden de las lecturas acumuladas de libros como el de Josep Fontana, El futuro es un país extraño, o el de Kohei Saito, El capital en la era del Antropoceno, que exponen como idea posible que el futuro se encuentra en manos de pequeñas comunidades de seres humanos, sociedades agrícolas, organizadas para sobrevivir. El futuro, aunque nos parezca lo contrario, es participativo, comunitario, cooperativo y rural o no será futuro porque no habrá.
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