27/05/2023
 Actualizado a 27/05/2023
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Tendría yo unos dieciséis años cuando la vi en directo en Gijón. El estadio de ‘El Molinón’ era un hervidero de gente que en cuanto la vio aparecer en el escenario –piernas de infarto, melena de leona, vestido de malla metálica– se transformó en ebullición. Los gijoneses caímos rendidos en estado de shock cuando Tina empezó a cantar su famoso ‘The Best’ y es que la fuerza de su voz, su porte, su presencia imponente, eran pura energía de la buena; una de esas energías-llamarada, contagiosa, arrolladora, bestial.

Sus canciones formarán parte de nuestras vidas para siempre, es lo que tiene el arte, emociona y resulta inevitable fundir una melodía con un instante y almacenarlo así, con banda sonora, congelado en nuestra memoria, porque sin la música los fotogramas pierden intensidad, les falta alma.

Esta roquera «de hueso colorado» nos ha dejado esta semana al perder el aliento en su casa de Zúrich a los 83 años. Su salud era precaria desde hace tiempo y su vida, pese al éxito descomunal y la simpatía que irradiaba, fue trágica y dura, llena de pérdidas, violencia y dolor. Tina vivió una infancia infeliz, conoció el significado de la palabra ‘abandono’ demasiado pronto, cuando se dio cuenta de que su madre no la quería. Su primer marido fue un tipo violento del que no fue fácil escapar y como consecuencia de su libertad se topó con una carrera estancada y una casa en ruinas, pero Tina Turner siempre fue fuerte. Supo ganarse el respeto de sus compañeros varones. Con el apoyo de Sir Elton John, The Who y los Rolling, supo relanzarse, encontrar su propio estilo, único, roquero pero con reminiscencias del góspel y su exuberante belleza encontró acomodo en todos los escenarios del mundo.

Tina era un auténtico volcán, con un magnetismo irresistible, consecuencia directa, imagino, de ese incansable afán de superación. Mujeres como ella siempre serán eternas. Mujeres como ella nos hacen falta.
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