tULEctura: el club de Borges en la Biblioteca San Isidoro

Por Valentín Carrera

11/03/2019
 Actualizado a 18/09/2019
Actividad de lectura en la Universidad de León.
Actividad de lectura en la Universidad de León.
Siempre soñé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca» [Borges]. Una intrigante cita en la Biblioteca de la Universidad de León despertó en mí todas las evocaciones de Borges, el Aleph imprescindible, con quien hace dos años tuve ocasión de tomar café en su Buenos Aires querido. Bioy Casares fue testigo de nuestra conversación, más bien un silencio de bronce, una lectura.

«Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído», me dijo entonces el maestro, y en su invitación a la lectura resonaron ecos de Virgilio y la Divina Comedia.

La misteriosa cita en la Biblioteca Universitaria tenía como propósito «invitar a las buenas gentes de León a la lectura científica». Como si las gentes de León, epicentro del budismo mundial, no fueran ya de por sí las más cultas del Imperio.

Más que la fracasada Capital de la Gastronotuya, León debería ser Capital Universal de la Lectura. ¡Lástima que no se le ocurriera a Zapatero!, pero aquí pasaron cosas tremendas: un tal Isidoro –que llevaba cuatrocientos años enterrado en una ermita de Sevilla– se apareció al obispo de León, Alvito, y le pidió con mucha insistencia ser trasladado a León, y aquí están sus huesos encuadernados desde el año 1063. ¡Cuán perezosos estos ilustres muertos: el apóstol Santiago tardó novecientos años en removerse en la tumba y Franco va por el mismo camino!

Con los restos de San Isidoro vinieron las Etimologías y es fama que todos los leoneses y leonesas han leído de pe a pa las 1.400 páginas, incluido el prólogo de Díaz y Díaz, de los veinte libros que componen la primera enciclopedia universal, una especie de wikipedia visigoda: con razón ha querido Borges venir esta tarde a León, a leer con nosotros y vosotras.

Encontré a Borges en la Fuente de San Marcelo, en compañía del periodista David Rubio, conversando con dos cofrades de San Genarín:

–Se hacía pasar por un humilde pellejero borrachín –explicó Rubio a Borges–, pero Genarín fue un gran especialista en las Etimologías.

Tirando del hilo, dimos con las obras completas de San Isidoro y de San Genarín –en versión apócrifa de Julio Llamazares– en la Biblioteca de la Universidad de León, donde los onanistas del Club tULEctura habíamos sido convocados al obsceno acto de leer en público:

–Con tanto orujo, Borges no ha podido venir –comenzó explicando el director de la Biblioteca, Santiago Asenjo–, pero ha enviado en su lugar a uno de Ponferrada.

El de Ponferrada era yo. Comprenderán el bajonazo de la audiencia, leoneses adictos a las Etimologías. Todo se resolvió con la sonrisa amable de la bibliotecaria Ana María Rodríguez Otero: «Hoy vamos a dejar un ratito el folio 26v miniado del Códice Toledano para hablar de la Antártida emocional».


Ese era mi reto: incitarles a la lectura científica. Me encomendé de nuevo a Borges: «La filosofía y la teología son, lo sospecho, dos especies de la literatura fantástica». También la ciencia, pensé, recordando un fragmento de La aventura de la ciencia en la Antártida donde se habla de los tardígrados como seres que soportan temperaturas de -300º sin comer y casi sin agua. Pasa por libro de divulgación científica, pero es literatura fantástica.

–Mi incitación a la lectura es esta –les dije, compartiendo algunas páginas del Cuaderno de bitácora que escribí durante mi viaje a la Antártida–: «Viajar para ver, ver para comprender, comprender para compartir». No hay libros, hay lectores. Sin lectores y lectrices solo hay anaqueles muertos, páginas oxidadas, cadáveres encuadernados en piel de becerro o vitela grabada al fuego.

–Aristóteles, otro contador de fábulas –añadí–, distinguía entre potencia y acto, o eso nos enseñaron en el bachillerato, ¡vaya usté a saber si lo que dijo Aristóteles se parece en algo a lo que se cuenta en Filosofía de sexto, en un instituto de Ponferrada! El libro es un artefacto en potencia: sin vuestros ojos no es nada, apenas existe.

En la fuente de San Marcelo, Jorge Luis Borges seguía conversando con David Rubio bajo la mirada irónica de san Jorge, que alancea al dragón petrificado en la fachada de la Casa Botines.

–Mi tocayo –explicaba Borges al joven periodista– es el patrón de los libros, que mata al dragón de la ignorancia. La Casa Botines es un libro abierto con 365 ventanas: una página para leer cada día del año.

–Va a tener que volver usted para el entierro de San Genarín –repuso David–. Era muy lector suyo, Genaro. Siempre nos decía: «Yo, como Borges, quiero ser recordado por las páginas que he leído y no por las que he escrito».

Desde el Campus de Vegazana, catedral de la lectura emocional, santuario de la animación a la lectura, san Isidoro y san Genarín bendecían a los selectos miembros del Club tULEctura: cuatro millones de visitantes sintonizando la enciclopedia universal, las Etimologías, la Antártida emocional. Cuatro millones de lectores errantes, extraviados en los anaqueles hexagonales de la Casa Botines.
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