12/11/2019
 Actualizado a 12/11/2019
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Generalmente cada vez que hay elecciones en España todos ganan y todos quedan muy contentos de los resultados. Eso es bueno, para que nadie se sienta decepcionado y triste. Pero no podemos decir lo mismo una vez conocidos los resultados de las últimas elecciones del 10 N, en las que prácticamente todo el mundo ha salido perdiendo. Es una pena que ahora no haya tanta felicidad.

Quienes decidieron convocar las elecciones esperaban ganarlas con gran holgura, aumentando con creces los resultados de las anteriores, pero no solo no han colmado sus expectativas sino que han obtenido peores resultados. Sin duda han tenido una amarga victoria. Incluso podemos hablar de un fracaso en su plebiscito.

La segunda fuerza política, aunque haya ganado escaños, no ha llegado a la esperada barrera de los cien y tampoco parece posible que pueda formar gobierno. Tiene por lo tanto motivos para sentirse decepcionada.

En cuanto a la tercera fuerza política nadie duda que ha dado un gran salto, y se entiende que no disimulen la euforia, pero, pensándolo fríamente, deberían estar preocupados, puesto que todo tiene un precio. Si se sienten orgullosos de ser de derechas lo que han conseguido es profundizar en la división de la derecha, haciendo más difícil que llegue a gobernar y dando así una enorme alegría a sus adversarios de la izquierda. No obstante hay que reconocer que se han currado su triunfo, aunque no todo el mérito sea suyo, pues deben mucho a los complejos y cobardías del principal partido de la oposición.

Los del partido que aspira a tener ministros en un hipotético gobierno de coalición también han decrecido un poco y no están seguros de que el usuario del actual colchón de la Moncloa esté dispuesto a que le quiten el sueño.

Si nos fijamos en el que sin duda ha sido el mayor derrotado, hemos de decir que se lo ha ganado a pulso. Nacido su partido con éxito en Cataluña, y con buenos resultados en sus comienzos, lo echó todo a perder con su salto a la política nacional y su nada disimulada ansia de poder, contribuyendo al éxito del ‘divide y vencerás’ que tanto agrada y beneficia a sus adversarios de la izquierda. No vamos a negar su buena voluntad, pero ha hecho mucho daño.

Ahora bien, no achaquemos los éxitos o fracasos electorales a los líderes políticos, puesto que el éxito o fracaso no es de los líderes, sino del pueblo que los elige. Cada nación tiene los gobernantes que merece. El pueblo ha elegido y si las cosas salen mal además será el gran perdedor.
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