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Tipos tópicos: El telefonista gárrulo

26/08/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Así como nadie se define de una pieza o nos ofrece una única forma de su personalidad, y de igual manera a como incluso la misma jornada de verano puede contener desde el esplendor del mediodía playero hasta la melancolía vesperal, el personaje de esta entrega ofrece un curioso perfil macedónico, mezcolanza de actitudes afines, hasta el punto de que puede ofrecer, en el terreno de los tópicos y los tipos, una especie de summa de caracteres muy apropiada a hilo de esta innecesaria y no por ello completa colección de rusticidades. En nuestro héroe dominical hoy se conciertan, a saber y al menos, las siguientes figuras: la impudicia o falta de decoro propia de quien no observa discreción alguna a la hora de manifestar públicamente sus cuitas personales, una absoluta carencia de empatía, por tanto, pese a la supuesta exhibición de la misma que a veces simule realizar, y, por otro lado, tal egotismo aliterario suele verse adornado por un estentóreo tono de voz, muy carpetovetónico y fastidioso a un tiempo. Además, puesto que la pequeña historia universal de la infamia se beneficia, como no podría ser menos, de los avances tecnológicos para engrandecer su relato, nuestro antihéroe, finalmente, es fan de las nuevas tecnologías, de manera que si antaño se veía obligado a un emplazamiento fijo, a menudo discreto a su pesar, los avances de la modernidad le han conferido el don de la ubicuidad, cuando no la omnipresencia como categoría. Ítem más, puede presentarse en formatos muy diversos: desde el vocinglero, clásico imperecedero, al molestísimo tic tac de los teclados de móvil con sonido, como si llevásemos al lado al tañedor de una Olivetti desquiciada.

Hablamos –bien lo sabe el lector estival habituado si cabe más en estas fechas a avistamientos y auscultaciones de su actividad frenética– de espécimen amante del hábitat poblado, entorno propicio a sus afanes exhibicionistas de pavo real sonoro. ¿Cuántas veces no habremos deseado su extinción repentina en una fatal y justiciera afonía? ¿Cuántas otras, ya que somos humanos, no hemos deseado conocer el final, principio o desarrollo completo de la trama cuyo fragmento hemos sido obligados a sobrellevar? ¿Cuántas hubimos de odiarlo sin apenas entenderlo ya que no lo entendimos sin odiarlo? Hasta que entonces acude a los más añosos, o los más cinéfilos, o los más ociosos, la solución a sus desmanes, con el rostro absurdo y timorato de José Luis López Vázquez encerrado y, al fin, retirado, dentro de su cabina telefónica donde solo él puede oír sus propios aullidos primero de estupor, luego de pánico, y todas aquellas conversaciones que aquellos míticos lugares, las cabinas, recogían en una intimidad acristalada. Gracias, Mercero, por el alivio imaginario.

¿A qué dedica su veraneo el telefonista gárrulo? Ignora los alrededores a cuyos puntos cardinales lanza su mensaje someramente apocalíptico. A veces, lo sabemos, nadie escucha al otro lado.
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