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Tipos tópicos: el político risueño

05/08/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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La sonrisa es algo extraordinario. Literalmente: no podemos estar sonriendo todo el tiempo, no es natural, de hecho hace falta recurrir a un número altísimo de músculos para ello. Y no digamos de motivaciones. Lo lógico es sonreír por algo bueno y algo excepcional. Así lo refrenda la historia del arte y la multitud de retratos pictóricos en los que encontrar personajes sonrientes deviene un reto. Miren si no la que hay montada con la sonrisa de la Mona Lisa. Lo mismo se constata durante las primeras décadas de la historia de la fotografía: la gente no se veía obligada a sonreír en los a menudo prolongados posados. Al contrario: el gesto adusto o serio constituía la norma y sonreír tenía un punto extraño, como de enajenamiento transitorio e injustificado: lo normal es no sonreír, el canon del decoro era la circunspección. Sin que tal vez pueda precisarse una fecha concreta (quizás cercana a la que determinó el moreno de piel como estándar de belleza), lo cierto es que una sonrisa abierta y forzada se convirtió en el gesto imprescindible de todo retrato, en la cara oficial que debemos poner (patata, ‘cheese’…) de forma que pasemos a esa posteridad de baratillo con el gesto levemente idiota de quien se siente feliz por el mero hecho de ser fotografiado. Si no sonríes eres un triste. La sonrisa ha perdido su poder sometida a esa trivialidad.

Lo de los políticos y gente pública sube el listón. Tampoco está muy claro cuándo comenzó este cliché, pero siempre me sorprende su empeño en ofrecer ese rostro satisfecho de la vida y plácidamente alegre, pues al fin y al cabo, su tarea no da para muchas sonrisas y sí para lágrimas o, cuando menos, para gesto grave y formal. La universidad norteamericana que estudia estos casos en plena canícula remite a una clasificación en la que destacan dos tipos: la sonrisa que encubre y la que amenaza. La primera es un clásico. La usan cargos ya asentados, alcaldes y demás. Rascas y debajo no hay salvo connivencias y podredumbre. La otra es aún peor, conlleva ansia. El nuevo líder del Partido Popular no ha cesado de sonreír desde que los focos empezaron a apuntarle. Exhibe el mismo rictus se hable de papeles de los emigrantes o de papeles de sus estudios universitarios, pierda las primarias en primera vuelta o gane el remiendo de la segunda. Sonríe con Soraya y con Aznar. Su sonrisa es como el nudo de su corbata. Casado se ríe con toda la dentadura en perfecto estado de formación y revista. La suya es una sonrisa en guardia, presta a convertirse en dentellada, una sonrisa de cachorro que se sabe llamado a suceder al macho alfa. Mirada bien, no se trata de una sonrisa, sino de una advertencia: cuidado, si dejo de sonreír lo pasaréis mal: no hagáis nada que me haga perder este gesto apolíneo. Por vuestro bien.

¿A qué dedica su verano el político risueño? Relaja la musculatura facial cuando no lo ven. Nadie lo reconocería en esos momentos de honestidad.
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