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Tipos tópicos: el artista provocador

12/08/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Como para todas las cosas, hubo un tiempo en que la provocación fue necesaria, ‘conditio sine qua non’, valor añadido, marca de fábrica de cualquier actitud artística o creativa, etcétera. Si había que ser ‘absolument moderne’, el equipamiento de serie había de incluir un porcentaje nada desdeñable de escándalo. Pero para el escándalo no solo se requiere la voluntad de escandalizar, que por sí sola importuna, sino, sobre todo (este elemento es más inexcusable), un grupo susceptible de ser escandalizado, el receptor pasivo, el paciente de la provocación, el turbado y el ofendido. Por ese motivo, la época dorada del artista subversivo fueron los momentos finales del siglo XIX y algunos iniciales del XX, cuando aún la sociedad burguesa se disimulaba de biempensante y acomodada y las perversiones se gestaban bajo las faldas camilla y las otras, en victorianas depravaciones de salón, bien refutadas u ocultas de puertas a fuera. Después vinieron las guerras de todo el mundo y la muerte a escala apocalíptica; los cuadros en blanco y la mierda enlatada del artista.

Con mis excusas por preludio tan extenso y formal, el personaje que trae a colación es, precisamente, un protagonista obsoleto, descuidado de su propia extinción y, por si fuera poco, carente de los veleidosos y gráciles atributos de lo vintage. O sea, solo es viejuno. Lo habrá adivinado el esforzado lector asombrado (por lo de buscar la sombra): hablamos del artista provocador, aquel cuyas obras y razones tienen como fin arrancarnos un respingo de indignada queja ante lo insolente, obsceno, soez, etcétera de su radical y aguerrida pose creativa. Aquel cuya obra, si no competente, pretende al menos ser inconveniente.

Desde estas líneas frescas y despreocupadas lo comento sin acritud a todos ellos: no os esforcéis más, hemos visto demasiado. Hemos reído con el buen Ecce Homo de Borja y llorado con cada una de las imágenes de este mundo horrible que nos regala el telediario justo antes de entrevistar a CR7 o anunciarnos una ‘new fragrance’ para navidades. No nos hace falta que nadie venga a provocarnos, en serio. Intentarlo provoca solo una cosa: aburrimiento. Un hastío enorme apenas remediado por la cuchufleta que podamos hacer de algunos patéticos intentos por revolvernos las tripas. No podéis competir con casos y cosas de todos los días al alcance de cualquier pantalla. La realidad os da mil vueltas, retiraos a vuestros cuarteles de invierno a la espera de tiempos más ingenuos o, simplemente, rendíos y cread algo menos pretencioso.

¿A qué dedica su tiempo veraneante el artista provocador? Recorre galerías, museos y otros salones públicos anunciando el fin del mundo en el formato temporal y portátil de exposición de temporada pendiente de financiación (para este otoño, si puede ser).
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