Teoría del museo de cera

Por Bruno Marcos

Bruno Marcos
11/07/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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En una de sus magníficas crónicas berlinesas de los años veinte Joseph Roth se fija en la subasta que se hace de un gabinete de doscientas piezas pertenecientes a un desmantelado museo de cera. A Roth le desagrada este tipo de museo, nota que los grandes hombres y los villanos en él son igualados en unas representaciones sin arte; con la búsqueda de un parecido, que muy pocas veces se logra aunque lleven ropas reales o estén dotadas de ojos vítreos y pelucas de cabellos naturales, lo que se consigue es que héroes y criminales coincidan en lo ridículo.

Es la ínfima calidad del material con el que están hechas estas figuras y, sobre todo, la intención falsaria de esos retratos lo que dota de un especial aire siniestro a los lugares que las albergan. El objetivo del museo de cera es lograr un instante de engaño, un momento de inquietud al sentir la presencia de alguien que no está pero que, durante unos segundos, parece respirar a nuestro lado.

El éxito del museo de cera está pues en obtener más que el parecido, o la verosimilitud, esa sensación de presencia; pero las presencias en él siempre tienen un gran rictus, son un instante congelado; por eso el engaño, si tiene lugar, dura apenas unos instantes porque la figura de cera tiene un estatismo antinatural. Dice Roth, en un momento dado de su artículo, que cualquier sombra en movimiento tiene más valor que esas inmóviles imágenes de cera.

Además las piezas de Berlín se vendían de saldo, o en subasta, estaban caducadas, porque las figuras de cera no sirven de memoria, son todo lo contrario a un monumento, dependen de la popularidad, una vez que el representado deja de ser conocido la figura se lleva al almacén, o se tira, o se funde.

Es curioso que en el museo de cera de Madrid la escena más lograda sea la de los escritores en el café. Las figuras las hay mejores y peores, Cela de pie engaña pero a Lorca, que está en primera línea, se le ve raro. En la mesa de Federico tienen una silla libre en la cual uno se puede sentar. La fotografía resultante impacta, todo parece veraz y uno cuando contempla el retrato parece verse incorporado al Parnaso hispano de las letras, pero en realidad como uno se ve al instante siguiente es hecho figura de cera, presencia falsa.

Es raro que a ningún político se le haya ocurrido prometer la creación de un museo de cera, posiblemente porque perciben que parlamento, cortes o plenos de ayuntamientos ya lo son, escenarios con figuras que simulan la presencia de algo que no está. Presidentes, ministros, alcaldes que son de cera, intercambiables y con fecha de caducidad.

La reducción del valor del voto a su mínima expresión da un aspecto de falsificación general. Llama la atención que el salón del café de los artistas del museo de cera de Madrid sea el que menos caduca de aquellos, y eso que la cultura anda también a la deriva a medio camino entre el entretenimiento, la autoayuda, lo esotérico o el parque temático. Quizá no caduca tanto porque la cultura, que los políticos desatienden, alberga algo más de verdad duradera.
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