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Teatro Emperador

15/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Hace ya trece años que León dejó a su suerte –es decir, a su infortunio– al teatro Emperador, el más ilustre de la ciudad, el más cargado de historia y significado, el amplio y ajado coliseo situado en un lugar muy céntrico aunque también convertido en el olvido de muchos y en el estupor de casi todos.

Se han sucedido en el ayuntamiento diversas corporaciones, tanto socialistas como populares, y ni unos ni otros han podido, han querido o han sabido resolver este asunto. Que, sin duda, no es fácil debido a su titularidad estatal y también a los muchos dineros que cuesta su recuperación. Muchos pero tampoco tantos porque presupuestos bastante más grandes se han empleado en otros empeños culturales, sin duda meritorios y necesarios. Como el excelente Musac o el Auditorio. Pero había que haberse tomado más en serio la salvación del teatro Emperador y no se hizo. Tal vez porque los políticos suelen preferir invertir en edificios de nueva planta, donde dejar su impronta y su legado, aunque, en realidad, no legan nada ni dejan ninguna impronta: a muy pocos les importa qué político estuvo detrás de tal empeño, tanto cultural como de otra índole. Lo que cuenta es el resultado, que todos los ciudadanos pagamos y, en su caso, disfrutamos.

Pues bien, parece que el melancólico destino del teatro Emperador va a cambiar. El nuevo ayuntamiento está decidido a resolver este embrollo, para el que es imprescindible que el Estado, así como la Junta de Castilla y León colaboren decisivamente con la corporación municipal. Todo sea para poner de nuevo en marcha un espléndido teatro. Porque una ciudad es, también, y sobre todo, un territorio para el debate, la reflexión, la belleza, la verdad y tantas otras cosas que van unidas al arte y sus múltiples expresiones. Es muy probable que dentro de algún tiempo, León reflote para el mar de la palabra y la música ese enorme barco varado a cuatro pasos de la plaza de Santo Domingo.

Quienes, de niños, escuchábamos en el Bierzo el nombre del Teatro Emperador como quien escucha la octava maravilla del mundo, quienes atendíamos con gran curiosidad a los amigos del colegio que habían tenido la fortuna de ir a León –que era como ir a París ahora– y la doble fortuna de ver algún espectáculo en el Teatro Emperador, volveremos a sentir que las cosas se ordenan como deben, y que la cultura se coloca en el centro de las preocupaciones de un consistorio. No para el relumbrón, sino para la libertad y el conocimiento. La emoción y la memoria.
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