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Sucia guerra limpia

06/03/2022
 Actualizado a 06/03/2022
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Cómo no hablar de la guerra, esa barbarie.

Nota aparte uno. En contra de la guerra. Absolutamente. ¿Hace falta decirlo?

Sin contar los Balcanes, que no suelen contar en estos cálculos, ni el Este profundo que tal vez sea Asia, Europa –¿Occidente?– resiste sin guerra desde hace tres cuartos de siglo, desterrando los conflictos a base de dinero y tacticismo (Auster decía que también gracias a un sustituto, el fútbol). Creímos llegado el final de una costumbre milenaria, de esas que en otros casos se piden conservar solo por ancestrales.

Ahora que la guerra está a las puertas, frente a la de toda la vida, la tradicional, brutal y sangrienta de siempre, se pretende poner en práctica otra forma de guerra, incruenta y eficiente, más pulcra y ajena, con esa pulcritud y ajenidad de lo virtual, de los tiempos del Mobile World Congress. Una guerra más civilizada, más… ¿europea? No se arrojan en ella bombas, ni se vuelan puentes, ni los niños lloran de miedo en los subterráneos. En su lugar se aíslan cuentas bancarias, se declaran ostracismos a caudales y personas, se jaquea y se suspende algún encuentro deportivo. Una guerra pulquérrima y sin aparentes consecuencias para Occidente, salvo más inflación y alboroto en las redes sociales.

Según este planteamiento, la ‘nueva guerra’ debería ser económica, política, cultural y de muchas otras cosas. Menos de carne y hueso. Ponemos sanciones a la economía de un país y nos hablan de los ‘oligarcas rusos’ como si las sufrieran ellos, como si la guerra castigara al fin a los que suelen beneficiarse del desastre. Como si no fuera el ciudadano ruso, seguramente contrario en buen número a la decisión de su gobierno, quien acabase por pagar el pato. Como en todas las guerras.

Nota aparte dos. Que alguien identifique hoy a Rusia con el comunismo o lo soviético da la risa y demuestra supina ignorancia sobre lo sucedido en el último siglo. Es como creer que el gobierno del señor Scholz es nazi. Por cierto, si hay un partido político afín en España a Rusia Unida (el partido de Putin) es Vox.

Enviamos, también, porque la guerra de verdad existe, armas a otros, para que luchen por nosotros. La otredad y el vicarismo como característica del tecnológico mundo moderno. Un presidente que fue comediante proclama verdades en camiseta verde oliva mientras atruenan los misiles. Si los cómicos se ponen serios la cosa pinta muy mal. En todas partes: cada vez nos reímos menos y peor.

Más allá de esa asepsia, de ese ‘saber estar’ en la guerra como en la paz, el ciudadano europeo se pregunta ¿y si el ruso, mordido o acorralado por tan limpia guerra decidiera dejar caer el leviatán atómico? ¿Y si, yéndole mal las cosas en el país invadido –las invasiones no suelen ir bien nunca– decidiera cortar por lo sano, tomar el camino corto y arrojar el fuego nuclear? Entonces, ¿qué? ¿Qué limpieza cabría contra esa radiación mortal, aterradora, sucia? Nos adentramos en el fino hilo del funámbulo.
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