10/02/2015
 Actualizado a 17/09/2019
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Fue el dibujante Romeu el que inventó, en los tiempos de la dichosa transición, la liga de los sin bata. Era una metáfora de la rebeldía contra la uniformidad y su cabecilla, Miguelito, lo mismo que sus amigos, hablaban sin cortarse un pelo sobre política, sexo o lo que se les pusiera por delante. Salvando distancias, podríamos decir que aquella liga se extinguió cuando muchos de sus protagonistas adoptaron un nuevo estilismo: el del traje y la corbata. Era otra metáfora de la toma del poder.

Ahora, en estos tiempos revueltos en los que muchos tratamos de resistir, lo que parece imponerse es algo así como la liga de los sin corbata. No está nada claro si su líder es un tal Iglesias o un tal Tsipras, quizá ese tal Varoufakis que rompe casi todos los moldes; incluso un tal Sánchez se postula también según en qué circunstancias. El caso es que pronto será un plaga, máxime si se tienen en cuenta las convocatorias electorales que se avecinan, donde se cuidará especialmente la imagen de candidatos y candidatas, y, no cabe duda, la corbata será la gran sacrificada.

La leve corbata, quién lo diría, convertida en símbolo de la casta. Aunque no es la primera vez que su significado cobra tintes políticos: en la época de la revolución francesa, el revolucionario la llevaba negra, mientras que el contrarrevolucionario se la ponía blanca. Hasta el belicoso Napoleón, que siempre llevaba corbata negra con borde blanco, decidió cambiársela el 18 de junio de 1815 y el resultado es que ese día perdió la batalla de Waterloo.

El caso es que los sin corbata acabarán imponiendo necesariamente otras modas que señalarán a otros linajes. Así ha sucedido, por ejemplo, con las camisas y camisetas oscuras de Steve Jobs, heredadas por su heredero, Tim Cook, y por todo Silicon Valley y sus muchos anexos. Y tal vez ocurra con los pantalones pitillo de Yanis Varoufakis, que arrasan en las redes, o con las gafas de Monedero. Porque está claro que los mercados y el capitalismo no entienden sólo de corbatas.
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