Misión imposible fue la de contenerse ante la emoción de ver a Nuestro Padre Jesús Nazareno por las calles de Roma. Si el besapie en la Basílica de Sant Andrea della Valle fue exquisito, ver al Señor de León caminar con la firmeza que le caracteriza superó cualquier expectativa que uno se pudiera haber creado en su mente.
No ya solo por el contexto y la ubicación, sino por ver cómo esos ‘hermanitos de Jesús’ le llevaron con orgullo y humildad por algunas de las más emblemáticas calles de la Ciudad Eterna. Porque eran muchas las caras conocidas que se veían, pero las pulsaciones se aceleraban cuando algunos de esos braceros de los que se sabe la devoción y el cariño que profesan hacia el Nazareno metían hombro con la misma ilusión con la que lo hace un joven en su primera puja.
Lo de hoy ha sido algo más que extraordinario. La Cofradía del Dulce Nombre remató por el callejero romano una labor apta solo para aquellos paladares que han sabido saborear cada detalle en el periplo leonés en Roma. Siempre ajena a las polémicas creadas por el pueblo, la penitencial demostró, una vez más, la quintaesencia de la Semana Santa de León. A Roma había que ir sin estridencias ni egos. Y así se fue.
La imagen de Jesús Nazareno entrando al entorno del Coliseo romano quedará, a buen seguro, grabada en la mente de muchos papones. Tanto de los que estaban allí como de los que lo vieron a través de la pantalla. ‘Reo de Muerte’ sonando y la Agrupación Musical dando muestra del extraordinario nivel que ha alcanzado en los últimos años fue lo que cada uno quiso que fuera. Uno cerraba los ojos en ese preciso instante e inevitablemente le venía a la cabeza el Señor por la calle Teatro girando hacia La Rúa en una soleada y calurosa mañana de Viernes Santo.
'Paso nazareno'
Los andares que llevaba, el ‘paso nazareno’ que se dice ahora, hicieron tal delicia en el público asistente que los andaluces, en un afán de expresar su orgullo y su fervor, se lanzaron a cantar “vivas” a la señera imagen de la Semana Santa sobria y solemne de León. Fiel reflejo ello de lo que se había reunido en Roma: tres imágenes españolas de tres culturas cofrades muy dispares entre sí. Los leoneses pujaban casi con caricias a su Nazareno, Sevilla entera iba entre las trabajaderas del Cachorro y Málaga apretaba riñones para soportar los kilos de Esperanza que habían llevado a Italia.
El señorío, la elegancia y el bagaje que tiene la cofradía de León se hicieron notar. Tenían un papel que a muchos se les habría atragantado; a ellos, sin embargo, ni siquiera les pesó. Desde la comunicación oficial de su inclusión en la procesión, allá por el mes de noviembre, hasta hoy. Todo salió a pedir de boca e hicieron lo que tenían que hacer: dar a León el lugar que se merece cuando se habla de pasión cofrade. Y, por supuesto, poner en valor a su siempre estremecedor titular.
Para la historia quedan cada una de las estampas que Roma y el Nazareno nos han brindado. Quién hubiera imaginado que aquel que con la mano derecha bendice al pueblo leonés cada primavera lo haría un día en la ciudad en la que se asientan la historia los cimientos de León.