No se entendería el Jueves Santo sin la Bienaventuranza. Una cofradía joven, con apenas 33 años de historia, cuya procesión se ha convertido en una cita ineludible de la Semana Santa de León. Los hermanos del barrio de San Claudio, con el azul de sus capillos y el negro de sus túnicas hicieron suya una vez más –y este año sin lluvia– esa mañana del año que dice el refrán que luce más que el sol. Los ‘pitufos’, como los llama el León cofrade con infinito cariño, siguieron los pasos del ‘Moreno’, el imponente Cristo de la Bienaventuranza y titular de la cofradía.
La procesión salió a las nueve menos cuarto de la mañana, después de celebrar uno el día anterior uno de los actos más íntimos de la cofradía, el encendido del cirio de vida en homenaje a las personas trasplantadas. Un cirio que peregrinaría en procesión a los pies del Cristo titular anunciando vida, esperanza y salud para los enfermos. Los braceros del Cristo de la Bienaventuranza comenzaron su procesión desde la iglesia de San Claudio, donde recordaron un año más a Carmelo, el que fuera párroco de San Claudio y fundador de la cofradía. Unos metros más adelante, comenzaban a salir los demás pasos de la procesión, desde el patio del Albéitar.
El cortejo, a paso lento, fue recorriendo las calles que este Viernes Santo tomará la procesión de los Pasos. Así, llegaron al cruce más complicado para los braceros, el de la Cuesta de las Carbajalas en su giro con la Calle de la Cofradía de Angustias. Un momento de tensión para los seises, en el que braceros de las esquinas de las varas se apartan para no quedarse incrustados en la pared, y que todos los pasos resolvieron con elegancia y buen hacer. «Izquierda atrás, más izquierdo». Momentos que quedan para siempre en la memoria de muchos, como en aquella mujer que lloraba al paso de la Virgen de la Misericordia y el seise estuvo rápido en extenderle una estampita. Un gesto que para los papones más sentimentales significa mucho más que llevarte para casa una foto en un papel.
La procesión entró en la plaza de la Catedral sobre las once menos diez, abriendo el cortejo la banda de San Andrés, seguida por el pequeño paso de la Cruz que puja la cantera de la cofradía. No tardó en llegar el Nazareno, con su caminar a ritmo de las cornetas y tambores de la Soledad, y las ocho banderas con las Bienaventuranzas.
'La muerte no es el final'
El momento grande de la mañana se acercaba y eran cientos los leoneses que soportaron las bajas temperaturas para ver asomar al Cristo de la Bienaventuranza, a los sones de ‘La muerte no es el final’, marcha fúnebre y a la vez esperanzadora con esas liras que sonaban gracias a la agrupación musical de la cofradía. Tocaron un año más enlazadas ‘La Esperanza de María’, ‘Reina de Reyes’ y ‘Gitano de Sevilla’.
Cuando la Piedad y la Virgen de la Misericordia, esta última acompañada por la Agrupación Musical de Angustias, se colocaron en la plaza, tomó la palabra el párroco de San Claudio, para dar el sermón de las Bienaventuranzas, las cuales definió como «las ocho claves para la felicidad de cualquier ser inteligente y que se resumen en este Cristo de la Bienaventuranza».
Llegó el momento clave y la agrupación de la cofradía tocó la marcha de este acto, ‘Santo Cristo de la Bienaventuranza’ y, al sonar la campana, todos los pasos se elevaron al cielo, con sentimiento, buscando estar un poco más cerca de Él. Finalizado el acto, la procesión regresó hasta su barrio de San Claudio.