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Segmento lúdico

17/06/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Hace unos años, algunos pedagogos y expertos del gremio se empeñaron en tomarse en serio los juegos y holganzas infantiles, metiéndolos en el mismo saco que sus concienzudos teoremas sobre la enseñanza. Sin dar un respiro, vaya. Nacieron entonces engendros de todo tipo, muchas veces con un refrendo nominalista de fácil cuchufleta. Como aquella denominación para referirse al recreo del colegio que, bajo el neologismo ‘segmento lúdico’, resumía el espíritu de un didactismo que demasiadas veces consistía en llamar a las cosas de siempre con un nombre diferente, flamantemente cretino y expandido en general. Tamaño gatopardismo (o gatopardillismo, más bien) se asentó con vanidad y prosopopeya de psicólogo bonaerense y militancia digna de causa otra durante años en que algunos maestros se sintieron cohibidos por su aplicación furibunda y otros desertaban para siempre, aunque siguieran en las aulas apoyados en una pizarra que seguramente les resultaba aviesa como la «superficie paralelepípeda oscura susceptible de soportar albinos y perecederos signos arcillosos» que es, mientras realizaban alguna «actividad gráfico-motriz», o sea, un dictado.

Tal como solemos, hemos pasado al lado opuesto y convertido en juego infantil y lacónico cualquier cosa seria que nos toque abordar. Infantilización y simplificación que afecta desde las relaciones sociales hasta el postureo fotográfico con el ánimo puesto en volver a ser chavales a la puerta del ‘insti’. Entonces llegó el tuit.

Parte esencial de la comunicación y la interpretación de los mensajes reside en el contexto, compuesto de multitud de circunstancias entre las que la expresión facial, el tono o la inserción en el discurso resultan determinantes para saber si lo que nos dicen es una cosa o la contraria. Todos sabemos lo que sucede cuando se eliminan esos referentes si recordamos la última bronca que tuvimos en un chat de móvil con nuestros hijos o lo molesto que resulta leer a amigos y conocidos en un grupo de Whatsapp cuando no se está en la misma onda de ánimo o de códigos que los demás en ese momento. Es como incorporarse a una juerga cuando todos están a tono y tú llegas sobrio y con un mal día.

Eso sucede con la política, interpretada a golpe de tuit y frase lapidaria, ocurrente o llamativa. Todos esos llamamientos al diálogo, todas esas alusiones a la ideología y al programa y a los cambios de discurso y lo que acabamos recibiendo son únicamente frasecitas de adolescente con ínfulas de saberlo todo refugiado en aforismos de bar, esas que provocan malos entendidos o solo jalean fidelidades y hostilidades rutinarias. Y da lo mismo que se llame Trump o Rivera; al final lo que queda es una colección de lugares comunes jibarizados y un espacio en sombra cada vez más amplio, cada vez más inquietante, cada vez más lejos de nuestro alcance por mucho que nos afecte. El segmento lúdico convertido en la asignatura clave.
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