Salvar la Naturaleza, también desde los versos

Felisa Rodríguez fue una maestra de El Bierzo, gran activista medioambiental y escritora que dedicó buena parte de su literatura a lo que consideró el mayor legado para todos los seres humanos

Mercedes G. Rojo
06/06/2023
 Actualizado a 06/06/2023
La maestra berciana junto a un grupo de alumnos plantando acebos en San Román de Bembibre.
La maestra berciana junto a un grupo de alumnos plantando acebos en San Román de Bembibre.
Este lunes se celebraba el Día Mundial del Medio Ambiente y, entre noticia y noticia aún contagiadas de las circunstancias políticas, se escapaban algunas pinceladas periodísticas relacionadas con esta circunstancia en la que el hoy por hoy lo ha marcado la preocupación ante la contaminación por el uso masivo de plásticos.

No, no se extrañen, que no he cambiado mi temática y no voy a hablarles de los problemas ambientales que nos acaecen aunque tal vez un poco sí, pues mientras en estos días decidía quien sería mi protagonista de hoy, mientras desde la radio me llegaban retazos de campañas orientadas a limpiar nuestros espacios naturales (incluidos los ríos) de «basuraleza», en especial de la basura de los plásticos, en una campaña que se ha dado en llamar ‘1 m2 para salvar la naturaleza’, no pude evitar que me volviera a la mente la figura de esa fascinante berciana que fue Felisa Rodríguez, maestra del Bierzo, escritora, activista medioambiental cuando nadie lo era (entre otras muchas facetas), que tantos versos y tantos renglones nos dejó escritos en torno a su pasión por lo que ella consideraba el mayor de nuestros legados, la Naturaleza, dentro de la que el ser humano es meramente un eslabón más pero de tal importancia que es capaz, con sus gestos de irresponsabilidad, de romper el equilibrio en el que con ella deberíamos convivir.

Pájaros y animales de todo tipo, ríos, fuentes, fenómenos meteorológicos, árboles y todo tipo de plantas (hasta las más humildes de todas ellas) se convierten en protagonistas de sus composiciones, ya sean en verso o en prosa, ya los piense y sienta como ejercicio literario o como ejercicio didáctico. Y en la docena de publicaciones que nos dejó queda también la huella de todo ello.

Se me viene a la mente, por ejemplo, su ‘Libro de las Maravillas’ (Premio ‘Gemma’ de novela, 1981), en el que la huella del Día Forestal Mundial o Día del árbol (21 de marzo) nos deja todo un relato en el que verso y prosa se combinan una vez más (incluso a través de diálogos que teatralizan la propia composición), un relato en el que no solamente hará alusión a dicho día, que celebra con su escritura, sino convirtiendo todo el libro en sí en un canto a la Naturaleza y en un relato poético de las actividades que desde su alma campesina, en la que pervivía un profundo amor a los beneficios que la madre Tierra nos proporciona, realizaba día a día, siempre en permanente diálogo entre ella y cada uno de los elementos de esa naturaleza que no solamente la rodeaba sino en la que vivía inmersa, para mostrar a quienes la leían –empezando por su propio y joven alumnado– la profunda conexión que sentía, como en un diálogo teatralizado en la que una y otras partes tienen su propios momentos de protagonismo, dejándonos fragmentos tan bellos como este «diálogo» con el peral plantado por su padre el mismo día de su nacimiento: «Bajo el encaje verde de su mantosentía las caricias de unas alas,compartiendo el dolor queme castigay el odio que afila du-ras garras. Su regazo a los nidos gentilabrede peral y ruiseñor la dichaunida. El mismo año nos sembró mipadrey a los dos nos dio aliento desu vida...».En ‘De globos y de niños. Divina fantasía’ (1989), dedica varios poemas a uno de los mayores azotes que en determinados momentos ha sufrido nuestro medio más natural, los incendios. Lo fue en aquel momento y lo vuelve a ser en este, y frente al mismo Felisa mostró una preocupación constante en su vida y en su poesía, llegando a organizar recitales con el fin de recaudar fondos para las víctimas de los mismos, e intentando llamar continuamente la atención sobre una realidad que suponía un peligro para el futuro de una región, su propia tierra berciana, pero al mismo tiempo extensible a toda el panorama nacional. Ahora, en vísperas de una nueva campaña veraniega, que ya ha anticipado su entrada a través de violentos incendios en algunas tierras de la península, incluyendo las tan próximas de Asturias, en muchos de los casos incendios provocados que adquieren dimensiones colosales a causa de las actuales condiciones climatológicas, tal vez no nos venga mal -como llamada de atención- volver sobre algunos de sus versos.«(...) Fuimos las aves y yoal bucólico encinarcon soles, brisas y estrellasnuestro nido a fabricar.Nos cegó doliente pasmoviendo que el edén soñado,es paraje de esqueletosque el fuego había calcinado. (...)»O estos otros con los que termina otra de las composiciones del mismo poemario: «(...) ¿Qué ansias de destrucción al hombre ciega y domina, si al destruir el paisaje destruye su propia vida?».Y es que no hay que olvidar que todo en la Naturaleza es equilibrio, un equilibrio que el ser humano se encarga de destrozar con su afán desmedido de poder, de querer dominar una Naturaleza que fácilmente se puede volver contra él, y que ella trató de proteger a través del mensaje de su literatura e incluso a través de la puesta en marcha de iniciativos como la creación del ‘Legión verde’, el primero en hacerse realidad en toda España.

En aquella realidad, los incendios provocados se convirtieron para ella en una obsesión, por encima de cualquier otra catástrofe natural que pudiera ocurrir y que siempre será de carácter puntual;  y llamaría continuamente la atención sobre ellos, al tiempo que iba de escuela en escuela, de pueblo en pueblo hablando contra el peligro que suponen los mismos para la vida en general  y proponiendo desde los más pequeños la repoblación de su territorio más próximo y el mimo y el cuidado por lo que la Naturaleza nos ha dejado. Y así, años antes del poemario antes referido, en su ‘El hombre de los aguzos’ (1983), nos dejará también esta reflexión poética:

«(...)Por mi ventana abierta, con el
fuego
va entrando la muerte día a día;
quemado y desierto el solar patrio,
me deja el alma estéril y vacía».

Un vacío al que no estaba dispuesta a entregarse de manera alguna.

Fueron los días de Felisa, días en los que surgieron figuras como la de un Félix Rodríguez de la Fuente sentando las bases para proteger las especies animales en peligro, o como Jacques Cousteau, mostrándonos la riqueza de los mares y también el peligro al que la acción humana sometía a sus criaturas, poniendo en ocasiones en peligro su futuro. En León, y más concretamente en la comarca berciana, nosotros contábamos con Felisa Rodríguez, maestra y poeta enamorada de la Naturaleza que escribía de la misma y nos alertaba de las amenazas que sobre ella se cernían. Sus obras aún podemos encontrarlas en nuestras bibliotecas públicas (algunas incluso aún pueden conseguirse en librerías ya sea de primera o segunda mano). Yo les invito a rescatarla y disfrutarla y que sus textos nos sirvan también de reflexión sobre lo que le estamos haciendo a la Naturaleza en nuestro día a día y lo que esta puede llegar a devolvernos en un futuro que ya es presente.
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