'Salomé', el escándalo hecho ópera

Un siglo después de su estreno, la impactante tragedia bíblica de Strauss desembarca en París y en Cines Van Gogh

Javier Heras
27/10/2022
 Actualizado a 27/10/2022
Una imagen de la ópera de Strauss ‘Salomé’ en el ampuloso montaje de Lydia Steier. |  L.N.C.
Una imagen de la ópera de Strauss ‘Salomé’ en el ampuloso montaje de Lydia Steier. | L.N.C.
No se ha visto nada más satánico ni más artístico en los teatros de ópera», rezaba una crónica de su estreno en 1905. El éxito de ‘Salomé’ siempre ha ido de la mano del escándalo: la soprano de aquella primera función en Dresde, Marie Wittich, se negó a bailar la ‘Danza de los siete velos’; en Austria estuvo prohibida por inmoral hasta 1918; en Berlín y en Londres se censuró el desenlace; en Nueva York los patronos del MET la sabotearon. En cambio, en Graz (mayo de 1906) asistieron Puccini, Mahler o un imberbe Alban Berg, que la elogiaron.

Más sorprendente fue el fervor del público: el músico tuvo que hacer 38 salidas a escena. En una Europa aún conservadora pero con aires de cambio, se extendió deprisa: 50 ciudades en apenas dos años. Si el káiser Guillermo II había predicho «un perjuicio terrible» para Strauss, tiempo después éste ironizaba: «Con ese perjuicio pude construirme mi villa».

Desde entonces, ‘Salomé’ no ha perdido ni la popularidad ni la capacidad de provocación. Ahora llega a París en un nuevo montaje de la cineasta Lydia Steier (1978), experta en multimedia y premiada por la revista Opernwelt en 2016. La norteamericana debuta en la Bastilla con una lectura contemporánea y feminista. Una crítica a la desmesura del capitalismo que se inspira en pinturas de Otto Dix o Max Enrst, quienes describieron la decadencia de la república de Weimar. «Una sociedad sin valores, al borde del colapso… como la actual», declaraba en rueda de prensa. En el podio, la australiana Simone Young, titular de la Sinfónica de Sydney tras pasar por las de Lausana y Hamburgo. Especialista en Wagner y Strauss, ha abordado la ‘Tetralogía’ en Berlín y Elektra en Viena. En 2021 impresionó en Zúrich con, precisamente, ‘Salomé’. Este jueves a las 19:45 horasse retransmite en directo en Cines Van Gogh, con la soprano dramática franco-sudafricana Elza van den Heever (1979) como protagonista.


Contra la indiferencia


Este título produce –aún– una mezcla de fascinación y rechazo. La música dolorosamente disonante del genio de Múnich (1864-1949) abrió el camino a las vanguardias. Después del Romanticismo y de Wagner, los jóvenes compositores buscaron nuevos caminos, del verismo italiano al impresionismo francés. Richard Strauss abrazó el expresionismo.

Como en pintura Munch o Kirchner, se adentró en las emociones, el subconsciente, lo irracional, lo reprimido. No extraña que surgiera a la par que el psicoanálisis de Freud.
Niño prodigio, en el terreno lírico no dio con la tecla hasta los 40 años: deslumbraba con sus poemas sinfónicos (‘Don Juan’, ‘Así habló Zaratustra’), pero fracasaba con las óperas ‘Guntram’ (1894) y ‘Feuersnot’ (1901). Necesitaba un nuevo tipo de libreto y de lenguaje, liberado de las formas del siglo XIX. Lo encontró en Oscar Wilde. El irlandés levantó ampollas en la sociedad victoriana con su obra de teatro. Trataba del episodio bíblico de la princesa de Judea que, tras bailar sensualmente para su padrastro –el lascivo rey Herodes–, le exige la cabeza de San Juan Bautista, único hombre que no ha cedido a sus encantos. Un verdugo se la sirve en bandeja de plata. Tan macabro suceso había aparecido en pintura (Botticelli, Tiziano, Caravaggio), escultura (tímpano de la catedral de Rouen) o literatura (Flaubert, Cervantes), pero los elementos polémicos solían suprimirse. Wilde se recreó en el incesto, la necrofilia, la violencia y la lujuria, y convirtió a la mujer en sujeto activo de pulsiones sexuales, y no objeto pasivo.


Las claves


Escrita en 1891 en francés, unos años más tarde la tradujo al alemán la poeta Hedwig Lachmann. Cuando Richard Strauss la vio en Berlín, le impresionó tanto que decidió adaptarla palabra por palabra, sin versificarla como libreto de ópera. Las pasiones obsesivas, desvaríos, odios y pensamientos mórbidos se traducen en una música extrema, agresiva, arrebatada, que lleva la armonía a su límite. Ya los primeros compases combinan dos tonalidades opuestas (Do# mayor y Sol mayor, incompatibles), reflejo de un ambiente asfixiante. El solo inicial de clarinete anuncia el jazz y ‘Rhapsody in blue’. Strauss se atrevió a la politonalidad –la discusión de los judíos– y, el último monólogo de Salomé, a la atonalidad que practicarían Webern o Schoenberg.

Mago de la técnica instrumental, amplió la orquesta y extrajo de ella un esplendor, volumen, color y riqueza sin precedentes. Para sugerir una atmósfera exótica, recurrió a escalas cromáticas e incorporó el heckelfón, un oboe grave que evoca los estridentes sonidos árabes. Como heredero de Wagner, empleó leitmotive, melodías asociadas a personajes (la princesa, el profeta) o ideas (el deseo). Estos motivos se entretejen en una textura ininterrumpida.
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