09/07/2020
 Actualizado a 09/07/2020
Guardar
Esta semana el mar de secano de cruces sin muertos que es aquel Sad Hill burgalés ha vuelto a las redes sociales en esta España western. Decía el genio JM Nieto durante el estado de alarma que las alocuciones de fin de semana de Pedro Sánchez se entendían mejor con fondo de panderetas. Las declaraciones de Pablo Iglesias, sean bajo bandera en la Moncloa o en atril de campaña, se comprenden mejor con música del eterno Morricone. Iglesias habría sido un caramelito en dulce para crear alguna de esas melodías guardadas en la memoria. El perfecto villano con coleta de cordero. Mirada fría, verbo retorcido y advertencias tan veladas como escalofriantes. Con ese caminar de soberbia desgarbada que anda siempre pidiendo un duelo que le mantenga como el sheriff de la patria sin patria.

Después del Consejo de Ministros, rodeado de socialistas que cada vez disimulan menos que esconden la mirada, el capo alfa de Unidas Podemos regresó al Podemos de hace años cuando la sociedad desentramaba las explicaciones de Errejón sobre cómo «la hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales». Un galimatías parecido es ese «naturalizar el insulto» que dice Iglesias deben asumir los representantes públicos y los periodistas y el resto de ciudadanos que osen ir contra el buen progresismo del que solo reparten carnets los morados. Un trabalenguas perverso. Se empieza naturalizando el insulto para normalizar la amenaza y terminar justificando la agresión. Podemos se desvanece con la paz social por eso se empeña en chapotear cualquier conflicto fratricida que necesite salvapatrias moralizantes. Denuncia a periodistas e instituciones como parte de una conspiración del poder para que olvidemos que ahora el poder son ellos. Iglesias señala «el feo, el bueno y el malo» en una España convertida en Sad Hill pospandemia. También con tumbas vacías y cruces que no cuentan muertos.
Lo más leído