Saber mirar

El Festival Villar de los Mundos acoge este domingo la presentación de 'Viaje a una provincia invisible', del profesor y escritor Alfonso Fernández Manso

Noemí Sabugal
26/08/2017
 Actualizado a 19/09/2019
Tsunami de montaña. Fornela, en el Bierzo. | ISIDRO CANÓNIGA
Tsunami de montaña. Fornela, en el Bierzo. | ISIDRO CANÓNIGA

Cada anochecer, el cielo del Bierzo recorta el perfil azul de sus montañas. Son los límites de una comarca cuya forma es la misma que la de las manos que se unen para beber agua en una fuente. Los nombres de esas montañas, los de los ríos que se alimentan de su vientre y sus neveros, los de sus árboles y los animales a los que dan refugio, están registrados en libros, en guías y mapas. ¿Pero alguien los conoce todos? ¿Alguien podría pasar la prueba de un niño que levanta el dedo, señala y pregunta: cómo se llama ese monte y cómo se llama esta planta? Diría que muy pocos. Entre ellos, el autor de ‘Viaje a una provincia invisible’: el profesor y escritor Alfonso Fernández-Manso.


Este libro recoge varias columnas publicadas en La Nueva Crónica y se presenta este domingo en el festival cultural Villar de los Mundos. La presentación será a las 12:00 horas en la Bodega de las Burillas, en Villar.


Para el que sabe mirar, las cosas tienen muchos significados. Un ave en un lago, el de Carucedo por ejemplo, no es un pájaro sin más, sino todo un mundo, un ecosistema. Ese pájaro son los países que ha recorrido hasta llegar aquí, el instinto que ha guiado su vuelo y le empuja a alimentarse y a reproducirse, su relación con el resto de animales con los que comparte espacio y también con el humano que le estudia a través de un telescopio terrestre o que le observa con indiferencia mientras se baña. El ave, somormujo lavanco o porrón moñudo o zampullín cuellinegro, está unido a todo lo demás y así el resto de los animales y plantas y personas.


En el monumental libro de Andrea Wulf sobre Alexander von Humboldt, ‘La invención de la naturaleza’, la autora dice en el prólogo: «Cuando se percibe la naturaleza como una red, su vulnerabilidad salta a la vista. Todo se sostiene junto. Si se tira de un hilo, puede deshacerse el tapiz entero». En las columnas de Fernández-Manso también se desteje un lugar y sus distintas naturalezas, pero no con la intención de deshilachar sus ya numerosas costuras, sino con la contraria: la de conseguir que el tejido -ecológico, humano, productivo, cultural- sea más resistente.


El autor, tan viajero como el estudioso alemán, reflexiona sobre su pequeño rincón del mundo, pero su mirada va más allá. Los cerezos del Bierzo le recuerdan la adoración de los japoneses por la contemplación de sus flores, el hanami; analiza el declive del sector carbonífero y lo enfrenta al reto de revertir el cambio climático; y de la vida de los pequeños pueblos de la comarca pasa al debate mundial sobre la sostenibilidad, con predicciones que podría haber escrito Philip K. Dick en cualquiera de sus distopías: «Ser autosuficiente acabará siendo absolutamente ilegal. Desengancharse de la adicción cultural al hiperconsumismo estará prohibido en el futuro», afirma, en una advertencia que no resulta del todo ciencia-ficción en el país del ‘impuesto al sol’.


Su punto de vista es local y global, científico y poético, ensimismado y crítico. En eso Fernández-Manso sigue la línea de Humboldt y de otros a los que influyó: desde Henry David Thoreau hasta el escritor romántico Enrique Gil y Carrasco, cuyo ‘Viaje a una provincia del interior’ inspira el título elegido para esta recopilación de columnas.


El encuentro entre Gil y Humboldt en Berlín es precisamente uno de los grandes hitos en la vida del autor berciano y una muestra de su importancia. Por desgracia, su prematura muerte a los treintaiún años en la ciudad alemana cortó lo promisorio de su producción. Tampoco llegaríamos a conocer nunca la opinión de Humboldt sobre su obra más conocida: ‘El señor de Bembibre’, novela que le regaló y que podía leer en su lengua original, por su conocimiento del español adquirido durante sus viajes por Latinoamérica. Lo que sí sabemos es de su admiración mutua, ya que Humboldt le dio -en representación del rey- la gran Medalla de Oro de las Artes y las Letras, mientras que Gil promovió la concesión para el alemán de la Gran Cruz de Carlos III, que le entregó en su propia casa.


Fernández-Manso persigue los pasos de estos escritores para los que observar la naturaleza es observarnos a nosotros mismos, para los que todo estaba relacionado. Y sería el candidato perfecto para el empleo imaginario que pedía Thoreau en 'Walden': "inspector de tormentas de lluvia y nieve, de los senderos del bosque".


Si no fuera profesor en el campus de Ponferrada, y no estuviera tan liado con proyectos como Gesfire, para la aplicación de las imágenes de drones en la evaluación y prevención de los incendios forestales, Fernández-Manso podría ser nombrado cuidador a perpetuidad de los sotos del Bierzo, de sus viñedos y huertas; de sus animales más tímidos; de sus ríos y sus fuentes y sus lagos; de sus aldeas despobladas. Como ese puesto no existe, al menos el de observador de ese pequeño mundo justifica la publicación de este libro. Su punto de vista sobre el paisaje y sus pobladores merece ser considerado. Su perspectiva, humanística y ecológica, suele resultar reveladora.


La consideración de los pueblos como «célula básica de la vida rural y del paisaje del noroeste», y lugar en el que se reproduce «la vida y la cultura» y se crían «los niños y las palabras», enlaza con algunos análisis sobre la despoblación que están realizando nuevos escritores, como Sergio del Molino en ‘La España vacía’.


También con un interés por las zonas rurales que han renovado autores como Jenn Díaz o Jesús Carrasco, y que se suma a la producción literaria de escritores de generaciones anteriores: Miguel Delibes y Julio Llamazares, a los que Fernández-Manso cita en varias columnas.


«¿Qué va a ocurrir aquí el día en que en todo este podrido mundo no quede nadie que sepa para qué sirve la flor del saúco?», dice uno de los personajes de ‘El disputado voto del señor Cayo’, la novela de Delibes que inspira una columna titulada ‘Flor de saúco’.


La pérdida de los conocimientos tradicionales, considera Fernández-Manso, es «el gran drama de la modernidad». Entre ellos, el olvido de las utilidades de las plantas, aun a pesar del trabajo de personas como Lola Fernández y John J. Breaux, que dedicaron varias décadas de su vida a la divulgación del patrimonio etnobotánico berciano. El escritor muestra también su preocupación por la sobreexplotación de los recursos de la comarca, desde la minería a los aprovechamientos hidroeléctricos.


Recuerda que en el Bierzo hay nada menos que veinticinco centrales hidroeléctricas y apunta que el Sil es el río más embalsado del país, un río «embalsamado», critica, «lleno de muros y fronteras». Lamenta también el «crimen perfecto contra los bosques» que suelen suponer los incendios, ya que ha calculado que sólo uno de cada cinco mil acaba con el culpable en prisión.


Fernández-Manso disecciona en sus columnas las contradicciones que nos limitan e intenta que volvamos nuestros ojos miopes a la naturaleza, para no vivir «perseguidos por el coche, aturdidos por la televisión, abrumados por la tecnología».


Para lograrlo, habrá que levantar la mirada de las pantallas y caminar por las montañas del Valle del Silencio o a la sombra de los alcornoques del Zofreral de Cobrana. Es decir, habrá que regresar a la belleza.

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