04/11/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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En la televisión y otros medios de comunicación brasileños se han estado cachondeando de Bolsonaro durante una buena temporada. Justo mientras creían que se trataba de un nazi perturbado, minoritario, un fenómeno de feria en el contexto de una democracia asentada que jamás vería a alguien como él alcanzar el suficiente poder para poner en práctica las locuras que vociferaba y de las que tan divertidos y facilones chascarrillos podían obtenerse. Esas risas hace meses que se congelaron en rostros estremecidos, dejando un reguero de rictus y una enorme preocupación por la salud del país que no hace más que crecer. Cuando la broma a costa de alguien deja de tener gracia, suele convertirse en un incontrolable rubor. Dicen que la comedia se forma con la tragedia más el tiempo suficiente. Parece que en ocasiones la fórmula también funciona al revés.

Algo así pasó con Donald Trump en su momento, cuando las cadenas estadounidenses competían en glosar sus declaraciones más delirantes, en la certidumbre de que Trump era un risible fantoche con dinero y sin el menor riesgo. Todos recordamos la cara de tonto que se le puso al mundo entero cuando ganó las elecciones. Quizás a esas victorias electorales haya contribuido el vasto espacio dedicado a sus ridículos y alarmantes mensajes, unos mensajes que, aunque a menudo rodeados de la cuchufleta condescendiente que muchos cómicos utilizan, no eran en general analizados o desmantelados, sino simplemente escarnecidos. Y quienes lo son, a menudo acaban por ser apreciados por un electorado harto, cabreado y necesitado, a quien acaba por no hacerle gracia que se metan siempre con el mismo tipo. Y le votan. La caja de resonancia que le han proporcionado acaba por dar fruto opuesto al que pretendía.

También sucede aquí. Como si echásemos de menos un partido fascista (ahora lo llaman ultra) en nuestro panorama político, se celebra un ¿renovado y multitudinario? congreso y las cadenas y medios le dedican un tiempo de ‘prime time’ tal si tuviera alguna representatividad repentina que, seguramente, le están propiciando por la simple inercia de compararlo con lo que sucede en otros países, como si fuera un rasgo de europeidad contar con fachas de nuevo cuño. Y siguen hablando de él, como si representara a alguien. Ningún otro partido residual, con número de votantes similar, obtuvo nunca tan privilegiados minutos. El Pacma, con cinco veces más sufragios, por ejemplo, apenas aparece, salvo bronca taurina.

Cuando Chaplin rodó su clásico, ‘El gran dictador’, Hitler ya era una amenaza global y terrible y la guerra mundial había comenzado. En esa película, la risa ya no es alegre ni despreocupada; está llena de sombras, a menudo se hiela en la cara. No puede desdeñarse el enorme poder del humor, por eso hay que apretar los dientes y con tales bufones malencarados en el poder, recurrir a un humor militante que deje en evidencia tanta mentira y tanto despotismo, un humor que se los tome en serio.
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