'Réquiem por un minero español', por Julio Llamazares

El minero, portugués, se llamaba Assirio Antonio Fernandes Afonso, aunque todos le conocían por Higinio el Portugués, se vio obligado a llevar la bomba de oxígeno por su silicosis durante años hasta que hace tres meses le trasplantaron los dos pulmones. Acaba de morir

Julio Llamazares
07/02/2021
 Actualizado a 07/02/2021
La fotografía de la exposición del minero recientemente fallecido. | CECILIA ORUETA
La fotografía de la exposición del minero recientemente fallecido. | CECILIA ORUETA
En el Instituto Leonés de Cultura se expone actualmente una muestra fotográfica de la fotógrafa madrileña Cecilia Orueta dedicada al final de la minería. En ella hay una foto de un minero que mira hacia la cámara mientras sostiene la bomba de oxígeno que se vio obligado a llevar por su silicosis durante años hasta que hace tres meses le trasplantaron los dos pulmones. El minero, portugués, se llamaba Assirio Antonio Fernandes Afonso, aunque todos le conocían por Higinio el Portugués, y acaba de morir.

La única vez que estuve con él fue esta Navidad cuando salió de casa para ver la exposición de la que él es uno de los protagonistas. Estaba feliz con sus nuevos pulmones y extrañado de poder andar por la calle sin su inseparable bomba de oxígeno. Era como empezar a vivir de nuevo, manifestó. En la librería Sputnik, junto a la plaza de San Marcelo, me contó ante un café su vida, que comenzó en un pueblo de Tras-os-Montes, en Portugal, al que yo dediqué un capítulo en mi libro de viaje por esa región: Maçedo de Cavaleiros. Museu de Curiosidades, y que pronto se vio truncada por la desgracia. Cuando tenía dos años murió su madre y la familia se dispersó y él terminó en un orfanato del que saldría con 9 años, edad con la que comenzó a vivir solo y a buscarse la vida. Lo hizo en varios oficios y en muchos sitios de Portugal hasta que llegó a León, donde comenzó, como tantos paisanos suyos de Tras-os-Montes, la región más pobre de Portugal, a trabajar en las minas. La primera fue la de Arbas del Puerto, pero recorrió unas cuantas: Pendilla, Canseco, Matallana… También trabajó en Asturias, donde durante cinco años enseñó a postear a los aprendices a mineros de Hunosa, pero su vida transcurrió principalmente en el valle de Gordón, donde vivió hasta que se mudó a León. En total, trabajó 25 años en la mina, de los que le quedó una silicosis de tercer grado por la que lo jubilaron finalmente después de negárselo varias veces. Y luego tuvo un rebaño de ovejas, «pues parado yo no sabía estar».

En la librería Sputnik, recuerdo, además de Portugal y de la mina,hablamos de la silicosis, la enfermedad que le llevó al extremo y que terminaría con él. Le conté una historia que a mí me contó mi padre de un accidente en la mina de Utrero, en el alto Porma, en la que uno de los mineros fallecidos tenía, según mi padre, que asistió a la autopsia, «los pulmones como de piedra» y él me aseveró que así era y que él sentía como si de verdad fueran de piedra y el aire no pudiera entrar en ellos. Pero esa mañana estaba contento. Aunque tenía que cuidarse mucho, podía andar libremente después de mucho tiempo sin hacerlo y comenzaba a vivir una nueva vida. A sus sesenta y un años, Higinio se sentía un hombre nuevo.

Y, de pronto, me cuentan que se ha muerto. Que algo ha fallado en sus nuevos pulmones (o en su organismo a causa de ellos, no sé) y se ha ido para siempre dejando atrás su recuerdo y toda la ilusión que lo embargaba mientras miraba su foto en la sala de exposiciones del Instituto Leonés de Cultura. Para aquellos que aún opinan que los mineros eran unos privilegiados porque ganaban mucho dinero y se jubilaban pronto, Higinio el Portugués es un ejemplo de que la realidad es otra y de que la suerte de los mineros no hay que envidiarla, al revés. Yo por lo menos nunca los envidié y sé de lo que hablo, porque conviví con ellos. Sí envidio, en cambio, su valentía, su fe en sus propias fuerzas y su solidaridad a un tiempo, tan escasos en otras profesiones, y de las que Higinio el Portugués hizo gala toda su vida pese a que ésta no fue muy buena con él: aparte de su desdichada infancia y de sus últimos años atado a una bomba de oxígeno, vio morir a un hermano suyo al que trajo con él a León en un accidente de tráfico y a tres compañeros en otro, en una explosión de grisú en la mina. Gente así no necesita un nombre, su apodo basta para recordarla.
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