17/10/2022
 Actualizado a 17/10/2022
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¿Recetas? ¿Quién se atrevería? Las que valen contra la tos, perjudican la hombría. Las que facilitan el sueño despiertan la cobardía. Las que matan espabilan. Las que recuerdan olvidan. ¿Es que hay alguna receta para el fracaso? Se pregunta Peter O’Toole en Lord Jim, la película preferida del difunto Marino Llamas, primo del cronista, extraordinario personaje del barrio del Ejido, escritor y escapista, al que nuestro Luis Mateo Díez dedicó un cuento titulado ‘Cenizas’ y muerto en plena juventud en Barcelona y en extrañas circunstancias. ¿Es que hay alguna respuesta para el fracaso? Se preguntaba Marino.

De jóvenes, cuando practicábamos la ironía y escribíamos poemas al Che Guevara, creyendo que creíamos en la libertad de todos los pueblos, en el cine francés y en el realismo mágico, entonces, por entonces, cuando tener un maestro como Don Antonio G. de Lama era considerada la mayor suerte que podía tener un pobre poeta provinciano, aún no habíamos comprendido que «no es lo que hacemos, sino lo que pensamos, lo que termina haciéndonos sabios».

Todo esto no viene a cuento de nada. Tan solo a que ha pasado el tiempo y nada cambia y el fracaso del Ejido Quintín, y del mundo, continúa. Una nueva guerra como las de antaño, un gobierno plagado de ilusionistas, los pavorosos incendios del verano, la no menos pavorosa guerra de Ucrania, los estudiantes gritando sus frustraciones desde el balcón y dirigiéndose a unas mozas con el más soez de los agravios, y el separatismo catalán mostrándonos su tremendo desencanto.

Si alguien aun tuviera en cuenta los consejos de un anciano de la tribu desde siempre al margen de ambiciones y veleidades, este le contestaría, como es de ley, con otra pregunta también salida de la boca del héroe Lord Jim de la película: ¿Tiene siempre razón la mayoría? Porque ese es el talón de Aquiles de la democracia. Esa es la espina clavada cerca del corazón y la que no hay más que empujarla un poco para que una sociedad tan mínima se quede como un pajarito.

Ahora es el hidrógeno verde. Hasta que se apoderen de ello los chinos. Mientras tanto los perros de venteo trabajan todos para Putin. Y la mayoría vamos por ahí ‘ostomizados’ (con bolsas de caca y orina) reafirmando nuestro poder mediante la contención del amor, como escribe Liv Strömquist. Porque recetas, recetas, lo que se dice recetas, una vez que perdimos la fe, ya no nos queda ninguna.

Bueno, sí, la pastilla de yoruro de potasio, que algún país del norte de Europa recomienda tener a mano a sus súbditos por si Putin hace estallar esa bomba mundial atómica.
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