02/10/2021
 Actualizado a 02/10/2021
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He vuelto a ver ‘La gran belleza’, esa maravilla de Paolo Sorrentino, del que me gusta todo lo que he visto y lo he visto casi todo. El director italiano regresa ahora con ‘Fue la mano de Dios’ y ya le tengo ganas, aunque habrá que esperar hasta diciembre para verla.

No es fácil lo que Sorrentino cuenta en su nueva película, ya que se trata de la muerte de sus padres por un accidente que ocurrió cuando él era adolescente. Imagino que es la historia que toda la vida ha sabido que en algún momento pondría ante la cámara, pero mostrar algo así requiere una larga preparación.

Uno de los lugares de rodaje ha sido la isla de Stromboli, que no es otra cosa que la cima de un volcán. Entre las imágenes que ya se han podido ver aparecen los cráteres activos de su cumbre, con sus madejas de humo que hacen pensar que hay un gigante fumando bajo el suelo de la isla.

Lo he buscado y he visto que hay quinientas diez personas que viven allí. No sé cómo será vivir en Stromboli, hacerse una casa donde el suelo tiembla y la lava estalla, pero imagino bajo cada cama una maleta siempre preparada con lo esencial. A lo mejor me equivoco.

En La Palma, la colada de lava del volcán de Cumbre Vieja por fin ha llegado al mar, pero nada ha terminado. Ya son casi un millar las casas y los edificios destruidos. Y cómo se levanta uno cuando ocurre algo así. Se lo estarán preguntando los que lo han perdido todo, o casi, porque queda la vida. Y a partir de ahí se sigue.

Lo esencial permanece, la raíz: las familias, los amigos están. También a partir de eso se continúa hacia adelante.

En ‘La gran belleza’, el cínico Jep Gambardella, el rey de los mundanos, el noctívago que no sabe qué hacer con las mañanas, el adicto a las fiestas romanas con mucho alcohol y cocaína y silicona en los cuerpos, pero que está atrapado por un amor del pasado, vive su momento de revelación con su contrario: la ancinísima monja que duerme en el suelo y vive en la pobreza.

¿Sabe por qué sólo como raíces?, le pregunta la monja a Jep Gambardella. Y ella misma se responde: porque las raíces son importantes.
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