25/09/2021
 Actualizado a 25/09/2021
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Viendo el nivel tan sensacionalista y escabroso de algunos de los programas que llenan de inmundicia nuestra parrilla televisiva, lo vivido por algunos habitantes de La Palma tras la erupción de su volcán, bien podría servir de hilo argumental para uno de estos productos que bajo el disfraz de entretenimiento, esconden la involución de la sociedad y su camino hacia el atontamiento generalizado.

Me reconocerán que tendría un gran tirón entre la plebe ver cómo a una serie de concursantes les dan quince minutos para que elijan de sus casas los bienes materiales que quieran salvar, antes de que finalizado dicho tiempo su morada sea destruida. Esto es precisamente lo que han tenido que sufrir muchos habitantes de La Palma, que, sin quererlo, han sido protagonistas de este concurso macabro e inesperado en el que el tiempo y la tasación instantánea de sus pertenencias les han hecho vivir una situación para la que nadie está preparado.

Hace unos días, mientras intentaba desperezarme tomando un café, visioné un rótulo en una noticia de un informativo sobre la erupción del volcán que decía: «Quince minutos para recoger lo necesario y personal», lo que me provocó una irónica sonrisa, mientras me asaltaban numerosas preguntas. ¿Qué es lo necesario y personal realmente? ¿Qué haría yo en ese caso? ¿Salvaría los elementos más valiosos económicamente o pesaría más el valor sentimental? ¿Qué dejaría ser engullido por la lenta pero imparable lengua de lava, la televisión de plasma gigante o unos álbumes de fotos de cuando era niño y de las que no existen copias digitalizadas? ¿Perdería cinco minutos en buscar el pisacorbatas que me regaló mi abuelo ya fallecido o me decantaría por no gastar ese tiempo en un solo objeto e iría salvando los que más tuviera a mano?

Es paradójico que en un momento en el que vivimos tan rápido y triunfan los vídeos de pocos segundos, también tuvieran tan poco tiempo para elegir los objetos que quisieron que siguieran acompañándoles en su vida. Quince minutos para decidir qué recuerdos de los generados durante los millones de minutos de su vida ya pasada salvaron de la quema. Esos novecientos segundos volarían a una velocidad inimaginable, pero quizás sea peor la percepción posterior del tiempo, en el que cada paso del segundero son puñales clavados en lo más hondo, pensando en todo aquello a lo que sentenciaron a muerte dentro de las cuatro paredes en las que hasta hace una semana pensarían envejecer, mientras un volcán adormecido ejercía de testigo.
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