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Qué bonita plaza del Grano

10/06/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Ha quedado bonita la plaza del Grano. ¿Cómo no iba a quedar bonita? Otra cosa es que sea la misma plaza, pero bonita está.

Se planteó durante el siglo XIX en términos muy definidos el debate sempiterno sobre cómo cabe actuar con los vestigios del pasado para corregir las incurias del tiempo, cómo tratar sus achaques y desperfectos para traerlos al presente. En aquel momento, los partidarios de la mera protección de lo llegado hasta nosotros fueron representados por las tesis del británico Ruskin y sus tratados (‘Las siete lámparas de la arquitectura’, ‘Las piedras de Venecia’...). Quienes por contra defendían una reinterpretación de los edificios distinguidos, retornándolos a un estado primigenio ideal en muchas ocasiones ilusorio pero muy del gusto contemporáneo, fueron amparados por la escuela francesa de Viollet-le-Duc y sus numerosas intervenciones monumentales, particularmente góticas. Venció Le-Duc, por supuesto, aunque los ruskinianos mantengan el aura de los derrotados. Por ello nuestra catedral de León se convirtió en más gótica de lo que nunca había sido. La querella acerca de tales opciones en la restauración monumental, aunque evolucionada en discursos y terminología, está lejos de haber concluido, como es lógico que sea, por otra parte. Siguen existiendo defensores de la autenticidad y adalides de la estética.

En la plaza del Grano no puede hablarse en puridad de una obra auténtica, pues es bien sabido que su estructura y componentes son renovables, como en general lo es la fábrica popular. Sin embargo, sí podían observarse en ella procederes auténticos, diferentes a los que se emplean habitualmente y se han empleado ahora. Además, en la defensa de la reciente obra se mezclan churras y merinas: es obvio que las calles colindantes están mejor que antes, pues el antes consistía en un chapapote de asfalto y aceras maltrechas. Cosa distinta fue la eliminación de las aceras artesanalmente dispuestas alrededor a base de fragmentos de lápidas en un proceder y resultado de enorme interés y relación con la plaza, sustituidos por unas vulgares de barrio residencial. Nadie en su sano juicio duda de que la plaza del Grano necesitaba una intervención. Precisamente quienes la hicieron necesaria fueron quienes le negaron mantenimiento y atención durante décadas, arruinándola con saña. Finalmente, los publirreportajes que airean las bondades de ciertas obras municipales reiteran con asiduidad que quienes cuestionamos la obra éramos minoría, quizás porque interpreten, como hacía el anterior gobierno, que quienes no asisten a las manifestaciones cuentan del lado que ellos quieren, o porque tengan datos secretísimos sobre tales mayorías. Y hay quien habla de intoxicación... En todo caso, el coste de la obra, bastante más de medio millón de euros, permite hoy afirmar con rigor que ha quedado muy bonita esta nueva plaza del Grano.
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