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Puré de patata

30/10/2022
 Actualizado a 30/10/2022
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Eróstrato tenía razón, solo hay algo que rivaliza con crear: destruir. Prendió fuego al gran templo de Artemisa en Éfeso, maravilla del mundo antiguo, con el propósito de asegurarse fama póstuma y lo consiguió, pese a que se prohibiera la difusión de su nombre bajo pena de muerte. Aunque frecuentes, las ‘damnationes memoriae’ no suelen funcionar y nos deleitamos más en recordar a los bárbaros que a los civilizados. En varios idiomas erostratismo significa la búsqueda de celebridad por medios delictivos y, si apuran, dañando algo de cuya fama se pretende obtener la propia por parasitismo. Una obra de arte, por poner el caso concreto, un cuadro célebre al que se ofende: esa es la noticia, pero no es nueva.

Ciertos activistas contra el cambio climático están poniendo de moda ese procedimiento como forma de protesta utilizando la notoriedad del objeto agredido en favor de la visibilidad de su causa. Como si su causa no fuera visible. Como si los gobiernos fueran a cambiar de tercio por un cuadro más o menos. La organización británica que está detrás (no citaremos nombres) ha llevado a cabo otras acciones aparte de enfangar pinturas; parones de tráfico o partidos de fútbol, tentativas en carreras de Fórmula Uno o el parlamento de Westminster y alguna cómica pegada de manos a los marcos de cuadros de algún museo. Ellos mismos han declarado que, sabedores de su acidez, eligieron salsa de tomate para una obra protegida con cristal mientras que el puré de patata podía arrojarse sin problemas sobre un lienzo barnizado. Una consideración que suponemos será tenida en cuenta en su destino judicial.

Más revelador resulta comprobar la reacción de los visitantes presentes en las salas en el momento de la protesta, perceptible sobre todo en el vídeo del lanzamiento de puré sobre el Monet del Museo Barberini de Potsdam, vídeo que debería pasar al catálogo del Museo como una obra más. Lejos de extrañarse o escapar, los asistentes se comportan con serena ajenidad, al estilo de «esto no va conmigo» o «por mí como si hacen el pino». Se nota cierta indiferencia hacia la movida, posiblemente por la sensación de no querer asistir a otra más de las performances y demás alardes ‘culturistas’ que tanto abundan en los museos. Se han visto tantas cosas en ellos que a menudo la gente solo pretende ver lo que cuelga en sus paredes. Quiere que la dejen en paz y no la aburran con el típico «mírame a mí, no lo que viniste a mirar», versión postmoderna del «¿a quién vas a creer, a tus ojos o a mí?». Eróstrato tenía razón, sí, pero las cosas cambian y su elección sería más difícil hoy: una cosa es acuchillar la espalda de la Venus del espejo hace más de un siglo a causa del sufragio femenino y otra muy distinta hacer algo en las salas de un museo de nuestros días que no parezca otra vez puré de patata.
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