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Principio activo

11/04/2021
 Actualizado a 11/04/2021
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En el prospecto de una medicina que conozco se plantea un dilema epistemológico-metafísico (o cómo se diga) de trapío. Entre los efectos adversos advierte: si le sobrevienen pensamientos de autolesión o un intento de suicidio, informe a su médico inmediatamente. Pese al conflicto de sincronía de la frase, cuyo afán providencialista corrobora lo que diré, participa también de la candidez que presupone un comportamiento precavido al suicida y la posibilidad schroedingeriana de estar a un mismo tiempo afectado por la medicación y no estarlo. Se trata de un problema como el del martillo para romper cristales custodiado tras un cristal. Pero quería llamar la atención sobre el hecho de que tal advertencia se realice a los «casos excepcionales», tercero y último de los grupos considerados, tras los comunes y los raros: uno de cada cien. Un porcentaje espeluznante, un medicamento necesario.

Si no fuera por su abuso de la jerga y cierta petulancia en las expresiones, la literatura médica sería uno de los géneros dilectos del gran público. Pero no, los españoles (y quién sabe cuántas naciones más) nos vanagloriamos de no leer los prospectos médicos con una mezcla de suficiencia y temor ante el qué dirán (los prospectos). Yo los leo, con la resignación que atribuyo a mi gusto por cierta novela negra en que nunca gana el detective aunque enamore a la chica y tampoco olvido la literatura de viajes, pues los prospectos médicos se despliegan como un mapa y, como un mapa, pocos serán capaces de plegarlos en la forma original. Su cartografía conduce a territorios hostiles e inexplorados, como debe, pero cabe la esperanza de llegar a destino.

A veces pienso en la supervisión que implica el prospecto de un producto farmacéutico. No hablamos de un manual de instrucciones cualquiera, donde puede colarse un gazapo o la traducción al castellano efectuada por un pekinés gracias a Google. Hablo de un papelito que debe hacerse entender por el ciudadano, prever toda contingencia, tranquilizar al tiempo que previene, informar sin excesiva alarma... Una errata o una falta de ortografía menguarían fatalmente su credibilidad, por lo que imagino legiones de correctores de distintos estilos poniendo su atención en él. Más que en cualquier novela, a la altura de un texto sagrado. De hecho lo son, las sagradas escrituras de todos, más allá de la fe de cada cual. Hablan del auténtico más allá.

Una vez leído, tomarse el medicamento no es un acto de fe, sino de confianza. Una confianza avalada por las conquistas de la ciencia y la medicina modernas, cuyos éxitos nos envuelven. Si el prospecto de Vaxzevria, la vacuna de AstraZeneca, resulta algo soso, equívoco y por pulir, si se lee como esos libros inacabados que las editoriales publican a la muerte del autor para hacer caja con sus seguidores es porque aún lo estamos escribiendo, porque no hay más remedio que conjeturar qué dirá cuando conozcamos los «casos excepcionales».
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